Carreras / Protagonistas. El sacrificio que potencia el coraje
El peón Juan Pablo Ojeda combina dos colectivos cada madrugada para atender a Inter Optimist, un caballo que escucha la radio todo el día
La imagen del festejo se repitió, pero esta vez no exteriorizó sus emociones con lágrimas Juan Pablo Ojeda. Abrazó a Inter Optimist, lo besó, saludó a Jorge Ricardo y levantó sus brazos una y otra vez, mientras sostenía de la brida al ganador del Joaquín S. de Anchorena, uno de los grandes premios que el sábado sirvieron de marco al Carlos Pellegrini, en San Isidro.
A Ojeda le dicen Pichi , tiene 28 años y es conocido entre sus pares. Casi la mitad de su vida la pasó en el centro de entrenamientos del hipódromo del Jockey Club. Sin embargo, para el público es una de las caras menos famosas del equipo que lidera Waldir Zancanaro, aunque desde su lugar de peón del hijo de Incurable Optimist sea el que más familiarizado esté con sus secretos. "Sabe bien cómo es su trabajo. No hace falta decirle nada", asegura el entrenador. Está claro, entonces, que goza de una enorme confianza Juan Pablo, ganada en estos trece años que está a su lado.
Va y viene el alazán por el patio lindante al servicio veterinario. Ya consumó su segunda victoria al hilo en un gran premio y espera por los análisis de rigor. El celular de Ojeda suena. No tiene inconvenientes en atender la llamada. Esta vez puede hacerlo el chico de la gorra. "El otro día me puse a llorar porque era mi primer triunfo en un Grupo 1. Ahora estoy más tranquilo", confiesa a LA NACION apenas corta, y enseguida revela: "Nadie se imagina lo que hay que estar encima para que se mantenga sano. Paso con él más tiempo que con mi familia. No sólo pasa por darle de comer y limpiarlo. Le hago masajes, le pongo hielo en los vasos". También se encarga de "Lady Buster, una ganadora de tres, y un potrillo para correr el año que viene", dice.
Inter Optimist es de esos caballos que pueden dar ventajas físicas y no se notará cuando salgan a la cancha. La mano de obra es impecable. "Antes de debutar tuvo un problema en la columna y estuvo parado tres meses en el box. Fue el momento que más sufrí con él, pero todo lo supera con calidad", recuerda este peón que cada madrugada combina dos colectivos, en un viaje de más de una hora y media, para llegar desde su casa, en Pilar, hasta San Isidro. El regreso es después de las siete de la tarde. "Mi señora, Gladys, y mi hijita, Nieves, de 8 meses, me bancan mucho", admite.
Ojeda llegó a la hípica cuando tenía 15 años. "Mi cuñado, José Tevez, era capataz de Etchechoury. El me invitó a probar con este trabajo", memora, mientras le pone las vendas a su caballo más famoso, ése al que sólo le saca los algodones de los oídos cuando llega la hora de llevarlo a la redonda.
Es entonces cuando su trabajo y el de todo el equipo liderado por Zancanaro queda en manos del jinete. Allí, Inter Optimist ya no escuchará la música de la radio que está encendida todo el día al lado de su box. El ruido de las gateras, los cascos de los caballos y los gritos del público se convierten en la melodía que acompaña su veloz y triunfal paso por las pistas. Ojeda espera afuera para recibirlo con más muestras de afecto y darle la tranquilidad que necesita el resto del tiempo.
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