Un mundo aparte, donde conviven el respeto y las buenas costumbres
En el Augusta National, un lugar que rehúsa los sponsors, hay códigos de comportamiento inflexibles
AUGUSTA (De un enviado especial).- Sentarse en un sofá y mirar el Masters por TV en alta definición puede dar indicios de lo que este certamen desprende. Pero pisar la hierba del Augusta National, sentir sus aromas, entremezclarse con el público y observar cada pliegue de sus típicas construcciones sureñas es ingresar en la dimensión más perfecta de un espectáculo de golf. Quedó revalidado ayer, una vez más.
Lo más llamativo es la gente, o cómo un caos de 40.000 personas por día logra autorregularse respetando sencillos códigos de comportamiento. Podría suponerse que, por el perfil exclusivo del Masters, muchos miran por encima del hombro. Sin embargo, hasta los propios socios, dueños ellos del saco verde, se mueven con la discreción y armonía que el torneo fomentó desde sus inicios, en 1934. Es una cita de glamour único, barnizada de camaradería, donde el segregacionismo ya es una etapa superada.
La pluma de Bobby Jones (1902-1971), presidente a perpetuidad del club, dejó una marca indeleble respecto de la reputación del torneo. En 1967 escribió: "En el golf, las costumbres de etiqueta y decoro son tan importantes como sus reglas. Es apropiado que los espectadores aplaudan buenos golpes en proporción con su dificultad. Pero excesivas demostraciones hacia un jugador no son recomendables por el posible efecto sobre el resto de los competidores. Más penoso aún es aplaudir las desgracias deportivas. Ese no ha sido un comportamiento normal, pero debe eliminarse por completo en beneficio de la excelencia de este certamen".
Cada espectador entiende qué parte le toca, sin necesitad de marshalls que porten carteles de "Quietos" y "Silencio". Nadie corre para espiar un tiro desde una mejor posición. No hay margen para sentarse en una silla ajena; tampoco, para bracear entre la multitud y mucho menos, abrirse a los codazos. A ninguno se le ocurre lanzar un alarido fuera de lugar. Sí, por supuesto, hay rugidos masivos cuando la pelota husmea el hoyo, pero siempre en el tiempo indicado. Es un torneo que devuelve al público a los principios más elementales de educación. "Permiso", "gracias", "disculpe", palabras que, utilizadas en la interacción, provocan el milagro de un manto de gente que fluye sin contratiempos, aun en la jornada decisiva. Y si alguien extravía el manual de etiqueta del Masters, un personal de seguridad se lo recordará con un consejo.
Seguramente, muchos de los espectadores son los mismos del US Open o el PGA Championship. Lo cierto es que, al entrar en este club, con sus entradas al cuello, se comportan diferente; ya vienen con el chip de los buenos modales incorporado.
Quien recorre este campo con una visión empresarial imagina un negocio redondo con sólo instalar carpas de hospitalidad y una batería de sponsors junto al Club House. Parece fácil; habría ingresos millonarios asegurados. Pero nada tan lejano a ese plan: la única marca aquí es el logo del Augusta National, estampado en cada producto del merchandising y hasta en el sobrecito de sacarina. La magia del Masters reditúa fantásticamente -con ganancias que jamás se difunden- y es sabido que sus autoridades no estropearían el espíritu del torneo con auspiciantes. En todo caso, que las franquicias inunden la avenida Washington Road, pero esa ya es una filosofía que está más allá de los límites del club.
Manassero, un joven amateur que dejó su huella
- El italiano Matteo Manassero, de 16 años, se convirtió en el jugador amateur más joven que participó del Masters de Augusta a lo largo de la historia. El juvenil fue, además, el mejor aficionado y el único que pudo superar el corte clasificatorio. Finalizó en el puesto 36°, con 292 golpes (+4).