Un grito ausente. ¡U-ru-gua-yo!
Durante años, muchos de los jugadores que llegaron del otro lado del Plata y ocuparon un lugar de privilegio en los equipos fueron reconocidos con el grito imborrable; hoy esa adoración guarda silencio
Ya no está. Desapareció sin dejar rastros y sin que nadie lo note. Pocos saben el rumbo que tomó o qué viento se lo llevó. Se fue sin decir adiós. Ni siquiera pronunció un cálido hasta luego. Ya no está, se marchó y hoy no hay quién pueda ocupar el lugar que dejó vacío. Tal vez, algún día no muy lejano, desembarcará del otro lado del Plata algún futbolista con el mate bajo el brazo y obligue a miles de fanáticos que jamás antes habían escuchado su nombre a cerrar la boca como si estuviese dando un beso y a gritar el añorado ¡u-ru-gua-yo, u-ru-gua-yo!
Como un eco, la adoración rebotó ininterrumpidamente por las paredes de todos los estadios de nuestro país. Ninguno quedó al margen. No importaba el color de la camiseta ni la edad. Sólo bastaba que en el documento de identidad certificara el nacimiento en la República Oriental del Uruguay para que los goles marcados o la garra contagiada en la Argentina encontraran como mayor muestra de agradecimiento el recordado ¡u-ru-gua-yo, u-ru-gua-yo!
La partida en los últimos años de Enzo Francescoli, Sergio Martínez, Rubén Da Silva, Gabriel Cedrés y Sebastián Abreu provocaron el silencio de ese grito con autor anónimo. Hoy, las irregulares actuaciones de Víctor López, en Independiente, y de Marcelo Saralegui, en Colón, como nombres más destacados del fútbol charrúa, no son suficientes para entonar el tradicional ¡u-ru-gua-yo, u-ru-gua-yo!
Un fútbol devaluado
La ausencia en nuestros días de figuras orientales provocó el ingrato silencio y el motivo de ello salta a la vista: Uruguay está muy lejos de aquellos tiempos dorados de títulos internacionales y jugadores exportados. Ya no surgen tantas figuras y de esta manera la Argentina apunta a otros países para importar fútbol. Los tiempos cambiaron y los hinchas no se quedaron al margen y el ¡u-ru-gua-yo! ¡u-ru-gua-yo! cada vez se escucha menos.
Sólo basta hacer un repaso por la historia argentina para encontrar en cada década a nombres inolvidables que hicieron historia en nuestro medio como Roberto Porta, en el ´30; Severino Varela, en el ´40; Walter Gómez, en el ´50; Luis Cubilla, en el ´60, Elvio Pavoni, en el ´70; Antonio Alzamendi, en el ´80, y Enzo Francescoli, en el ´90. ¿Qué sucederá en el 2000? ¿Se mantendrá vivo el ¡u-ru-gua-yo, u-ru-gua-yo!?
Habrá que esperar y no hacer futurología. Sólo se puede escribir sobre el pasado y decir que la década del noventa contó con una enorme cantidad de jugadores que dejaron una huella y sobre todo su sello en la red adversaria. Sólo basta mencionar que de los últimos once torneos, cinco de los jugadores que salieron goleadores fueron uruguayos (Rubén Da Silva, en el Clausura ´93, con River, y en el Apertura ´97, con Central; Sergio Martínez, en el Apertura ´93 y en el Clausura ´97, con Boca, y Enzo Francescoli, en el Apertura ´94, con River). Ellos y otros tantos que se destacaron por su garra y entrega le dieron un día vida al tradicional ¡u-ru-gua-yo! ¡u-ru-gua-yo!, que una tarde de otoño se despidió sin decir adiós.
En busca del tesoro perdido
MONTEVIDEO.- El actual campeonato de fútbol uruguayo estuvo a punto de no comenzar: varios clubes tenían deudas con jugadores y técnicos, por lo que reglamentariamente no podían presentarse. La campana que salvó a esos clubes fue el urgente cobro de los derechos de la televisación del último Mundial y su no menos urgente distribución entre los clubes.
La pauperización de la economía del fútbol queda, sin duda, reflejada en ese hecho. Por otra parte, no es la primera vez que uno o varios clubes se van a pique como consecuencia de sus dificultades en ese renglón. A veces se salvaron por la venta apresurada de algún jugador al exterior; otras, porque algún idealista aportó fondos particulares, o bien, porque un patrocinador aportó dinero.
Años atrás, el proceso de encumbramiento de un jugador era, con ligeras variantes, su pasaje destacado por algún equipo de los llamados chicos -todos menos Nacional y Peñarol- y su pase a uno de estos dos grandes. Excepcionalmente algunos consolidaban sus carreras en el exterior comoJuan Antonio Schiaffino y Edgardo Ghiggia -los goleadores de Maracaná en 1950- en Italia, o José Santamaría en el legandario Real Madrid. Otros, como Walter Gómez, en River, y Severino Varela, en Boca, hallaron en la Argentina el camino de éxitos.
Las cosas comenzaron a cambiar en la década del 80. Enzo Francescoli pasó directamente de Wanderers a River, sin la etapa del club grande montevideano. Fue un buen negocio y el ejemplo tuvo prontos imitadores: Peñarol y Nacional ya no fueron la vidriera obligada y los clubes chicos comenzaron a exportar a sus jugadores cada vez más jóvenes. Así se formó un círculo vicioso, una espiral infernal en el que los clubes vendían para salir de sus apremios económicos y, a su vez, tenían menos tiempo para formar cracks.
El éxito de Francescoli, Paolo Montero, Daniel Fonseca o Gustavo Poyet en Europa creó una suerte de espejismo y los representantes comenzaron a colocar uruguayos en el Viejo Continente. Pero pronto se vio que la cantera no era en sí garantía de calidad. Así, la mayoría de los que viajaron a Europa terminaron jugando en equipos de segunda categoría o regresaron a Uruguay con algunos dólares y pocos buenos recuerdos.
Empobrecidos los dos grandes, los chicos y la organización misma del fútbol, el seleccionado uruguayo cambió de técnico tres veces -Luis Cubilla, Héctor Núñez y Juan Auntchain- en las eliminatorias para llegar a Francia sin otro resultado que acumular decepciones. La única excepción fue el segundo lugar que logró el Sub 20, en el Mundial de Malasia.
El actual consejo directivo de la AUF propuso una renovación al estilo Grondona, pero los intereses de los clubes no le permiten realizar más que una exigua parte del proyecto y, desde luego, ya no salen los maestros como Schiaffino, Walter Gómez o Francescoli.
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