¿Y ahora qué?
"En 2014 todavía no gané nada." El periodista le pregunta a David Nalbandian cómo hace un deportista top para mantener el deseo de querer seguir ganando año tras año. Nalbandian, en ese momento ya ex tenista, dice algunas palabras, pero, oportuno, cede el micrófono a Rafael Nadal , que está a su lado. Y Nadal, ganador de 60 títulos, 8 veces campeón en Roland Garros, 2 en Wimbledon, 2 en el US Open, 1 en Australia, 26 Masters 1000, 4 Copas Davis, oro olímpico y otra vez número 1 del mundo, con 27 años de edad, avisa que él, un "guerrero sin emociones", que compite sin escuchar las ovaciones para concentrarse en cómo volver a ganar el punto siguiente, se despide del año también a su modo. Sabe que, otra vez, habrá un rival que se prepara para quitarle el trono en la próxima temporada y que él deberá recomenzar entonces nuevamente de cero: "En 2013 -dice- gané todo, en 2014 todavía no gané nada".
Seguramente todo comenzó de niño. De cuando Toni Nadal, tío y entrenador, arrancó una pancarta festiva que recibía en Mallorca al campeón en Sudáfrica de un torneo Sub 14 y le ordenó al niño Rafa que el entrenamiento de mañana comenzaría a las 9, como siempre. O cuando tres años antes, tras coronarse campeón español sub 12 y en medio de la felicidad familiar, llamó a la Federación para tener la lista de los 25 campeones previos. "Fulano de tal. ¿Lo conoces? No", comienza a leerle el tío Toni a Rafa en voz alta, delante de toda la familia. "¿Y a este otro? No. ¿Y a éste? Tampoco." Sólo cinco nombres de los 25 habían alcanzado luego un nivel decente en el profesionalismo. "¿Te das cuenta Rafael? Tus probabilidades de llegar a ser un profesional son una entre cinco. No te emociones tanto. Queda mucho por recorrer y depende de ti." Lo cuenta Nadal en su libro autobiográfico escrito por John Carlin. Así tal vez se comprenda una respuesta de Nadal en plena euforia tras su primer triunfo en Wimbledon, en 2008, cuando dijo que Roger Federer, su vencido, seguía siendo el mejor del mundo. "Él ha sido campeón aquí cinco veces, yo sólo una."
Igual que con Federer, Nadal demostró con Novak Djokovic que, por feroz que sea la competencia, el divismo, casi siempre, es innecesario y suele estar a un paso del ridículo
Igual que con Federer, Nadal demostró con Novak Djokovic que, por feroz que sea la competencia, el divismo, casi siempre, es innecesario y suele estar a un paso del ridículo. Es acaso el principal mensaje que deja el paso por Buenos Aires de los dos mejores tenistas del momento, mucho mejor que la pobre exhibición que sus cuerpos agotados y agobiados por el calor ofrecieron el domingo en La Rural, a precio de oro e instalaciones incómodas. El 1 (Nadal) se ríe cuando el 2 (Djokovic) lo imita burlón. El 2 se para y aplaude cuando el 1 entra a la cancha. El sábado, antes de divertirse y divertirnos juntos jugando doble, el 2 le seca la transpiración al 1, en pleno show, cómplice con el jugador que acababa de quitarle el trono. Y al que muy probablemente, según creen muchos especialistas, él volverá a destronar tal vez ya en 2014. El mensaje se potencia si se advierte, además, que ambos son también campeones de Copa Davis. Y que lideran equipos que comparten con jugadores de cartel. "Una oportunidad perdida", dice Nadal sobre la Davis que la Argentina, en cambio, sigue sin ganar. Lo dice al admitir que, tras algunas oportunidades desperdiciadas, será más difícil ahora tras el retiro de Nalbandian, "uno de los jugadores más completos de cualquier era", como lo describió el sábado un muy elogioso artículo en The New York Times.
Nalbandian, como en su momento sucedió con Gaby Sabatini, no parece de aquellos que puedan sentir el retiro de modo traumático. Sí lo sufrió José Luis Clerc, al punto de que, según confesó alguna vez, pensó hasta en el suicidio. "La historia no la hacen los cobardes", llegó a decir cuando le preguntaron sobre el retiro Guillermo Vilas, que, en cambio, eligió seguir jugando hasta la eternidad. El retiro fue calificado alguna vez como el "último adversario" de campeones que, en el momento de oro, se sienten a sus veintitantos años obviamente invencibles, y también inmortales. ¡Cómo no sentirlo! Todos los fines de semana, los héroes del deporte reciben baños de ovaciones de multitudes que corean su nombre en estadios repletos. Cuentan que Marylin Monroe, feliz porque en 1954 miles de soldados la habían ovacionado, le comentó a su marido lo "maravillosa" que había sido su visita "patriótica" a las tropas que luchaban en Corea. "Nunca has oído tales vítores", le dijo Marylin. "Sí que los he oído", le respondió su marido. Era Joe Di Maggio, hasta unos años antes el hombre más famoso de Estados Unidos, beisbolista inmortal.
