Puertas adentro
La final entre argentinos se vivió en las casas y en algunos pocos bares; en una recorrida, Buenos Aires alteró poco su ritmo habitual de domingo
Esta vez, al cincuentón se lo ve más apurado que de costumbre. Camina por las calles de Belgrano a paso ligero, aunque es una mañana de domingo. No hay obligaciones laborales. Pero el hombre acelera el tranco, paquete de facturas en una mano, el diario en la otra. Son casi las 10 de la mañana y quiere volver urgente a su casa. Lo espera la cama todavía calentita y el televisor encendido, con la imagen rojiza que se transmite desde París. Hay final de argentinos en Roland Garros y nadie debe perdérsela. ¿De qué se hablará mañana en el trabajo, si no es así? El seleccionado de fútbol parece haber perdido por estos días su eje central en las charlas de café y lo confirmaría horas después.
Pero la fisonomía de la ciudad no cambia por el choque Coria v. Gaudio. Afuera, en las calles, no deja de ser una típica mañana de domingo. En los bares, los habituales desayunadores toman sol en las veredas mientras leen el periódico. Del partido, poco y nada saben. En los bosques de Palermo, los aficionados al jogging se cruzan con los participantes de una maratón. En los supermercados se hace difícil conseguir changuitos, pero al menos sí se arman embotellamientos en el sector de electrodomésticos, donde una decena de televisores muestra las imágenes de los primeros puntos del match. Entre verduras y vinos, la gente pregunta por el resultado parcial. "Esto viene para paliza", dice uno, mientras elige el salame para la picada.
En el Buenos Aires Lawn Tennis, un puñado de socios comparte un café con tostadas y mermelada en el club house. Idéntica situación se repite en la vereda de enfrente, en Deportes Racionales, y algunos metros más allá, en el Vilas Racket. Pero en las calles, todo sigue igual. Nada se modifica.
El paseo sigue por Florida. No es la misma peatonal de lunes a viernes. En las tiendas, los televisores están apagados; no hay oficinistas a los que atraer. Allí, la atención pasa por otro lado: los locales de ropa están de parabienes. Cientos de hinchas paraguayos, que viajaron a nuestro país para ver el partido por las eliminatorias de fútbol, se pasean comprando de todo. Abundan las camisetas rojas y blancas y el acento guaraní; se parece a una calle de Asunción. Pero de tenis, nada. Apenas en una casa de comidas rápidas, un pequeño televisor de 14 pulgadas muestra la final para... tres personas.
Coria acaba de ganar el segundo set. Los especialistas de las radios porteñas explican las virtudes del Mago de Rufino, su mayor capacidad, su fortaleza mental, la racha implacable sobre tenistas argentinos... Gaudio, dicen, hizo un buen torneo; debe estar contento. El partido no terminó, pero se habla como si Coria fuera el campeón.
Al final, se encuentra la pasión que generó por estos días el tenis. En Recoleta, Locos por el Fútbol cambió su nombre por unas horas. Las mesas están llenas. No hay más lugar. La gente que quiere entrar recibe la respetuosa indicación de que no hay más vacantes. La mayoría celebra los puntos de Gaudio y se entusiasma con la recuperación del hombre de Temperley. "Es un divino", explica una rubia adolescente para justificar su cariño por el también blondo tenista.
Los simpatizantes de Coria, silenciosos hasta entonces, empiezan a gritar cada tanto del santafecino, dolorido por su lesión. "Coria se guarda algo" vaticina Nicolás Michanie, 27 años, admirador de Willy. Se mueve nervioso en el sillón. En la mesa de al lado está el correntino Víctor Hugo Gómez, 29 años, fervoroso fan del Gato. "Es del Rojo, es un grande. Ya había pedido la cuenta para irme, pero me quedo", vocifera.
Los nervios aumentan. La final se vuelve angustiante. En cada punto se hace silencio, como si del estadio Philippe Chatrier se tratase. Se quiebran el servicio y se vuelven a quebrar. La final parece quedar en manos de Coria... pero desperdicia dos match-points. "¡Vamos que no gana más!", grita como un loco el correntino Víctor. Y la profecía se cumple. Llega la definición para Gaudio, el grito de todo el salón y el delirio de los gaudistas, allá y acá. Es el final de una típica mañana de domingo porteña, matizada por el éxtasis de dos semanas del mejor tenis.
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