Todo lo que Messi no puede resolver
Fuera de su hábitat natural. Impotente por estar tan cerca y al mismo tiempo tan lejos. Como una fiera enjaulada, Lionel Messi asistía desde el palco del Wanda Metropolitano a una contienda impiadosa y despareja. Su tolerancia aguantó hasta que la cuenta de los de blanco llegó a seis y allí sintió que ya era demasiado. Su decisión madura, aún en contra de su deseo primario de siempre dar el presente, y entender que a pesar de la incomodidad del momento en el que llegó el test frente a uno de los mejores seleccionados del mundo, no era más que un amistoso, ahora rebotaba en su cabeza como una fuerza desmedida. Las esquirlas resultan difíciles de sacar ante tamaño cimbronazo. Los efectos colaterales son imprecisos a la hora de revisar y corregir errores. Pero hay cosas que Messi no puede resolver.
Messi no puede resolver los errores particulares que el equipo cometió en el partido. Un partido que difícilmente pueda volver a repetirse por el calibre de las ausencias propias y por la contundencia para transformar en gritos todas las virtudes ajenas. La imagen promisoria que el seleccionado argentino entrego en los primeros treinta minutos quedaron deshilachados en un segundo tiempo caótico, descontrolado y con un equipo desnudo.
Messi no puede resolver la confusión de un entrenador que desde el experimento, continúa cambiando nombres y esquemas. Si Sampaoli cree que no tiene nada para enseñarle a Leo, entonces su función de guía y responsable del grupo está debilitada. Si en cada uno de los elogios al mejor del mundo, el líder reducirá su campo de acción, entonces la anarquía será el sello del seleccionado. El técnico debe estar por encima de los jugadores y ejercer su autoridad. Consensuar ideas con "el diez" es algo lógico y pleno de sentido común pero debe darle herramientas para allanarle el camino. Auxilios, apoyos, mucho movimiento, solidez defensiva, presión armónica. Todo eso forma parte de su rol y el calendario lo acecha. Convencer a sus dirigidos desde el conocimiento y la puesta en práctica de una idea de juego. Para alcanzar la tan ansiada identidad ya no hay tiempo, pero saber "a qué jugar", aunque más terrenal a esta altura parece también más sensato. Un mundial dura solo un mes. Es una carrera corta y explosiva. Si Sampaoli logra salir del aturdimiento, encontrará lucidez para tomar algunas decisiones correctas sabiendo que es imposible conformar a todos. Los dos compromisos le mostraron la distancia entre enfrentar a una selección con historia pero con presente acorde a su eliminación y otro candidato al título y sostenido en una idea inquebrantable. La ausencia de la "carta brava" lo obligó a pensar planes alternativos. Ya no hay espacio para conjeturas. Es tiempo de decidir.
Messi no puede resolver la idea de pirámide invertida con la que el fútbol argentino se maneja desde hace no menos de una década. El "grondonismo" y su sucesión solo creyeron en él como respuesta a todas las preguntas. Cuando lo aconsejable hubiera sido construir desde los cimientos una base firme y fuerte que exhibiera planificación, proyectos integrales y la consolidación de una idea a partir de la elección y contención de los entrenadores, el seleccionado vio desfilar un número exagerado de apellidos en la última década. Nadie gana todo el tiempo, pero la diferencia la marcan aquellos que sostienen su coherencia cuando llega la derrota. Alemanes y españoles supieron mantener su estilo aún en sus caídas, y fueron el convencimiento y la continuidad más allá de los resultados las respuestas para todas las preguntas.
Messi no puede resolver la ausencia de una política a largo plazo, cuya consecuencia es la falta de recambio a la hora de elegir jugadores. Los resultados y el nivel de los seleccionados juveniles de 2007 a esta parte, son un espejo cruel pero realista de las bases del fútbol argentino. Para pensar en los que tienen que salir, primero hay que pensar en cuales podrían ser sus reemplazantes. No parece haber, salvo en algunos casos en los que el paso del tiempo no debería relegarlos, pero quizás quitarlos de la primera línea protagónica, muchas opciones de recambio. La inestabilidad de cada ciclo también fue decisiva. Los cambios de técnico achicaron el margen y la goleada ante España debió haber sido un partido más dentro de un ciclo de cuatro años y no el último previo a la cita mundialista. Algunos veteranos no tienen recambio. Otros nuevos carecen de experiencia. La encrucijada es compleja, pero aplicar ahora cirugía mayor sería otra exageración para seguir sumando equívocos.
Messi no puede resolver el exitismo como filosofía de vida. Tenemos al mejor pero no somos los mejores. Mucho menos los candidatos. Eso no significa que el final de la historia no pueda el deseado, pero un baño de realidad como el de hace algunos días podrá resultar positivo si se sabe interpretar con inteligencia y autocrítica. La Argentina debe prepararse cada cuatro años para ganar su partido de octavos de final. A partir de allí, sentado a la "mesa de los ocho", por cantidad de calidad de recursos propios y fortaleza, presente y jerarquía de sus posibles rivales, la competencia se vuelve una suma de detalles que hacen la diferencia.
Será imposible cambiar tanto en tan poco tiempo, pero entre tantas cavilaciones surge una certeza. Sin Messi es imposible soñar con ser campeones del mundo. Solo con él tampoco será suficiente.
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