Crónica de los 10.000 metros del Campeonato Metropolitano de Mayores y Sub-23; una manera de explica cómo se corren 25 vueltas a una pista de 400 metros
Las piernas empujan, literalmente, el aire. El calor es tan espeso que parece que avanzamos sobre yogurt. Corremos detrás del primer maratonista que pidió pasaje a los Juegos de Río 2016, Luis Molina. La excusa, el Campeonato Metropolitano; la distancia, 10.000 metros. El motivo: ser los mejores de nuestra federación.
Pero, ¿qué es una federación? Es una agrupación de instituciones, en este caso, de atletismo. Existe, o debería existir, una federación por cada provincia del país, a excepción de Buenos Aires, que está divida en dos, la Federación Bonaerense y la Federación Atlética Metropolitana. Está última congrega Capital Federal y 35 kilómetros a la redonda. Allí estoy federado yo, y todos los atletas que recibíamos en el mediodía del sábado, 28 grados sobre la nuca.
Somos una fila india de cinco o seis refugiados detrás de Luis, a veces me toca ir último, a veces me acomodo segundo, todos los puestos se alternan, excepto la punta, nadie quiere abrir el camino. Pero aún tras la sombra de Molina, vamos como patos de madera amarillos, a los que el sol dispara y saca de la pista. La estadística dirá que de los 22 que largamos la serie, apenas llegaron 9. Mientras, ajenos a los números generales, cada cual sufre a su manera.
El agua que no podía tomar (aún no aprendí a usar un vaso a ritmo de 3m10s por km), la aprovecho para enfriar el cuerpo. A esa altura, aún mantengo la esperanza con que largué, lograr por tercera vez consecutiva el Campeonato Metropolitano.
El líder de la punta, inmutable, cruza los 5000 metros con el reloj en 16m20s. Mientras, me repito "¿Quién será el próximo en caer ante el sol?". Molina, de pronto, exige al grupo: empieza la verdadera carrera. Soporto el primer embate, anhelando desprenderme de todos los demás. Gradualmente se aleja el sonido de los pasos pero la tensión continúa. Luis pega más fuerte que el calor, marca con sus zancadas la diferencia entre un profesional y un amateur. Y, ante la realidad, me rindo.
Dante Mansilla no tarda en atraparme. Solo, soy presa fácil. Molina desanda el camino a la victoria que yo soñaba. El resto de la carrera queda atrás, ahora somos sólo Dante, la pista y yo.
Todo el mundo lo quiere a Mansilla. Es bajito, moreno y saluda con la misma sonrisa al más rápido y al más lento. Yo lo vi correr la misma distancia hace un mes, donde ganó impasible con 32m17s. Sé que no le gusta definir en un sprint final. Con esos datos y el nuevo objetivo del subcampeonato, él es el bueno de la película. Y yo, que le disputo el puesto, el villano.
Freno el ritmo, propongo una carrera lenta, intento que demore en reaccionar. No funciona. Dante pasa al frente y me pego a su espalda. "¡Ya falta poco!", gritan del público. Resulta imposible explicarles cómo esos últimos tres kilómetros son muchos más largos que los siete que dejamos atrás. Mansilla pelea solo en punta. Sé que sufre, pero es una competencia, y quiero ganarle. Algunas vueltas más hasta que, sin abrir la boca, grita por ayuda. En el idioma de la pista, eso significa correrse a la derecha y dejar que el atleta que viene detrás pase al frente. No me está dejando ganar, quiere que yo también colabore con el ritmo. Y colaboro, pero con mi plan. Paso al frente, tomo agua, bajo la velocidad, plancho la carrera. Tomamos la curva, voy abierto y lento, no doy señales para que me pase. Cuando salimos de la curva, vuelve al frente. Y yo a su espalda.
Son gestos mínimos, pero pesan a medida que se suman las vueltas. Lo sé, lo he sufrido, y ahora los aplico. Si no tiene claro el objetivo, lo pueden correr del foco. La película llega al final, donde el villano prepara su último ataque. Elijo la recta con viento a favor, que esta mañana es la recta principal, como el mejor escenario. Podría ser faltando 900 metros, o sólo 100, pero no quiero un sprint muy largo, ni apostar todo a un remate corto: 500 metros me parece el mejor desafío.
"¡Faltan dos!", avisa el juez al costado de la pista. Se refiere, claro, a la cantidad de vueltas que quedan por recorrer. Escucho el cansancio de Dante en la respiración, entramos a la recta principal, siento el viento en la espalda, algunos rezagados me sirven para complicar la persecución. Salgo de su espalda, con decisión lo sobrepaso por su derecha, los ojos clavados en el horizonte, no miro ni siquiera cuando está a mi lado. Me alejo en línea recta sin taparle el viento, hasta que lo imagino bien atrás y doblo cerrado en la curva. No me pongo al límite, guardo alguna bala. La separación madura, es la última escena, me voy solitario a menos de una vuelta de la llegada.
Observo por encima de mi hombro, por primera vez en toda la carrera; confirmo que puedo disfrutar confiado los últimos metros. Abro los brazos. Dante, el atleta al que todos quieren, queda detrás. El final de la película no deja contento al público. A veces el que gana no es el bueno. En el escenario de la pista, cambian los protagonistas, cambian los papeles. Y hoy representé, el malo de la película.
En este enlace, todos los resultados del Campeonato Metropolitano de mayores y Sub-23.
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