Opinión. Bancarización para el crecimiento con inclusión
Por Zenón A. Biagosch Para LA NACION
El neologismo "bancarización" designa el nivel de acceso y de uso de la población de los servicios bancarios básicos. En la Argentina, esa bancarización aún es baja, ya que, por ejemplo, un cálculo aproximado estima que quienes hacen transacciones habituales a través del sistema bancario son alrededor de un tercio de nuestra población económicamente activa (PEA), nivel inferior al de Brasil o Chile, con alrededor del 50% de la PEA bancarizada y al de Estados Unidos y España, donde opera con los bancos más del 80% de la PEA. Lograr una mayor y mejor extensión y profundidad de esa bancarización hace al bien común y al interés de todos los argentinos, no sólo al de los bancos, y ello requiere, entre otras condiciones, instalar este tema en el debate público.
Depósitos y créditos
Los depósitos y los préstamos al sector privado como porcentajes del PBI son algunos de los indicadores que miden el grado de bancarización de una economía y en el sistema bancario argentino, a diciembre de 2007, los depósitos representaban el 23,2% del PBI, valor superior al del 2003 pero muy inferior al que se registra en países como España (83%), Australia (68,7%), Canadá (60,5%), Italia (58,2%) o Chile (37,8%); mientras que el crédito bancario al sector privado equivalía al 12,4% del PBI, muy por encima del 8% del 2003, pero muy por debajo del nivel de países como España (105%), Australia (92,4%), Italia (81,4%), Canadá (67,8%) o Chile (61%).
Esos niveles de depósitos y créditos no pueden sorprender considerando que en los últimos veinte años de nuestra historia económico-financiera hubo inmovilización y confiscación de depósitos (1989 y 2001), hiperinflación (1989 y 1990), mega devaluaciones (1989,1990,1991 y 2002) y cesación de pagos, "corralitos" y "corralones" mediante (2001), lo que influyó para que algunos bancos, algunos clientes y el propio Estado rompieran los pactos implícitos y explícitos que desde siempre, en todos los lugares y ya desde el nacimiento del moderno sistema financiero, se basan en una confianza mutua que sufrió aquí un severo deterioro.
Ese cuadro adverso se revirtió desde 2003, cuando la Argentina logró una formidable recuperación, con un constante proceso de crecimiento con inclusión, superávit fiscal y comercial, y estabilidad monetaria. Hoy, el país tiene un sistema financiero sólido, con una situación robusta ante eventuales riesgos.
En la cartera de créditos hubo un neto descenso de los dados al sector público en relación con los otorgados al sector privado, pero aún prevalecen préstamos de corto plazo destinados al consumo sobre los de largo plazo para la producción. Aunque el fondeo del sistema bancario recuperó sus canales normales (depósitos a plazo y a la vista) en detrimento de la asistencia financiera del Banco Central, está todavía pendiente una mayor y mejor articulación con el mercado de capitales nacional e internacional que facilite el financiamiento a largo plazo.
Según explicó recientemente la Presidenta de la Nación, las pequeñas empresas "necesitan del crédito, ya que, una vez que lo consiguen, pasan a la formalidad y se bancarizan" y añadió que si se quiere "lograr una sociedad bancarizada, se debería intervenir en la economía en todos aquellos sectores productivos que necesitan del crédito [...] recuperar la confianza en los bancos y los bancos deben retribuir a la sociedad argentina" tomando "el mismo riesgo que asume un productor o un inversor cuando decide apostar a abrir su fábrica o incorporar personal".
Además, lograr una bancarización más vasta y profunda también puede y debe servir a mejorar en forma directa la situación de millones de personas que en nuestro país aún están excluidas del acceso a una vida digna, siendo un imperativo moral atender a esa realidad que también interpela al sistema bancario desde el cual, con el acceso de esas personas a la bancarización, se puede contribuir a su capitalización, su capacitación para que puedan tener y crear empleos decentes y cooperar a que ganen dinero y puedan salir de la pobreza.
Es tan cierto como lamentable que, entre nosotros, muchos consideran al sistema financiero un mal necesario y no un bien deseable. Aumentar la bancarización implica probar a la opinión pública que los bancos sirven al bien común y admitir que restaurar la credibilidad popular en el sistema es parte de una batalla cultural más vasta, que revierta cierta tendencia a la anomia y el escaso apego a cumplir la ley que aún impregna a buena parte de la sociedad.
Una de las condiciones necesarias para lograr ese objetivo es que haya más y mejores banqueros que, además de tener solvencia técnica, sepan de las necesidades, posibilidades y demandas de quienes hacen la microeconomía real y admitan que la economía y las finanzas tratan de relaciones que establecen entre sí las personas acerca de las cosas y no de la mera relación entre las cosas (bienes, dinero, servicios, etc.), con prescindencia de las personas. Se requieren buenos banqueros que, como lo planteó Juan Pablo II en Centessimus Annus , a nivel personal desarrollen "la diligencia, la laboriosidad, la prudencia en asumir los riesgos razonables, la fiabilidad y la lealtad en las relaciones interpersonales, la resolución de ánimo en la ejecución de decisiones difíciles y dolorosas" y en cuya actividad atiendan a seis principios esenciales: proteger la vida humana, respetar los derechos humanos, defender la paz, cuidar el medio ambiente, proteger y promover la salud y velar por la responsabilidad social de la empresa.
Por fin, parafraseando al tribuno francés Georges Clemenceau según el cual "la guerra es demasiado importante para dejarla en manos de los militares", puede decirse que "la bancarización es demasiado importante como para dejarla en manos de los banqueros", ya que también de ella dependen la grandeza de la Argentina y la felicidad de su pueblo, objetivos que nos incluyen a todos y cuya realización requiere el aporte de todos.
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