Ya no había conejos en la galera
El periodista del diario As que lo entrevistaba se rindió. Había intentado clavar los colmillos una y otra vez, pero aceptó que el título urticante que soñaba sería imposible. ¿Es más difícil marcar goles en Barcelona o en el Madrid?, le preguntó. "Es igual de difícil en ambos", respondió Javier Saviola. ¿Se vive más el fútbol en Madrid o en Barcelona? "Son dos públicos muy exigentes." Que Laporta –entonces presidente de Barça– dijera que su rendimiento en cuanto a títulos había sido nulo, ¿qué le dice? "No me dolieron sus palabras; no tengo rencor hacia nadie." Es imposible conducir a Saviola al terreno del debate o las controversias. Lo envuelve un halo de comprensión que contrasta con la histeria y las polémicas que alimentan el circo.
Lo cedieron a préstamo, lo olvidaron en el banco, lo utilizaron en los minutos basura de un partido y hasta lo aguijonearon con las palabras. Pero de Saviola no esperen que explote. Alguna tarde en el barrio Chamartín, Valdano lo retrató con su natural genialidad: "No he conocido ningún suplente de esa categoría con más nobleza". ¿Acaso alguien escuchó a Saviola reclamarle algo a Bielsa por no llevarlo al Mundial 2002 cuando el Conejo disfrutaba de un altísimo consenso popular? ¿O a Pekerman, cuando luego de ser el delantero de mejor rendimiento en la Copa 2006 ni entró en el decisivo choque con los alemanes? Siempre en puntas de pie, ayer eligió despedirse de River.
Saviola pudo ser más. ¿Quiso ser más? Quizás algo de avaricia lo guió por clubes y mercados que fueron apagando su magia y apetito. Estrella por pocos años, su versión atrevida y desafiante sólo se disfrutó con cuentagotas y hasta mediados de la década anterior. Jamás se le borró ese aspecto de niño angelical. Casi una alegoría: no escapó del diminutivo Saviolita. Siempre con canillas de gorrión, pero hace tiempo había perdido el veneno de serpiente. Volvió tarde a River, el crack se había consumido hace tiempo. Pero no se engañó, ni culpó a nadie. Cero pirotecnia. Simplemente agradeció y se marchó. El jugador ya no estaba, pero el hombre fue el de siempre.
jt
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