Se podrían rediseñar los subsidios
En el último quinquenio, con la difusión de la siembra directa y del glifosato más la implantación de variedades RR en la soja, se verifica un verdadero boom, que ha puesto a las autoridades agrícolas de EE.UU., prácticamente, en estado de shock. A su vez Brasil, también, muestra un constante crecimiento. Los logros, en ambos países, no sólo son resultado de la expansión geográfica sino de notables aumentos de productividad.
A resultas de ello, ha quedado claro para las autoridades de EE.UU. que la estrategia a favor de la producción de esta oleaginosa resultó un verdadero fracaso. No sólo les fue imposible desplazar del mercado a sus competidores, sino que estos lo superaron en corto tiempo. No es fortuita, entonces, la recomendación que hiciera el Servicio de Investigación Económica dependiente del Departamento de Agricultura de EE.UU., donde se enfatiza la importancia de contar con una Fundación que siga de cerca los adelantos y el desarrollo de la agricultura de Argentina y Brasil, "especialmente en las áreas que afectan directamente al sector agrícola y a los programas de ayuda de EE.UU".
Este organismo ha tomado nota de la incidencia fiscal que mantiene la producción de la Argentina (y Brasil) en la estrategia intervencionista de Estados Unidos.
En tal contexto, resulta curiosa la visión oficial del país del norte cuando revela, en diferentes reportes, que los precios tienden a disminuir por la mayor producción sudamericana y, a consecuencia de ello, mayor es el esfuerzo fiscal que debe realizar para mantener la rentabilidad de los granjeros. Las autoridades agrícolas de EE.UU. denuncian, elípticamente, a la capacidad de producir eficientemente de Argentina y Brasil como una de las principales razones por las que el precio de la soja y otros granos no mejora. En cambio, no dejan explícito cómo las subas de precios internos, mediante mecanismos extra-mercado, aumentan la oferta mundial y, por ende, operan en contra de subas en los precios.
El círculo vicioso está claro. Para el país del norte, la mayor producción proveniente del Sur es la causa de que los precios no repunten y, en consecuencia, es el origen de un costo fiscal que no decrece por falta de aumentos de precios en el mercado internacional. En una reciente visita que realizamos a la Universidad de Purdue, pudimos advertir la preocupación existente en ese país respecto al costo de los subsidios. Existen autorizadas críticas a la ley agrícola -que aumentará los subsidios internos a los agricultores en 200 mil millones de dólares repartidos en los próximos diez años- puesto que esa ley tuvo origen en épocas de superávit fiscal. Pero, ahora, la cuestión es muy diferente. Por ello, muchos analistas norteamericanos prevén una revisión por parte del Congreso, en vista de la incompatibilidad de esas erogaciones con el elevado déficit actual.
La falta de acicate por parte de las ásperas reglas de mercado, como es lógico, ha generado una camada de agricultores con un espíritu empresarial más chato y de menor preocupación por la sustentabilidad agrícola. No olvidemos que en los últimos años, tan sólo en materia de apoyo al productor, cada granjero ha recibido un subsidio directo del orden de los 100 dólares por hectáreas al año. Tal apoyo proviene de los consumidores y de los contribuyentes. Y, a su vez, ha ido llevando a una excesiva intensificación de la producción, paradójicamente, a partir del uso de agroquímicos y técnicas no naturales con los consecuentes daños al medio ambiente. No es casual que la proporción de lo implantado con siembra directa sea mucho menor a la correspondiente a nuestro país.
De hecho los subsidios, promueven, en el mediano plazo, una agricultura ligada a la erosión de tierras, contaminación del agua y del aire, a la emisión de gases de efecto invernadero, y al cultivo de suelos en ecosistemas frágiles. En tal contexto, se comienza a advertir una corriente de opinión pública que presiona para rediseñar el esquema de subsidios desde la actual posición, de fuerte apoyo a la producción, hacia nuevas formas más ligadas con la seguridad alimentaria y el medio ambiente.
El autor es economista y autor del libro "La Argentina agrícola. Un país que niega su destino", Editorial Temas/Fundación Konrad Adenauer.