"Es como traer juntos a los Rolling Stones y U2", dijo uno de los organizadores de Buenos Aires, que destacaba la presentación conjunta de Nadal y Djokovic. Pero, a diferencia de la música y de otras artes, la competencia, en el deporte, es directa. Y no se mide por gustos, sino por puntos. Hay un número 1 como Nadal y un 2189, como el alemán Sami Reinwein. Y semana a semana se puede subir o bajar del ranking. Un número determina siempre el rendimiento. No hay modo de disimular. El deporte de alto rendimiento es un mundo de emociones populares, pero dominado también por resultados, tiempos y distancias. Y por "jubilados" precoces. Sucede en todas las disciplinas. Individuales y colectivas. Además, la ilusión es una cosa. La conquista, otra. "Era más lindo soñarla que tenerla", contó alguna vez Diego Maradona tras ganar la Copa de México 86. En 1978, la Argentina se acababa de coronar campeón mundial en fútbol. Siempre nos habíamos creído los mejores, nunca lo habíamos sido, hasta esa final 3-1 contra Holanda en el Monumental. Es un país casi entero que, aun en tiempo de muerte, explota en pueblos y calles. Pero en el vestuario argentino, pasadas la batalla de 120 minutos y la locura del ansiado título, hay silencio. Jorge Olguín, casi abatido, sentado en un banco, mira al técnico César Menotti y le dice: "¿Y ahora qué?".
El espectáculo pide cada vez más, acorde con las exigencias de los nuevos tiempos. Pero la materia prima, el deportista, el hombre, es siempre la misma. "Los actores nos despojamos al menos de los personajes. Pero a los ídolos deportivos -dijo una vez el actor francés Gérard Depardieu- se les demanda ganar siempre, y ellos, para estar a las alturas de la exigencia, sacrifican su parte humana." Si llegan es porque tienen el "instinto asesino". Si no suben al trono es por "falta de hambre". "No ganaste plata, perdiste el oro", decía Nike en los Juegos Olímpicos de Atlanta 96. "Necesito que me necesiten", confesó una vez Diego Maradona, que se retiró y tuvo más vueltas que el Rocky de Sylvester Stallone. A veces son víctimas, a veces victimarios. No los dejamos irse. No queremos que nos dejen solos. No sabemos que, aun cuando las multitudes lo aman, el ídolo puede estar sufriendo tormentos imparables. Le sucedió, entre muchos otros, al brasileño Garrincha, que una y otra vez volvía a emborracharse para salir de la depresión crónica hasta que murió, en 1983, con 49 años. Hay miedos más silenciosos. "Nosotros -me dijo hace unos años Roberto Perfumo- pasamos veinte años con miedo a que nos saquen el puesto. En cada pibe que entra en el vestuario uno ve a un ladrón." Y eso que Perfumo era un duro, como Rubén Suñé, capitán de Boca que, en plena depresión posretiro, intentó el suicidio. "La principal mentira que vendí -contó Suñé- fue la de mi personalidad. Les tenía terror a los silbidos de la gente."
Hay relatos de boxeadores que, mucho más que a los golpes, también le temen a la reprobación del público. Floyd Patterson se disfrazaba para evitar la vergüenza. "Matarás aquello que amas o lo que amas terminará matándote a ti", leyó Mike Tyson a Oscar Wilde, hasta que por fin asumió el retiro. El escritor colombiano Alberto Salcedo se acercó una tarde por la espalda al ex campeón mundial Antonio Cervantes, Kid Pambelé, en permanente crisis tras el retiro. Vio que el ex campeón, que lo esperaba sentado en un bar, se la pasaba escribiendo su propio nombre. "Kid Pambelé, Kid Pambelé, Kid Pambelé?" "¿Por qué lo haces?", le preguntó. Pambelé esquivó la respuesta. El periodista debió insistir una y otra vez: "Te iba a regalar una dedicatoria -le contestó- y estaba practicando la firma".
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