Un verdadero especialista
Alemania, tricampeón mundial, jugará el domingo su séptima definición en la Copa del Mundo; el equipo de Völler salió adelante pese a las críticas
SEUL, Corea del Sur.– Ahí está Alemania: nuevamente como protagonista en el partido decisivo de un Mundial. Increíble y contra todos los pronósticos, porque llegaba a la cita en Oriente como el grande más devaluado.
Sin embargo, hoy no hizo más que ratificar su propia historia: alcanzó la séptima final en citas mundiales, al igual que en 1954, 1974, 1990 (en las que se consagró campeón), 1966, 1982 y 1986. Además, ante Corea volvió a ponerse el traje de verdugo ante el conjunto anfitrión, ya que en 1962 derrotó a Chile por 2 a 0; dejó tambaleando a España en 1982 al imponerse por 2 a 1 y eliminó en los cuartos de final a México en 1986, al empatar 0 a 0 (4 a 1 en la definición por penales). Aunque cuidado: cada vez que dejó en el camino a un anfitrión, luego no salió campeón.
Pensar que hace dos meses eran todos malos augurios para el seleccionado de Rudi Völler. El andar irregular por las eliminatorias, algunas bajas importantes por diversas lesiones y una serie de amistosos en la que no convenció dispararon el descreimiento general y las críticas de próceres del fútbol alemán, como Franz Beckenbauer y Paul Breitner.
Con todo en contra, Alemania sacó muchísimo provecho de su condición de punto y se hizo fuerte en el Mundial de Corea-Japón desde su silencio, mientras que fracasaban selecciones favoritas, como Francia o la Argentina.
No pudo haberle calzado mejor la goleada por 8 a 0 sobre Arabia Saudita en el debut; el triunfo sirvió para acumular seguridad y despejar varios fantasmas. Además, en ese partido asomó un factor que sería decisivo de allí en más: la efectividad en el juego áereo, con Miroslav Klose como mejor intérprete.
El empate sobre la hora de Irlanda, en el segundo encuentro, descubrió debilidades, aunque llegó la ansiada clasificación para los octavos de final tras la victoria sobre Camerún por 2 a 0. Eso sí: el equipo no fue un canto al fútbol –reconocido por el propio Völler– sino que se sustentó sobre su personalidad, sobre el oportunismo de sus goleadores y sobre la figura creciente del arquero Kahn.
En la etapa decisiva, Alemania cosechó triunfos prácticos y con el plus de un gran rendimiento físico, como las victorias por 1 a 0 ante Paraguay, por los octavos de final, y frente a EE.UU., en los cuartos. Ante Corea resurgió su oficio de siempre y el domingo... ¡a jugar la final!
Corea del Sur, un premio a su ambición
SEUL (De un enviado especial).– Nunca le tuvo miedo a ningún rival. En cada partido hizo prevalecer el ataque sobre cualquier recaudo defensivo y no le pesó su condición de anfitrión. No sólo eso: también pateó el tablero de la historia y se convirtió en el primer seleccionado asiático en ubicarse entre los cuatro primeros de una Copa del Mundo.
Fue demasiado lo que hizo Corea del Sur en este Mundial; avanzó mucho más de lo previsto. El objetivo original era conseguir una victoria por primera vez en una cita futbolística de esta envergadura, luego de cinco participaciones. Pero los éxitos en cadena plantearon nuevos desafíos.
Mucho tuvo que ver en esta gran actuación el director técnico Guus Hiddink, criticado cuando tomó el cargo por darle preponderancia al aspecto físico. “El técnico del equipo de los robots”, lo llamaban. A partir de ahora, el holandés quedará en el bronce por siempre, más que nada por inculcarles a los jugadores la confianza que necesitaban y por situar al seleccionado en la elite del fútbol. Esa marea roja compuesta por millones de coreanos jamás olvidarán esta proeza futbolística.
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