"Soy un sobreviviente en este oficio", dice Roberto Falibene que, con 70 años, lleva 46 de ceramista.
Son las 9 de la mañana. Piti, como lo conocen en su pueblo, acaba de terminar de desayunar en la cocina en su casa de San Antonio de Areco . Al tener el taller al fondo de su casa, "voleas la pata y ya estás trabajando", cuenta sobre su oficio. "La desventaja es que nunca te podés quedarte tranquilo en la casa, sin hacer nada", agrega a LA NACION.
Su primer contacto con la cerámica fue cuando, de muy chico, su padre, para que no ande "vagueando" por la calle, le consiguió un trabajo en un taller del rubro. Pero un día el dueño lo despidió porque rompía muchas piezas.
Este trabajo milenario se remonta a la antigüedad, período paleolítico superior, en los que se encontraron varios objetos de alfarería. Un ceramista es una fusión perfecta entre arte y oficio, dicen los que saben.
Eso es lo que entendió Falibene, luego de trabajar nueve años en una escribanía. Fue cuando decidió dedicarse de lleno a su vocación postergada: estudiar Bellas Artes en San Isidro, donde empezó barriendo el taller donde le enseñaban.
En 1973, ya recibido, el título le permitió dos cosas: por un lado, introducirse definitivamente en el mundo de las artesanías y, por el otro, la posibilidad de trabajar en escuelas de arte cuando flaqueaba la venta de cerámica.
Con el correr de los años, su casa-taller fue transformándose. Piti quiso sumar a la venta de piezas exclusivas una interacción con los clientes que lo visitaban. Para esto creó su "Paseo de las Tinajas", como excusa para que quienes pasaban por el lugar puedan conocer su taller. "Muchas veces los turistas quieren ver cómo trabajo y, además, charlar un poco. En el patio de mi casa o en la pequeña pulpería, trago de por medio, se generan largas conversaciones, que hace de mi profesión algo inolvidable", afirma.
Esa es la esencia de su trabajo: hospitalidad y calidez como aglutinante perfecto para que su oficio sea siempre atractivo. "No me fijo cuántas piezas vendo por semana, sino cuántos visitantes apreciaron mi trabajo", indica el artesano.
La frase "Nadie es profeta en su tierra" a Piti no lo afecta. No solo contagió a miles de alumnos que pasaron por sus clases y se hicieron artesanos, sino también en su propia casa, donde sus tres hijos desarrollaron la veta artística.
A pesar de los cambios y modas, Falibene siguió fiel a su estilo. Luego del secado y horneado (una vez a la semana), decora una a una las piezas y utiliza motivos y métodos antiguos portugueses, españoles e italianos, con diseños originales e irrepetibles. Sus piezas son únicas, porque trabajar en serie nunca le interesó.
En su taller se pueden encontrar tornos, esmaltes, tinajas, jarros de café, pinceles y, entre otros objetos, la vedette es la arcilla. "Antes comprábamos un camión entero de la piedra de la mina directamente y la repartíamos entre varios, pero hoy en día quedamos pocos, así que ahora compro la arcilla en Buenos Aires". cuenta.
Las jornadas del ceramista, a veces, pueden extenderse hasta medianoche, donde el modelado a mano de figuras costumbristas al estilo Molina Campos, realizadas con arcilla colorada, es algo que lo cautiva. El tiempo que les dedica a cada objeto, especialmente en la decoración, es importante, con un trabajo a mano alzada.
Ya es hora de ir al taller, hay pedidos que se deben terminar. Su hija Luciana, que trabaja con él, ya arrancó. Con la misma pasión, como hace cuatro décadas, agarra una pieza horneada la semana anterior para empezar a pintarla. "Uno siempre piensa en la pieza que va a hacer en el futuro, porque son infinitas las posibilidades creativas que existen", destaca.