El abierto de Australia. Sacrificio y pasión tras un lugar en el mundo de los courts
Campeón mundial junior y N° 5 del ranking de tenis adaptado, el cordobés Gustavo Fernández, de 19 años, cuenta cómo el deporte lo ayudó a superarse; habla de las diferencias entre la Argentina y otros países
MELBOURNE.- Con una pizca de humor y también un poco de bronca, Gustavo Fernández escribió en Twitter: "Está bien que sea malo, pero no es para tanto". Veía que en todos los medios argentinos hablaban de que no quedaban compatriotas en el Abierto de Australia y él ni siquiera había debutado en la competencia. Es cierto que el cuadro principal de singles se roba toda la atención, pero Gustavo, que participa en tenis adaptado con su silla de ruedas, quiere su pedacito de cielo de protagonismo.
En el court 22 del Melbourne Park, el argentino realiza una práctica previa a su debut (jugaba en esta madrugada ante el holandés Ronald Vink). Ver en acción a Fernández conmueve: deberían tenerlo en cuenta otros cuando hablan de esfuerzo, sacrificio y pasión. LA NACION saluda a este cordobés que cumplió 19 años viendo el partidazo entre Djokovic y Wawrinka ("Un gran regalo me hicieron", dice), y le pregunta por sus tiempos para hacer una entrevista. "Cuando quieran. No soy tan famoso como Del Potro, je", dice con la típica tonada y humor de sus comprovincianos.
Luego repasará su historia, que comenzó con un infarto medular al año y medio cuando jugaba con su papá, Gustavo Ismael Fernández, un destacado base de la Liga Nacional de Básquetbol, campeón con GEPU y Boca. El problema lo dejó imposibilitado de mover las piernas, pero eso no fue un freno para su corazón. Un repaso de su relación con el tenis indica que desde los seis comenzó a jugar con "convencionales", como llama a las personas sin discapacidad física, a los 12 conoció el tenis en silla de ruedas, luego fue campeón mundial junior y hoy es el 5° del ranking de su especialidad.
"Es mi profesión", infla el pecho, aunque si todos los deportistas argentinos tienen problemas para financiar sus carreras, para él las trabas son múltiples. "Recién conseguí una silla especial hace seis meses. Antes tenía una de plástico. En el medio del partido se me rompía y con mi entrenador la atábamos con cinta", ríe y mira a su coach, Fernando San Martín, fundamental en su carrera. Hace unos días, la Asociación Argentina de Tenis anunció apoya a Gustavo, como también lo hacen la Asociación Argentina de Tenis Adaptado, la Secretaría de Deportes de la Nación, el Enard y la Academia Citac.
Los inconvenientes son variados, económicos y sociales. "Antes no nos dejaban entrar acá, a la zona de restaurantes", dice en medio de la charla en el comedor de los tenistas que pasan de un lado a otro del salón. "Creo que el tema se les fue de las manos a los organizadores de torneos. Los jugadores somos mucho más profesionales que las competencias", afirma con firmeza y cita el caso del número uno, el japonés Shingo Kunieda, de 29 años, que es estrella en su país y firma contratos muy rentables a la par de otros deportistas de elite. "Ahora estamos durmiendo en el Hyatt, un lujo, pero venimos de un torneo acá en Australia, donde el club era más chico que el patio de mi casa", asegura Gustavo.
Por supuesto el tema premios es un inconveniente: acá el campeón se llevará 8640 dólares australianos (unos 9500 norteamericanos), una recompensa muy baja para darle empuje a la especialidad. Por eso, como uno de los jugadores de silla de ruedas tiene contactos con Roger Federer, la idea era pedirle un 1% de los 31.5 millones de premios del torneo, lo que elevaría cuantiosamente su paga.
"No queremos que queden bien con nosotros y que se sientan aliviados por dejar jugar a los discapacitados. Queremos que nos veamos como algo bueno, un producto. Hay que mostrar el tenis adaptado".
San Martín, que trabaja desde hace años con el tema en nuestro país, agrega: "No tiene que haber un apoyo de lástima porque piensan que hay cuatro renguitos tratando de pegarle a la pelota. Este es un producto valido". Hace una pausa y aclara que el término "renguitos" lo utiliza sabiendo que para ellos no es una discriminación sino que quieren sentirse uno más en la sociedad pese a sus problemas físicos.
Al margen del tenis, aparecen como fue dicho los problemas sociales, más comunes en la Argentina que en otros países del mundo. "El mundo está adaptado, la Argentina no. Allá los taxis no paran o aceleran cuando me ven. Entonces mando a mi novia a que los pare", comenta en referencia a Florencia, su pareja desde hace cuatro años, compañera de colegio en Córdoba, "una chica convencional".
Y sigue: "En París levanté la mano y tenía tres taxis. En la Argentina no está inculcado el tema y, por ejemplo, la gente estaciona en las subiditas".
Gustavo sabe lo que quiere. "Mi familia es deportista y en esto encontré la adrenalina que necesitaba", asegura y recuerda a su padre y a su hermano Juan, también basquetbolista, hoy jugando en Italia.
"No hay difusión, la gente lo tomaría", insiste Gustavo Fernández buscando lo que todos buscan en esta vida: aceptación. Más allá de que en su caso sea más difícil, nada lo detuvo y nada lo detiene en su camino: "Quiero ser número uno del mundo. Para eso me esfuerzo". Todo dicho.
Con dos piques
El tenis adapatado se juega igual que el tenis tradicional, sólo con el cambio de la validez de dos piques de pelota en lugar de uno. El cuadro de hombres tiene ocho jugadores, y también hay competencia femenina y de cuadrapléjicos.
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