Un mundo de sensaciones
La final se vivió a pura adrenalina en los palenques; pese a los altos precios, el Campo Argentino estuvo colmado
Es la antesala de un partido para la historia y en el palenque de La Dolfina, a la ansiedad se la llevó el viento. Hay cábalas, rutinas, ceremonias y mucha tranquilidad. Las modelos María Vázquez y Loly López –mujeres de Adolfo Cambiaso y Lucas Monteverde, respectivamente– visten de glamour al búnker de los de Cañuelas.
"Dejá la cámara, que es cábala", pide alguien desde adentro. La máquina fotográfica se queda sobre una de las sillas. Falta cada vez menos y los petiseros lo sienten en el cuerpo. Pura adrenalina. Como cuando un partido de fútbol entra en la definición por penales, sale la lista con los caballos que cada jugador montará en el primer chukker. Adolfo Cambiaso da su última entrevista antes de entrar a taquear y pregunta quiénes van a ser los árbitros, señal de que no había reparado en ese detalle. Muy cerca está Bartolomé Castagnola. El número cuatro prueba los tacos. Antes de montar a Toro, el caballo con el que comenzó el encuentro, recibe la visita de sus hijos. Los alza y les da un beso en la frente.
Las mujeres de los jugadores padecen los minutos previos al partido. María Vázquez va de acá para allá. Pasa unos minutos a la sombra. Se aburre y decide acomodarse bajo los rayos del sol. Es un presagio de lo que pasará durante el partido: rara vez estará quieta. Más lejos, detrás de la carpa grande en la que los jugadores descansarán entre chukker y chukker está Loly López. Ya la vencieron los nervios, por lo que decide sentarse lejos de la acción. A lo largo del encuentro mirará varias veces al cielo y se agarrará las manos, como si rezara. Su procesión va por dentro.
El palenque de Ellerstina también exuda tranquilidad. Juan Martín Nero es el primero en ir a taquear. En un vicio importado del fútbol, a Ellerstina se le pasa la hora en los movimientos previos. Uno de los jueces, Daniel Boudou –primo de Amado, el ministro de Economía–, viene a llamarles la atención: "Muchachos, ¿hacemos la presentación y después vuelven?". Los jugadores obedecen. Es tiempo de las últimas despedidas a las mujeres.
Ellas eligen quedarse sentadas con un mate, acariciando un perrito. Lejos, bien lejos de los nervios y la adrenalina que se vive a unos metros, donde empieza la cancha. Horas más tarde, por ese palenque pasará Juan Martín Del Potro para saludar a los jugadores de Ellerstina. En la final de Palermo también estuvieron, entre otros, el vicejefe de gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, y el presidente de la Sociedad Rural, Hugo Biolcati.
En el palenque, cada gol se festeja como si fuera el último. Hay aplausos y gritos de aliento. De repente, la yegua montada por Bartolomé Castagnola hace un mal movimiento y el back se cae. "¡Se quebró, se quebró!", es el grito en el búnker de los de Cañuelas. La alarma cunde entre los petiseros. Llegan los veterinarios y la jaula especial para el animal malherido. A Nina, la yegua que Castagnola había traído este año de Inglaterra, le ponen una férula en la mano lastimada. Su dueño camina cabizbajo. Abatido. "¡Vamos Lolo!", anima la hinchada. Lolo maldice su suerte.
Unos chukkers más tarde, Castagnola vive una situación especial. Levanta el taco para intentar frenar un penal de Ellerstina y en la cancha retumba una voz femenina: "Lolo, este año bajás a ocho (goles de handicap)". La mujer habla desde el balcón de su casa, que da justo a los mimbres del reloj. Castagnola responde en la cancha: minutos después de la frase de la mujer, anota el gol del empate en 14, en el séptimo chukker. "¡Tomá!", dedica Lolo, quien a partir de ese momento entabla un duelo personal con la espectadora del balcón.
La definición apretada hace que en ninguno de los dos palenques queden uñas. Los corazones juegan carreras contra reloj. Y llegan a 150 pulsaciones por minuto. Cambiaso se pierde un gol increíble en el arranque del suplementario.
Un minuto después, Adolfito y su yegua –Buenaventura– aterrizan en el césped. El jugador se retuerce en el piso. "¡Ambulancia, ambulancia!", gritan en el palenque. María Vázquez, su mujer, se sostiene los anteojos y el pañuelo mientras corre, desesperada, hacia el lugar del incidente. "¿Quién fue, quién fue?", preguntan algunos allegados al equipo. "El 1", responden otros. Cambiaso tarda un par de minutos en levantarse y volver a montar. Le duele hasta la campanilla, pero quiere revancha.
El polo se la da a a él y a su equipo, La Dolfina, minutos después. Y el búnker explota: "¡Dale campeón, dale campeón!". Telón de un mundo de sensaciones en La Catedral.
- Alberto Heguy se perdió la primera final en 50 años
Ya sea como jugador o espectador, Alberto Pedro Heguy no se había perdido ninguna final en los últimos 50 años. Sin embargo, un fuerte estado gripal le impidió trasladarse hasta la Catedral y ver el partido de los 80 goles que consagró a La Dolfina.
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