Ante la gran oportunidad de lograr un cambio cultural
La historia argentina se desarrolla en ciclos de diez años, con cada período reaccionando a los excesos del anterior. Cada quiebre es abrupto y sin continuidades, con cambios legislativos pronunciados, que instauran nuevos órdenes concentrados en la coyuntura, y giran en los últimos tiempos en derredor de cuestiones recurrentes: la seguridad, la economía y la corrupción.
Se podría decir que los esfuerzos de nuestros gobiernos han atendido más las consecuencias que las causas. Dicho de otro modo, hace años ya que las políticas no son de Estado, sino que están marcadas por la dictadura del instante y las encuestas. En parte es comprensible, porque en el largo plazo todos estaremos muertos.
Pero si hay algo que diferencia a un buen gobierno de un gran gobierno es su vocación por no atender sólo las circunstancias concretas, que inevitablemente llevan al oportunismo y la ramplonería, sino por proyectar sobre los relieves de la realidad algunos objetivos superiores cuyo logro implique su transformación profunda, aunque sea lenta y gradual. Y con el costo de sacrificar a veces el reconocimiento inmediato a favor del juicio de la historia.
No se trata tanto de cambiar el sistema de limitaciones conformado por las leyes, que moldean de manera estática, sino de dar primacía a las instituciones, que modulan con dinamismo y promueven un cambio cultural, de raíz, en los modos de actuar morales, jurídicos y políticos. De incitar un acontecimiento en el interior de los ciudadanos, en el espesor de la sociedad, para lo que se requiere una conducta seria y repetida en el tiempo, que debe empezar desde el Gobierno, en la comprensión de que no hay una contradicción entre gobernar eficazmente y someterse al funcionamiento institucional sin vericuetos ni tangentes.
El desafío en la Argentina es mayúsculo por varias razones. Nadie expresó mejor que Martínez Estrada nuestra psicología, al referir a la legendaria viveza criolla, tan bien representada por el truco, el único juego donde se premia y exalta la mentira. Nuestro prototipo no se cambia de un día para el otro. Menos todavía con la crisis de representatividad que afecta a nuestros partidos políticos, especialmente a los tradicionales, que no han sabido adaptarse a las velocidades infinitamente rápidas que atraviesan la actualidad; o lo hacen de un modo cínico, ofreciendo distintos ideales conforme al paladar y a la necesidad del momento. O de los nuevos, que no terminan de definir su carácter y estilo, en base a falsas dicotomías entre nueva y vieja política, todo lo cual entorpece la percepción de la legitimidad de las decisiones.
No es una utopía
Aún cuando puede parecer utópico para los que se precian de pragmáticos, se trata de algo muy concreto: un gobierno sin un marco conceptual es simplemente un gobierno a la deriva. Así entonces, si la Justicia no funciona a tiempo, con independencia de los otros poderes pero con la mirada en la realidad, difícilmente se logren soluciones definitorias y no tan solo anestésicas en el plano de la seguridad y la corrupción.
Es simple: si la Justicia anda bien, aunque todo ande mal, todo puede andar bien, porque los conflictos se dirimirán eficazmente y los corruptos y los narcotraficantes irán presos. Si con las normas de defensa de la competencia y protección del consumidor no se sientan las bases para el desarrollo de una concurrencia franca que beneficie a los consumidores con mejores precios y servicios, podrán venir inversiones, la mayoría oportunistas, pero nos perderemos aquellas comprometidas, que vienen para quedarse e integrarse al país.
Si no se modifica el sistema impositivo, reduciendo la presión insoportable sobre los ciudadanos y asegurando, como contrapartida, con una ley de coparticipación el uso claro y justo de los recursos públicos por parte de los tres niveles del Estado, estaremos sentando las bases para un nuevo blanqueo o una crisis de deuda futura de proporciones.
Los ejemplos abundan para las tres preocupaciones mayores de los argentinos, que están tan vinculadas que se acicatean unas a otras. Las oportunidades no; son únicas y no se repiten seguido en la historia.
Este gobierno y todos los argentinos tenemos la gran oportunidad de lograr hacer un cambio cultural que, de una vez por todas, nos saque del péndulo iterativo de los extremos, de las discontinuidades, saltos y rupturas tan dolorosos. Debiéramos aprovecharla de una vez.
El autor es abogado