Esa magia única de la Ensaladera
BRATISLAVA.- Del infierno a la gloria en menos de tres horas. Así es la Copa Davis. Un combo en el que el sufrimiento se apodera de todos. En el que el individualismo del circuito se transforma y toma cuerpo de equipo. Todo envuelto en una dosis de adrenalina que modifica los rostros. Los gestos de tristeza se transforman, mágicamente, en otros de esperanza. Pero nunca, aun en la victoria, la tensión deja de estar ausente. Maldiciones que lanzó el genio que vive en la ensaladera donada por Dwight Davis, hace más de cien años.
Ayer, todo ese cóctel estuvo servido en la mejor bandeja. Se pasó de la oscuridad por el traspié de Coria al majestuoso encanto por el rendimiento de Nalbandian. Discusiones, protestas, fallos controvertidos y continuas intervenciones de Mike Morrisey, el árbitro del match. Encima, un público ruidoso -de ambos equipos-, al que se agregaron esos hinchas que están para gritar "¡no!" o fastidiar a los jugadores. Tanto es así, que antes de la finalización del tercer set, Morrisey tuvo que mandar a sacar a un espectador de uno de los palcos VIP?
Cuestiones al margen en una Davis que siempre da para todo, no puede negarse que el triunfo de Nalbandian se convirtió en un trampolín de confianza para el dobles que hoy jugará con Puerta. Ganar como visitante nunca fue sencillo para los argentinos, aun en los días de Vilas y Clerc. Sin embargo, con la dimensión que está tomando Nalbandian, todos esos prejuicios empiezan a caer en saco roto.
Coria: su falta de confianza es un síntoma de enorme preocupación. A lo largo de la semana trabajó mucho con el saque. Pero hay algo que surge en el momento inapropiado y le desmorona toda la estructura. Como se ha señalado, y él bien lo sabe, no es un tema tenístico, sino una cuestión de fe en sí mismo. Da la sensación que, de tanto buscarlo, Coria es el que se choca contra la pared. Y así como sufrió tragos amargos, como la derrota en Roland Garros o la operación en el hombro derecho, el deporte le ofrecerá un desquite. Sólo es cuestión de que aprenda a esperarlo. En su caso, no puede haber peor enemigo que la desesperación.
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