No es una novedad decir que el incremento de la productividad agropecuaria se ha conseguido a expensas de la reducción gradual de la materia orgánica (MO), y con ello la fertilidad y el deterioro de la estructura del suelo, lo que lo ha vuelto más propenso a la compactación y la erosión. Si bien la siembra directa ha sido, hasta el momento, una excelente herramienta para evitar en parte continuar deteriorando el suelo, sabemos que no es suficiente para recuperar toda la fertilidad perdida.
El problema de la pérdida de MO también genera alteración biológica, ya que es justamente esa microflora y microfauna edáfica la encargada de producir naturalmente fertilidad. Se calcula que en 1 gramo de horizonte superficial de un muy buen suelo agrícola conviven en equilibrio cerca de 1.000.000.000 de microorganismos, lo que en peso rondaría los 10.000 kg/ha.
Está comprobado que este delicado ecosistema se altera, principalmente, con el manejo. Por ejemplo: el monocultivo provoca una baja biodiversidad microbiana y el aumento de resistencia de patógenos.
Cabe aclarar que, generalmente, los patógenos son anaerobios, en cambio los benéficos son aerobios. Son quienes "construyen" los poros del suelo gracias a las sustancias cementantes. Desde hace algunos años venimos trabajando en la Argentina en la recuperación y en el mejoramiento de suelos con uso agrícola intensivo. La técnica se basa en la incorporación de microorganismos benéficos al suelo y a la planta con el objetivo de regenerar esa vida que le estuvimos extrayendo y hacer que los cultivos logren el vigor suficiente como para llegar a expresar todo su potencial genético. Si bien el cambio en la calidad del suelo no es inmediato, ya en el primer ciclo de cultivo se ven mejoras en el rinde, en la calidad de lo producido y en la sanidad, y obviamente, en algunos parámetros edáficos como la MO, el N y el P entre otros.
Carlos Abecasis
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