Opinión. Un mensaje elocuente: llegó a la final casi sin darse cuenta
Como ha sucedido en otros tiempos con diferentes equipos, el planeta La Dolfina era una usina de trascendidos. Usted sabe perfectamente de qué se habla: es, el polo, un ambiente demasiado permeable a los rumores, globalmente infundados. Que Aguerre se va (¿cuántas veces se fue ya del equipo de Cañuelas?) y el clima no es el mejor; que Cambiaso está desmotivado, sobre todo después de su opaco paso por Inglaterra; que el grupo sentía temor por cómo reaccionaría a la defensa de los 40 goles.
Palermo entra en la recta final y las dificultades que, supuestamente, debía encontrar el tricampeón nunca existieron. Pese a desembarcar en La Catedral sin ningún trofeo previo, algo que también le ocurrió en 2005 y en 2007, La Dolfina, como hace un par de meses señalara Tincho Merlos, "tiene la huella marcada", sabe cómo hacerlo. Y se encuentra ante un nuevo desenlace sin haberse sentido comprometido. Puede deslumbrar, como frente a Chapa II, o ser más práctico y contundente, como ayer. Pero en ninguno de los casos sintió que el aliento se le entrecortaba ni el semblante se le endureció. Es, hoy por hoy, un equipo que empieza a sacar réditos no sólo de su invicto y fisonomía de equipo que sigue madurando, sino de la confianza que le brota cuando llegan esta clase de choques. Como a veces suele exagerar Castagnola: "Existen nada más que dos partidos en el año, la semifinal y la final de Palermo".
Asusta La Dolfina porque, frente a la revelación de la temporada, que mucho bueno hizo y hasta superó las expectativas por tratarse de su primera experiencia, resolvió todo con comodidad. Hizo el partido que quería; manejó las salidas de doble fase, con Castagnola como eje (enorme partido), y Cambiaso o Aguerre pasando a recibir en sectores vacíos, o bien a través de sus clásicas cortinas para limpiarle el camino a su N° 1; lució con mayor poder de reacción que el rival, al que supo ganarle muchas veces las espaldas, con lo que significa perder la referencia del hombre en el polo. Y aunque por momentos Adolfito -letal en carrera, por caballos y taqueo infalible- se excedió en individualismos, no influyeron negativamente; por el contrario, con el score en favor, le permitió dejar correr el tiempo sin tomar riesgos innecesarios. Es decir, reflejos de un equipo que no hace las cosas porque sí.
Y un detalle que certifica que los elogios que va acumulando tienen su fundamento: la caballada ya deja muy pocos resquicios por dónde comprometerlo. Hace recordar a los tiempos graníticos en nivel montados de los grandes equipos de la historia, cuando desde afuera no se advertía que pudiera sufrir baches en un chukker determinado; efecto inverso a lo que sí puede sucederle al rival cuando se da determinada combinación. Bruma, la Turca, Jazz y Toro es explosiva.
La Dolfina está en otra final para tirarse al tetracampeonato y, por qué no, buscar un título sin necesidad de sufrir con un chukker extra, tal viene siendo su costumbre. Llegó a otra final casi sin darse cuenta. Y ése es un mensaje.
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