Uruguay, con M de Método y no de Milagro
El escudo de su camiseta lleva cuatro estrellas. La FIFA legitimó la obtención de las dos medallas doradas obtenidas en los Juegos Olímpicos de 1924 y 1928, entendiendo que ante la ausencia de campeonatos mundiales, la competencia de los anillos aplicaba para sentirse los mejores del planeta.
Los títulos de 1930 y 1950 no admiten ni el más mínimo cuestionamiento. En el primero, es tan cierto que los europeos viajaban largas semanas en barco y se entrenaban durante ese periplo, como que a la hora de jugar su superioridad sobre la mayoría de los rivales fue aplastante. La leyenda da cuenta de alguna intimidación a Luis Monti, símbolo del equipo argentino, pero el triunfo por 4 a 2 en la final está escrito con letras de molde. De la gesta de 1950 se ha dicho y escrito todo. Desde la modesta visión de este periodista se trata de la más extraordinaria hazaña deportiva de la historia. Jules Rimet rompiendo su discurso de cierre felicitando a los brasileños, las palabras del "Negro Jefe" Obdulio, el karma del arquero Barbosa y el gol de Ghiggia inmortalizado en sus propias declaraciones: ¨las únicas tres personas que hicimos callar al Maracaná fuimos el Papa Juan Pablo II, Sinatra y yo".
La historia de la "garra charrúa" está repleta de enormes recuerdos, sin embargo su mérito más grande es tener a esas historias míticas como faros que guían su camino, pero no vivir de ellos. El tiempo presente siempre está más vivo que nunca y ésta Copa del Mundo no hace más que ratificar la idea de trabajo integral, proyección a largo plazo, planificación y desarrollo desde las bases.
El fútbol uruguayo tiene severas dificultades estructurales que redundan en el desarrollo de sus promesas. Aún con el crecimiento de clubes como Defensor o Danubio, únicos equipos que rompieron el duopolio de Peñarol y Nacional en los últimos ¡20 años!, el dominio de los grandes hace del fútbol local algo absolutamente previsible. Ni que hablar de los campos de juego y las dificultades para retener a las promesas incipientes que surgen cada año. Las consecuencias se observan en la Copa Libertadores en donde las chances de figuración destacada, son cada vez más esporádicas. Afrontando ese panorama complejo, la selección siempre se las ingenia para ser noticia. El Maestro Óscar Tabárez capitanea el barco de "la celeste" desde hace doce años. Por supuesto que en el camino se encontró con dificultades. Nada garantiza el éxito a perpetuidad pero la formación de jugadores desde los seleccionados juveniles hecha por Uruguay, es un gran espejo en el que el fútbol argentino debería volver a mirarse, para recuperar los tiempos gloriosos de José Pekerman. Tan cerca y tan lejos de aquello, la nostalgia y el dolor de "ya no ser" son un cachetazo doloroso para el conjunto albiceleste en el que luego de la generación que ganó el Mundial de Canadá 2007 con Banega, Dimaria, Mercado, Romero y Agüero ya no se volvió a producir sucesores en cantidad y calidad. Solo Pavón y Tagliafico incursionaron en estos años en algún conjunto sub 20. Suena como lo que es: lapidario.
Del plantel actual que dirige el "Maestro" hay de todas las edades y de diversos mundiales juveniles. Muslera, Cristian Rodriguez, Godín y Stuani jugaron el Sudamericano de 2005 en Colombia. De Canadá 2007 surgieron Suárez, Cavani y Martín Cáceres. El mundial de Egipto de 2009 lo jugaron Coates y Campaña. Matías Vecino es un producto del Mundial 2011 de Colombia, mientras que en el subcampeonato de Turquía en 2013 que perdió la final por penales frente a Francia estuvieron Giménez, Laxalt, De Arrascaeta, Gastón Silva y Guillermo Varela. La lista sigue con Nahitán Nández que jugó en Nueva Zelanda 2015 y finaliza con Rodrigo Bentancur que participó de la competencia en Corea del Sur 2017. Además Álvaro Pereira, Gastón Ramírez, Abel Hernández, Nico Lodeiro y Diego Rolan también fueron parte de los equipos juveniles y de los seleccionados que compitieron en los mundiales de mayores previos al actual de Rusia.
De las últimas cuatro citas mundialistas, Uruguay estuvo, como mínimo, en cuartos de final en tres de ellas. Está claro que nada garantiza el éxito, que campeón del mundo es uno solo y que los mundiales son traicioneros, pero saber competir también es formarse con la camiseta nacional desde adolescente y ese trabajo superador Uruguay lo hizo con método, paciencia y ojo clínico.
Nada les frena su ímpetu y cuanto más alto es el desafío más confían en hacer cumbre y plantar su bandera. Son clásicos pero no antiguos. Son serios pero no solemnes. Tienen casi cuatro millones de habitantes pero su épica se multiplica de modo exponencial. Tienen el arcón de recuerdos repleto de nombres propios. El Centenario, el capitán José, los olímpicos, Obdulio Varela, Mazurkiewicz, Diego Forlán, el Mundialito del 81, Francescoli, Máspoli. La lista es eterna. Adoran su historia pero se rebelan ante la idea de atornillarse al pasado. Una vez más se sientan a la mesa chica de los ocho cuarto-finalistas de un mundial. Las estrofas del himno que repiten a voz en cuello pone de manifiesto aquello del "sabremos cumplir", pero el grito de cada victoria es tan solo una frase que merece un cierre más a tono con su trabajo y su presencia perenne.
Rusia 2018 vino a confirmar lo que siempre sabemos. Como siempre: ¡Uruguay nomás…ni menos!
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