A veces, el sueño del pibe puede ser realidad
Ezequiel Brahim relata qué siente un atleta en medio de un 10.000 en la pista de tartán del CeNARD, justo el mismo día que Mariano Mastromarino se coronaba por tercera vez campeón nacional
"Primera serie de 10.000 a cámara de llamada", sonaba en los parlantes de la pista principal del Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (CeNARD). Un grupo de doce atletas pisaba la superficie de tartán que recubre los cuatrocientos metros del óvalo atlético. De esa decena de cuerpos magros, en poco menos de media hora, saldría el campeón nacional de 10.000 metros.
Ahí estaba Mariano Mastromarino, el hombre de la Maratón de Buenos Aires, diez veces campeón argentino de 3000 con obstáculos, dos veces campeón en 10.000 metros (2012 y 2013), dueño de una marca de 29m55s.
La baranda que rodea la pista, como pocas veces, atestada de gente. Y eso que se corría un día de semana a las 16. La carrera prometía ser histórica. La carrera fue histórica. Al menos para mí.
Caminando hacia la recta principal, el tres veces campeón argentino de media maratón Ulises Sanguinetti se acomodaba su clásico cuello polar a modo de vincha. A su lado, la gloria del atletismo paraguayo Jorge Cabrera, dueño de los récords de su país en 3000 metros y 10, 21 y 42 kilómetros, escoltado por quien, nueve años menor, se postulaba como su sucesor, Derlis Ramón Ayala Sánchez. Uruguay también había enviado a su mejor representante, Martín Cuestas, el atleta más rápido en la historia de su país en 1500, 5000, 10.000 metros y media maratón.
La competencia, estaba dentro de la serie de torneos del Grand Prix Sudamericano, que en su recorrido por todo el subcontinente, marcaba tres fechas en Argentina, congregando a lo mejor de cada país. Y era Brasil quien había enviado a la mejor marca. Robson Pereira de Lima, subcampeón brasilero de 5000 metros poseía 29m22s en la distancia que se estaba a punto de comenzar.
La escuadra Argentina tenía mucho más para mostrar. Distinguí a Diego Elizondo, Agustín Cichilitti, Martín Méndez, Gustavo Frencia (campeón nacional de 5000 metros en 2014). Todos hombres que sabían lo que significaba correr en 30 minutos en una pista de atletismo. Y cerrando el grupo, el campeón defensor, quién ganara con 29m48s el año anterior. El hombre que junto con Mastromarino atraía la mayor cantidad de atención: Luis Molina. Dentro de esos doce atletas había once que la palabra elite les quedaba pintada. Aún me costaba creer cómo siendo amateur me había colado en ese grupo.
Pero una cosa es largar a la par y otra muy distinta es correr a la par. Sonó el disparo y quedó bien en claro cuáles eran los once de elite. Pude seguir en el grupo hasta la primera vuelta, pero aún faltaban 24 para completar la carrera y en cada giro se distanciaban de a 20 metros. En ese sentido, la pista de atletismo es impiadosa. Te pone en tu justo lugar. Si en una carrera de calle dos cuadras no es nada, en la pista es media vuelta, y al poco de largar quedé solo. Completamente solo. Y eso que me había preparado durante cinco meses.
Mastromarino y Molina se alternaban el liderazgo, mientras yo esperaba para saber quién sería el más débil de esos once, quién se bajaría del tren y se pondría a mi alcance. Es muy común en las carreras por un título que todos los atletas de punta salgan a correr al ritmo del más rápido a la espera de quien aguanta más. Cuando el ritmo se vuelve insoportable, el que se desprende del pelotón queda con muy poca energía. Y por atrás venía yo. Último. Esperándolos. ¿Esperándolos? Por supuesto, esperándolos. A mi ritmo, claro.
Logré pasar a Jorge Cabrera, el récordman paraguayo. Por primera vez en mi vida sentí la alegría de no ser último.
Giraban las vueltas finales. El pelotón se había desintegrado. Muchos iban en busca de la mejor marca de su vida. Gustavo Frencia bajaba por primera vez la media hora en pista (29m49s), un segundo antes Derlis Ayala clavaba el récord nacional de Paraguay (29m48s), el "Colo" Mastromarino volaba para ganar con 29m34s su tercer Campeonato Nacional, pero, dejando a todos con la boca abierta, Robson Pereira de Lima marcaba un imponente 29m17s apoderándose de los 10.000 metros del Grand Prix Sudamericano para Brasil.
Lejos de las estrellas, había un pibe que seguía corriendo. Ahora sí... casi sólo en la pista. Los mejores habían terminado pero el público seguía gritando. A muchos los había convencido de cuánto quería correr. Tuve la suerte de ganar varias carreras, pero jamás sentí tanto aliento como en aquel giro final. Llegué anteúltimo pero crucé con la paz de haber dado todo. Fueron 31m36s. Y no fui el último. Corrí con los mejores. Hoy puede decir que en mi mundo cumplí el sueño del pibe.
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