Esas disculpas de Serena que no llegarán
El tenis lleva ya más de dos semanas esperando, pero las disculpas de Serena Williams no llegan. Ni llegarán. Cualquiera que haya tratado a la estadounidense sabe que tiene dos caras: hay una Serena cálida y sonriente que regala abrazos y buenas palabras; y hay otra, feroz, casi violenta, que impresiona a rivales e impone respeto, incluso temor, en el circuito femenino. Mucho de eso se vio en la final del US Open, un sábado 8 de septiembre de 2018 que entró en la historia. Lo sucedido ese día habilitó a que muchos vieran sexismo e incluso racismo en el tenis, cuando lo que realmente sucedió se resume en que la japonesa Naomi Osaka sorprendió al mundo, y sobre todo a la propia Serena, incapaz de soportar la derrota que se avecinaba. Por eso incendió la final con un comportamiento injustificable.
"Había preparado todo para festejar", dijo a LA NACION un observador del circuito, siempre presente en los grandes torneos y a escasos metros de las protagonistas de la final aquel sábado. "Había distribuido amigos e invitados por todo el estadio", añadió. "A lo mejor es una mala perdedora", argumentó otra fuente de gran influencia en el tenis mundial, que pidió que no se revele su nombre. No sorprende: criticar a las hermanas Williams nunca ayuda en términos de imagen, y una parte importante del gran negocio del tenis sigue estando en los Estados Unidos, un país con un justificadísimo cargo de conciencia cuando el tema roza a un "afroamericano", el equívoco eufemismo al que se apela para no decir negros.
Lo que sucedió en el cemento de Flushing Meadows no fue un caso de sexismo, mucho menos de racismo, sino de aplicación del reglamento del tenis. Las estadísticas de las últimas dos décadas demuestran que no hay diferencia de trato por parte de los jueces según arbitren a un hombre o a una mujer. Puede alegarse, claro, que la regla del "coaching" es arcaica, pero ni Serena Williams ni nadie tiene el derecho a derogarla de facto. ¿Pensó alguien en lo que significó y significa para Carlos Ramos, el juez de silla portugués, cargar con las acusaciones de sexismo y racismo por el mero hecho de haber aplicado el reglamento? Seguramente no. Si tan pocos fueron los que repararon en Osaka, amargada y casi pidiendo perdón en el momento más importante de su carrera profesional, acaso de su vida, ¿por qué habrían de detenerse a pensar entonces en que el trabajo de Ramos merece tanto respeto como el de Serena?
Rafael Nadal y Andy Murray, con los que el portugués también tuvo problemas, saben que sí, y ninguno incendió sus partidos como Serena. Tampoco se recuerda un hombre que haya armado un escándalo similar con la griega Eva Asderaki -tan rigurosa como Ramos- en la silla. Que el umpire luso sea estricto es seguramente un valor y no un problema, no en vano lo eligen para dirigir finales olímpicas y de Grand Slam. ¿Pudo haber hablado con Serena antes de aplicar la sucesión de warnings que dispararon el escándalo? Quizás. Pero todos conocen a Serena: lo peor que puede hacer un juez de silla es darle la sensación de que la autoridad en la cancha es ella. Que lo cuente aquella jueza de línea a la que en 2009 amenazó con meterle una pelota por la garganta. Aquello le costó la descalificación en semifinales. Y hubo otros escándalos suyos en el US Open.
Dice Billie Jean King, gran símbolo de la historia del tenis femenino, que "Williams se enfureció durante el partido porque sintió que Ramos no sólo la estaba sancionando, sino atacando su carácter y profesionalismo". Y añade: "Su gran liderazgo y carácter se revelaron tras el partido, en la ceremonia de premiación, cuando hizo que los focos se pusieran en Osaka. No necesitaba hacerlo, pero lo hizo". ¿No necesitaba hacerlo? Billie Jean King parece manipular la realidad incluso mejor que la raqueta en su época de gloria.
Lo mejor es leer con detenimiento un artículo del New York Times, que apeló a las estadísticas para determinar si era cierta o no la acusación lanzada por Williams en plena cancha: "Hay hombres que son mucho peores que yo, pero como soy mujer me haces esto". ¿Seguro, Serena? Las cifras dicen otra cosa: "Datos de los Grand Slams muestran que entre 1998 y 2018 los hombres fueron sancionados por mal comportamiento más frecuentemente que las mujeres, con una excepción significativa: el coaching. Parte de la disparidad se explica en el hecho de que los hombres juegan más tenis (al mejor de cinco sets en vez de a tres) en los Grand Slams".
Serena fue sancionada también por "abuso verbal" (llamó "mentiroso" y "ladrón" a Ramos), y las cifras del NYT muestran que en 20 años se sancionó 62 veces a hombres y sólo 16 a mujeres. Sería un sexismo un tanto diferente al que critica Serena.
Martina Navratilova, a la que nadie podría acusar de sexismo, discriminación o falta de sensibilidad, dijo entender en parte a su compatriota, pero dejó una reflexión que quizás le sea útil a Serena: "El tenis es un deporte muy democrático, y tenemos que asegurarnos de que lo siga siendo. Pero también depende de cada jugador comportarse con respeto hacia el deporte que tanto queremos".
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