Una inolvidable noche de fiesta
Terminada la batalla frente a Francia, que definió el histórico tercer lugar, el plantel argentino celebró hasta el amanecer el cierre de un ciclo extraordinario
lanacionarPARIS (De nuestros enviados especiales).- El búnker quedó desierto. Sin luces, sin emociones, sin pasiones, apenas con algunas huellas del festejo inolvidable, de la algarabía grupal, del sentimiento compartido que ya pertenece a la leyenda. La delegación argentina, con el pecho cubierto de bronce y orgullo, dejó su espacio en el Grand Hotel Barriére, su estela de gloria y sus últimas horas envuelto en una fiesta interminable de emoción y lágrimas lanzadas para la historia.
Apenas finalizada la epopeya frente a Francia, Agustín Pichot, el ícono de la extraordinaria campaña, saltó en el campo de juego para unirse con sus compañeros de únicas sensaciones y lanzó la sentencia: "Ahora chicos, vamos a festejar" . Ese fue el campanazo de largada a la euforia; la mecha que encendió lo que enseguida fue un estallido de felicidad, que comenzó en el Parcs des Princes hasta el anexo, el lugar reservado en el hotel para el grupo de privilegiados que, por unas seis horas, fue el centro especial de la alegría y la emoción.
Los gladiadores, los familiares, los amigos, los ex jugadores, los dirigentes, hasta los guardaespaldas y algunos empleados del hotel cantaron, saltaron, gritaron y se emocionaron en la ceremonia del adiós. Agustín Pichot casi no se despegó de sus hijas, Joaquina y Valentina; Rodrigo Roncero no se alejó de Juanita; Marcelo Loffreda, lanzado al aire por casi todos, como si fuese un novio en la noche de su casamiento, un auténtico ganador en una fiesta de ganadores, no quiso dejar de lado casi nunca a Dolores, su esposa.
De ayer a hoy, envueltos en cerveza y champagne, con pizzas y delicias varias, de ayer a hoy, el rugby tuvo su noche especial, mágica, inolvidable. Que no tuvo, al menos por unas horas, rencores ni envidias, críticas ni certezas: sólo hubo espacio para el sentimiento. Entre los de ayer, Hugo Porta, Federico Méndez, Mauricio Reggiardo y Gonzalo Quesada, entre tantos otros. Entre los de hoy, no hubo diferencias: los que brillaron, los que apenas jugaron, todos estuvieron vestidos de la fiebre Puma, del sentimiento Puma, de la gloria Puma. Todos fueron uno. Hubo, sí, charlas íntimas entre tanta excitación. Entre los que se irán, entre los que llegarán. Entre la añeja y flamante guardia. Eric Calcagno, el embajador argentino en Francia, también fue partícipe de la danza de la alegría de unos y otros, motivados siempre por la música -rock nacional y cumbia- motorizadas por Manuel Contepomi y Nacho Fernández Lobbe.
El plantel nacional se adueñó, por unas horas, de Enghien-les-Bains, ya un apéndice de la Argentina. La emoción siguió hasta el amanecer. "Un minuto de silencio, para Francia que está muerto" , fue uno de los gritos de batalla. "Yo te sigo a todas partes a donde vas, cada vez te quiero más" , resultó otra de las banderas. Quedaron felices y cansados. Excitados y emocionados. Aún conmovidos por una fiesta que cerró una etapa brillante. Esa que escribieron con la mágica letra de la gloria.
Temas
Más leídas de Deportes
Los 70 años de Vilas. Entrenamientos a las 3 de la mañana, la noche que recibió a una persona "muy reservada" y el peinado que copiaban todos
Corazón roto. El triste adiós de Luciana Milessi a Julián Álvarez tras la confirmación de su noviazgo
Guillermo Vilas cumple 70 años: los tres récords que no pudieron romper Federer, Nadal y Djokovic