Vestirse de héroe, el hábito de Benjamín Madero para que el SIC gane el clásico
Hizo un try y una conversión en el agónico e inolvidable triunfo sobre el CASI; jugó media hora y terminó con la cabeza vendada
Tantas veces héroe, una y mil veces cruzó por su cabeza la imagen de sus brazos en alto celebrando un triunfo sobre el cierre del partido. Fueron flashes, recuerdos, vivencias. Benjamín Madero, apertura del SIC, bien sabe de qué se trata convertirse en el verdugo de su adversario de siempre. Y ayer volvió a conseguirlo segundos antes de que el árbitro eleve su brazo para marcar el cierre.
Otra vez gracias a la pericia de uno de sus emblemas, San Isidro Club hizo suyo el clásico ante el CASI por 31-30. Con diversos condimentos, con un cruce al que no le faltó absolutamente nada, con mucho en juego y con los visitantes en ventaja durante la mayor parte del partido. El SIC se fue victorioso en un cierre pasional, quedó más cerca de la clasificación a las semifinales y complicó a su histórico rival en la zona baja de la tabla.
La experiencia y el peso de la historia de Madero, quizá, resultaron determinantes para que el angustioso desenlace quedara a su favor en el clásico del rugby argentino. Fue en la última jugada que los zanjeros se apoderaron de un encuentro inolvidable con un try y la conversión del propio Madero, que volvió tras una lesión y apenas le bastó media hora para convertirse en el héroe del SIC.
Para Madero, esto de transformarse en el hombre destacado del derbi de San Isidro y que todas las miradas se centren en él no es una novedad: en el duelo de julio de este año, cuando el SIC venció 14-0 en La Catedral, el apertura convirtió todos los puntos. Tiempos más lejanos en el calendario, en 2012, lo vieron anotar un drop salvador que le dio el éxito al Tricolor por 15-13. El don de los elegidos.
El protagonista estelar de la película que ayer se vivió en San Isidro bien pudo ocupar un papel secundario en la trama frente al archirrival. Primero, porque Madero se sentó en el banco de suplentes tras recuperarse de una lesión que le demandó tres semanas fuera de las canchas (fue operado de los meniscos de la rodilla izquierda). Después, porque al rato de haber ingresado recibió un golpe en la cabeza que le provocó un corte de siete centímetros y lo obligó a colocarse un casco. “Me tiré a buscar una pelota que boyaba y no tengo idea contra quién choqué. Me toqué y estaba bañado de sangre. Por suerte no terminé mareado”, contó.
El último viernes, como es habitual, el N° 10 (que ayer lució la camiseta 21) pudo llevar a cabo una de sus costumbres previa a los partidos: practicar patadas a los palos. Mientras Francisco Piccinini y Martín Brousson palpitaban para La Nación la previa del clásico, a pocos metros y en solitario el apertura ensayaba vestido con una camiseta del seleccionado argentino de fútbol. Piccinini también lo soñó: “Miralo. Si lo precisamos, Benja va a entrar. Es clave”, aseguraba el capitán mientras lo observaba de reojo. Un día después, el guión les reservó un papel protagónico. “Todo esto me lo imaginé, de verdad. Pero del sueño a la realidad hay una distancia enorme”, confesó Madero, que en la última semana se acercó al entrenador Santiago González Bonorino y le rogó: “Al menos quiero estar dos minutos adentro de la cancha. Yo sé que una voy a tener”. Y le quedó, nomás: en la fase número 27 de la última jugada del encuentro, Madero recibió a la salida de un ruck y voló en palomita para zambullirse en el ingoal. “Cuando me cayó la pelota en las manos no lo podía creer”, se sincera.
Hostigado permanentemente por las lesiones, Benja sacó a relucir su temple y la confianza que se tiene en todo momento. Lo que atravesó con su rodilla en las últimas semanas parece una pequeñez luego de las adversidades que supo dejar atrás. Sufrió con la rotura de ligamentos de la rodilla izquierda en 2015.
“Estoy cansado. Hace mucho tiempo que no puedo jugar con normalidad. No sé si sigo”, llegó a confesar en aquellos días. En 2013 la maldita había sido la derecha, que también lo había castigado en 2009. Por la cabeza de Madero se habrá cruzado también la temporada 2008, cuando fue promovido a la Primera con apenas 19 años. El hijo de Rafael, histórico estratego del club, empezó en la preintermedia y no salteó etapas hasta encontrar su espacio. “Estoy feliz. Estábamos convencidos de que lo íbamos a dar vuelta. Lo charlamos en el entretiempo”, contó.
Madero volvió a ser determinante en un derbi y tuvo su momento de regocijo con uno de los mayores premios del año. Fue el artífice para que el SIC se adueñara de un clásico que sin dudas entrará en el lote de los históricos. “Más no puedo pedir”, cerró el héroe de la jornada. Una vez más.