Correo de lectores
Cuento de la buena pipa
"Yo no te digo ni que sí ni que no, te digo si querés que te cuente el cuento de la buena pipa...", reza un viejo chiste infantil. Algo así está ocurriendo con los valores de alquileres de campos en la Argentina.
Desde principios de 2002 hasta hoy, los valores de la tierra sufrieron un incremento en dólares del 40-50%, esto se trasladaría a los arrendamientos en quintales fijos para la agricultura (de 6 a 8,5 q/ ha) y, por ósmosis, a los campos ganaderos (3,2 a 4,5 kilos de novillo por ha) y al tambo, que lucha con la soja por la misma tierra.
Siempre se dijo que un campo se paga en 10 años si se lo trabaja por cuenta propia y en 20 años si se lo alquila, y aquí nuevamente se fundamenta esta tendencia de aumento y aquél dicho: "Cuanto más escaso es un bien más aumenta su valor".
Analicemos a los dos protagonistas: arrendador y arrendatario. El arrendador (dueño de la tierra) observa, azorado, cómo todo el mundo dice lo que cuesta una hectárea y a cuánto se negoció el nuevo alquiler del barrio, siempre en alza, con participación de café, boliches o dateros de por medio, él mismo puede quedar de buenas a primeras como un gran tonto ante su familia y amigos. Esta figura que se "acostumbró" a cobrar un buen sueldo, sin riesgos, se ha transformado en un hueso duro de roer más aún cuando en muchos casos desgraciadamente lo "único que le importa es lo que cobra", más allá de lo que hagan con su tierra.
En otros casos, los dueños son inversores de bienes raíces que aún no magnifican sus posibles consecuencias a futuro. Por supuesto que hay excepciones.
Distingo dos tipos de arrendatarios, el histórico y el nuevo. En este último caso, se trata, en general, de empresas que manejan escala, profesionalizadas, con dinero que proviene de fuentes ajenas a la producción. En la mayoría de los casos no tienen gastos de estructura (prácticamente todo tercerizado).
El histórico, en cambio, ha saneado sus finanzas, ha comprado mucho de lo que antes no podía, vive sin suntuosidad no quiere moverse a muchos kilómetros, tiene hijos que empujan, se ha equipado quizás en exceso, no piensa en otra inversión que no sea el campo y le cuesta incluso diversificar su actividad dentro del rubro. El mercado manda (excepto para el actual Gobierno) y por algo lo hace. Hay que destacar que las actuales tecnologías disponibles, la profesionalización y los conocimientos han levantado el piso de producciones por hectárea y es de las actividades que pese ha todo funcionan, con renta atada al dólar.
El valor del alquiler alto muchas veces implica una minería del campo, no queda luz para rotaciones de cultivos, los mantenimientos son mínimos, no se fertiliza porque se vence el contrato, los campos naturales se sobrepastorean, los lotes con más de 5 años de soja son frecuentes...
No se crea un ámbito donde pueda discutirse que los contratos de alquiler deberían incluir condiciones como la siembra de maíz cada 3 /4 años (hoy se puede hacer doble cultivo estival girasol-soja, maíz-soja) y, sobre todo, una "valuación del riesgo", clave en un negocio en el que mantener el ambiente es fundamental.
Esto es una referencia de lo que ocurre tranqueras adentro, de difícil solución, de consecuencias a futuro.
Federico J. Alonso
lamaragata@hotmail.com
Dirigencia y dignidad
Quiero resaltar la actitud digna de los dirigentes que en diciembre último tacharon sus firmas de un acuerdo con el Gobierno, ya que no se iba a anunciar la reducción de retenciones a las exportaciones negociada como inmediata. En ese momento, el ocupante de la Secretaría de Agricultura, dijo: "¡Alpiste!," en un acto de soberbia inadmisible. Por eso rescato la actitud de Mario Llambías y de CRA porque si como dirigentes aceptamos el maltrato, no somos nosotros los agredidos sino todos los productores que representamos. No es arrogancia, sí puede ser incapacidad empresarial, porque con el criterio del Sr. Toro, publicado aquí el 3 de junio pasado, se debería actuar como hacen muchos dirigentes, firmando solicitadas de apoyo y adulación al Gobierno, a sabiendas de los errores cometidos, para lograr vaya a saber qué prebenda, la que seguramente será pagada por todos los argentinos.
No es posible soslayar la importancia de tener razón, por más importante que sea el interlocutor, porque la obsecuencia ha derivado -a lo largo de miles de años-, en muy malas experiencias en el mediano y largo plazo. Como productores estamos pagando el precio de decir la verdad, de no bajar la cabeza, sepamos que es mucho menor que admitir malas políticas. Lamentablemente, no haber concretado todavía un paro ganadero contundente y prolongado nos deja a mitad de camino; a ese error lo llevarán sobre sus hombros quienes piensan que las asambleas desarrolladas a lo largo y a lo ancho del país no fueron suficientemente claras en sus demandas.
Por último, está demostrado que el Gobierno no sabe nada de ganadería ni de agricultura ni le interesa aprender, porque expulsar a María del Carmen Alarcón por pensar diferente y designar a Ana Berraude porque tiene un hermano veterinario, eso sí que es arrogancia. Afortunadamente no tiene un hermano cura, si no la postulan para cardenal.
Ricardo J. Osella
Presidente de Cartez
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