We are the Champions
Liverpool está a veinticinco segundos de coronarse otra vez campeón inglés. A solo una jugada de lograr su décima Liga en quince años. Es el 26 de mayo de 1989 y Anfield ya se viste de fiesta. "Campeones, campeones", canta The Kop. El patrocinador Barclays dispone que el champán inicie su camino al vestuario ganador. Pero sucede lo imprevisto. En la última jugada del partido, Arsenal marca el 2-0 que necesita. Sale campeón después de dieciocho años. El domingo pasado se cumplieron treinta años de la que el fútbol inglés recuerda como una de las definiciones más dramáticas de toda su historia. El gol de Michael Thomas enloquece al escritor Nick Hornby. Le produce un éxtasis mayor que un orgasmo y que el nacimiento de un hijo. Previsible lo primero, esperado lo segundo. El gol, en cambio, dice Hornby, ha sido imprevisto. Y, además, deriva en fiesta colectiva. Hornby lo cuenta en "Fever Pitch" (Fiebre en las gradas), libro de culto sobre la pasión en el fútbol inglés. Pero el Liverpool-Arsenal de 1989 es recordado por otro motivo acaso más trascendente. Porque es "The last game" (El último partido) de la era hooligan, según lo describe otro libro de Jason Cowley. El fin de una era salvaje. Y el nacimiento, pues, de la era de la Premier League, la liga que hoy está en la cumbre porque cuatro de sus mejores representantes monopolizan finales europeas.
"El último partido" se jugó apenas después de Hillsborough, la masacre del 15 de abril de 1989, negligencia y maltrato policial que provocó la muerte por asfixia de 96 hinchas de Liverpool y que cambió todo. Por eso, ese año, los jugadores de Arsenal entraron a la cancha con flores que regalaron a las tribunas. Y los hinchas de Liverpool, pese a la decepción por el título perdido en el último segundo, permanecieron en la premiación para aplaudir al nuevo campeón. Gestos que simbolizaban el final de la era más violenta. Y algo más. El partido se jugó lunes por la noche, pero la trasmisión televisiva superó los ocho millones de personas. Rupert Murdoch vio el filón. Sus millones sacaron al fútbol de la TV pública y compraron exclusividad. Globalizaron a una Liga que hasta 1978 prohibía jugadores extranjeros. Y hasta 1983 televisación en directo. Con la TV de pago de mecenas, la Premier es hoy la Liga más millonaria y globalizada del mundo.
Hay que leer los libros de David Conn para comprender el nacimiento formal de la Premier League en 1992, en años de Margaret Thatcher. "Si usted quiere leer sobre un escándalo nacional que la prensa británica ha ignorado -aconsejó Jimmy McGovern en The Observer- compre ya mismo este libro". "The footbal business" habla de estadios modernizados gracias a créditos públicos y desregulaciones financieras que ayudaron al arribo de magnates de Estados Unidos, oligarcas rusos, jeques árabes y aventureros varios. Muchos de ellos ignorantes del fútbol. Avisados de que la TV pagaría oro, metieron a sus clubes en la Bolsa y ganaron fortunas con la especulación bursátil. El fútbol inglés siempre entendió el negocio. Allí está Aston Villa, ascenso flamante, impulsor ya en 1888 de una Liga de clubes más profesional, independiente de la Federación. Pero hay que leer a David Goldblatt para entender hasta dónde llega la codicia actual. Y atender reclamos de agrupaciones de hinchas como The Spirit of Shankly, del propio Liverpool, que impuso huelgas en protesta por el encarecimiento brutal de los boletos. "Cerdos -decía un cartel que atacaba a los anteriores dueños estadounidenses del club- repartan la riqueza".
¿Y el fútbol? En 2015, la Premier no clasificaba a ninguno de sus clubes siquiera a cuartos de final de la Champions. Y la selección inglesa se despedía del Mundial 2014 en primera rueda. Pero algo cambió. Y mucho. Obligados por la UEFA, los clubes ordenaron la riqueza. Y el aporte extranjero mejoró el juego. Mundiales juveniles. Semifinal de Rusia 2018. Y ahora Chelsea-Arsenal que definen hoy Liga de Europa en Bakú y Liverpool-Tottenham el sábado la Champions en Madrid. Todos con mayoría de jugadores y técnicos no británicos, una lista que incluye a Mauricio Pochettino, DT de Tottenham. Y también a Pep Guardiola con su Manchester City, campeón de todo dentro de casa. Aquella definición de 1989 en Anfield tenía apenas a dos extranjeros en campo, ambos arqueros. Presuntuosa, la cuna del fútbol, así como ignoró primero a la FIFA y su Mundial inaugural de Uruguay 1930, repitió desprecio con la UEFA creada en 1954 en Suiza. La Federación inglesa ordenó al campeón de 1955 (Arsenal) que no jugara esa primera Champions. Hoy, al ultranacionalista Nigel Farage, líder Brexit, ganador en las elecciones del domingo pasado, amante del más británico cricket, el fútbol le importa poco. Le interesa algo más al conservador Boris Johnson, posible nuevo premier. En 2004, cuando la responsabilidad policial de Hillsborough ya estaba clara, Johnson, como editor de la revista Spectator, ordenó un editorial que culpó de la masacre a los "alcoholizados fanáticos de Liverpool". Debió disculparse. Su Brexit, claro, excluye al fútbol que ahora reina en Europa. "No es el momento para los perdedores –canta Freddie Mercury–, porque somos los campeones del mundo".
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