Ahora viene la batalla del poder adquisitivo
Todavía no volvió todo, pero sí volvió mucho. Ya abrieron los restaurantes, los bares, las peluquerías, los gimnasios, los consultorios médicos, los centros de estética, los shoppings e incluso sus patios de comidas. Una de las incógnitas que más inquietaban a la población fue develada: se podrán celebrar la Navidad y el Año Nuevo. Muchos estaban ansiosos por otro gran interrogante, que ya tiene respuesta: para quienes puedan y quieran, habrá temporada de verano. Para ellos en breve regresarán la playa, el mar, las sierras, las montañas y el camping.
En simultáneo, en los parques y plazas que oficiaron como un salvoconducto para la resistencia emocional, el sol continúa irradiando un brillo salvador. La proximidad del verano abrió la ventana de oportunidad. Finalmente llegó la posibilidad de "salir". Volvió "la calle". Y con ella, "la realidad". Ahora comienza la batalla del poder adquisitivo.
Uno de los postulados básicos de la teoría de la decisión es que una decisión existe en tanto y en cuanto resulte una de las opciones posibles entre varias. Sin alternativas, no hay decisión. La cuarentena generó una ilusión de poder adquisitivo por la escasez de posibilidades. No se puede gastar en lo que no existe. Si sumamos recreación, cultura, restaurantes y hoteles –todo cerrado–, transporte –muy limitado– e indumentaria y cuidado personal –sin libido por la falta de socialización–, el 39% del gasto promedio de un hogar estuvo durante meses prácticamente "fuera de juego".
Adicionalmente, por la falta de actividad, la inflación se moderó. En abril y mayo fue de "apenas" 1,5% mensual. Mientras la economía enfrentaba los dos peores meses de su historia, cayendo 26,4% y 20,6%, respectivamente, aquellos que lograron mantener su empleo sentían que, de pronto y sin entender del todo bien ni cómo ni por qué, su dinero les rendía más que antes. Totalmente contrafáctico. Una más de las tantas distorsiones de la pandemia. Y frente a tantas malas, no tenía sentido reflexionar demasiado sobre una buena. Por el contrario, se le sacó provecho tanto para saldar deudas como para permitirse algunos gustos que mitigaran la angustia.
Límites al dinamismo
Nada es lineal ni simple en la conjunción de pandemia y cuarentena. Es un tiempo lleno de paradojas y contradicciones. La progresiva apertura debería permitir que la actividad gane dinamismo. Y de hecho, está sucediendo. Basta salir a la calle para comprobarlo. El punto es con qué límites se va a encontrar el proceso.
La economía argentina entra ahora en una carrera contra el tiempo entre la recuperación y la restricción. Al "abrir", la ilusión que contribuyó a la supervivencia durante el confinamiento se desvanece. Cuando regresan las opciones para gastar, se percibe con más claridad lo obvio: de ningún modo lo que pasó podía ser "gratis".
Al analizar lo que sucedió con el ingreso real de las familias, que se compone tanto de la evolución de los salarios como de la cantidad de personas que tienen trabajo en esos hogares, y compararlo con la inflación, todo según los datos oficiales del Indec, puede apreciarse que los ingresos promedio de los argentinos perdieron en el segundo trimestre del año un 11% de su poder de compra.En ese momento el dato pasó casi desapercibido. Pero ahora se hará sentir.
En primer lugar, porque difícilmente haya mejorado demasiado en los meses posteriores. Por un lado, porque con la apertura la inflación comenzó a acelerarse. En septiembre fue del 2,8% y en octubre, del 3,8%. Y por otro lado, porque la falta de empleo opera como un freno de mano para el crecimiento.
La tasa de desempleo pasó del 10,4% en el primer trimestre del año al 13,1% en el segundo. Son 2,3 millones de personas que buscaron, pero no encontraron trabajo. Adicionalmente, 4 millones de personas salieron del sistema laboral. Directamente dejaron de buscar. Se supone que con la suba del nivel de actividad buscarán reinsertarse. ¿Cuántos lograrán hacerlo en una economía que caerá este año alrededor del 12% y que el próximo, si todo saliera razonablemente bien, crecería entre un 4 y un 5%?
En ese escenario de recuperación importante, pero moderada –no llegaría a ser la mitad de lo que se perdió este año–, se expresarán las tensiones entre deseos y posibilidades. Y también las heterogeneidades. Algunos sectores económicos y algunas personas verán cómo su situación mejora, pero otros no. Incluso algunos que tal vez se vieron beneficiados por el confinamiento sentirán que de pronto "algo pasó", sin comprender muy bien qué. Es el efecto de la "manta corta". Lo que recupere "la calle", alguien lo perderá.
En su último libro, De la ligereza, Gilles Lipovetzsky, el mayor filósofo global del consumo, describe sin hacer un juicio moral sobre ello la búsqueda de lo ligero, lo liviano, lo lúdico, lo hedónico como un paradigma que se impone en el estilo de vida global: el disfrute como mantra. "Con la reducción progresiva del tiempo laboral y el aumento del nivel de vida, los individuos dedican cada vez más tiempo y dinero al ocio y a las diversiones. El ciudadano de nuestros días no consume en abundancia solamente objetos, imágenes y viajes, sino también risas y buen humor".
Complejidades ocultas
Sin embargo, advierte sobre las complejidades ocultas del modelo. "Aunque la sociedad consumista se consolida bajo el signo de la ligereza, está lejos de conseguir dar forma a una vida propiamente despreocupada. La paradoja es notable: cuanto más fluido es el orden del consumo, más sentimos sobre nuestra vida una pesadez de nuevo cuño. La ironía es que en el presente es la ligereza lo que nutre el espíritu de pesadez. Pues el ideal de ligereza se acompaña de normas exigentes de efecto agotador y a veces deprimente. Y es más pesado no ser felices en una civilización que celebra el ideal de la ligereza hedonista. Nuestro mundo ha dado a luz deseos de felicidad imposibles de satisfacer".
Ahora que podemos, ¿tomamos algo en un bar una par de veces a la semana o nos compramos un jean en el shopping? ¿Nos vamos de vacaciones o pintamos la casa? ¿Tarjeteamos en 12 cuotas sin interés o mejor primero liberamos un poco el cupo y pagamos el total en lugar del mínimo? ¿Qué necesitamos más, la laptop para el home office o la heladera que nos tienta porque está valuada a dólar oficial? ¿Seguimos consumiendo nuestras marcas preferidas o bajamos un escalón y aprovechamos para salir más seguido? Estas son algunas de las nuevas preguntas que ganan espacio en la agenda.
"La plata no alcanza" es una frase que registramos en nuestros estudios cualitativos desde el año 2012, cuando la economía entró en un proceso de alta inflación y estancamiento. Desde entonces, tuvo mayor o menor intensidad de acuerdo con los vaivenes de cada año, pero nunca pudo salir de la conversación.
Otra vez se está haciendo muy audible. La alegría de la salida viene acompañada por la frustración de comprobar una vez más que, en una economía que no crece, "todo no se puede".
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