Carreras / El clásico Paseana. Dando Amor ganó cuando quiso
La gran favorita, con Juan Noriega muy sereno en la montura, sólo se empleó en el final y venció por tres cuartos de cuerpo a La Tremoille
Todas las yeguas se guardaron lo mejor para el final en el clásico Paseana (G 2-1800 m), ya bajo un cielo que se iba poniendo plomizo en la tarde de San Isidro. Y brilló Dando Amor, que en la pista de césped se ha convertido casi en un escollo insuperable, en especial si se trata de la media distancia.
Un año atrás, la hija de Thunder Gulch ya había ganado este cotejo, cuando se denominó por última vez Abril. Ahora su nombre también quedó registrado en la versión inicial de la prueba que fue rebautizada, manteniendo la misma condición.
El frío resultado dirá eternamente que superó por tres cuartos de cuerpo a La Tremoille, con La Chantajista en el tercer puesto, al pescuezo de la escolta. Si el marcador tuviera nariz le crecería, porque la diferencia entre la ganadora y sus rivales resultó mayor en la impresión. Tanto que Juan Carlos Noriega, su jockey, sólo faltando 150 metros decidió pedirle a la alazana que cambie de ritmo, cuando corría por mitad de cancha y tanto a su derecha como a su izquierda se poblaba de adversarias.
Explicó el cordobés: "Tiene un gran golpe de velocidad y arranca fuerte apenas la buscás. Por eso es que me genera tanta confianza". Tuvo temple de acero Noriega en ese instante y enseguida encontró la reacción esperada en Dando Amor, que había asomado en la punta en la largada y pronto quedó cerca, a la expectativa, dentro de un grupo en el que nadie mostró decisión para jugarse al frente.
"Salieron tan lento que si me dabas un poco de coraje iba adelante", le aseguró el jinete a Alfredo Gaitán Dassie. Antes de montar habían acordado esperar hasta la recta para pelear por la victoria. "La traje entretenida considerando que no es su tiro ideal y que tal vez la pista húmeda no le venga tan bien", precisó.
En el tramo final, Dando Amor fue un rayo. Como los que se multiplicaron un par de horas más tarde y pusieron en jaque a la reunión instantes después de la decimocuarta carrera, cuando una tormenta de granizo obligó a todos a buscar refugio. La grama ya estaba más resbalosa y era un colchón de piedras. Allí había dejado su huella también la yegua de Pozo de Luna.
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