Cada mercado conquistado es un hito que no debe desaprovecharse. El anuncio que hizo el presidente de la Nación, Mauricio Macri, el lunes pasado sobre el acuerdo sanitario que el país firmó con China para comenzar a exportar carne de cerdo significa una nueva oportunidad para no dejar pasar. Hay que subirse al tren
Sea porque el gigante asiático está atravesando una dura crisis por el crecimiento de la fiebre porcina africana (ASP, en sus siglas en inglés) y necesita aumentar sus importaciones o porque la Argentina viene tejiendo un vínculo sólido con Pekín como socio estratégico, lo cierto es que vender carne porcina implica transformar localmente proteínas vegetales en animales.
Según estimó recientemente un informe de Gustavo Oliverio y Gustavo López, de la Fundación Producir Conservando (FPC) el consumo de maíz para carne porcina podría aumentar un 85% para 2027. De 1,3 millones de toneladas se pasaría a 2,5 millones de toneladas. En soja, el crecimiento sería de 89%, de 450.000 toneladas se consumirían 850.000 toneladas, según calculó la FPC. El mensaje es que continuará creciendo el consumo mundial de todo tipo de carnes.
Esa transformación local de las proteínas vegetales abre la puerta para aumentar las posibilidades de inversión y de trabajo. Para capturarlas hay que superar las limitaciones: la elevada presión impositiva, el déficit de infraestructura y la debilidad de la política de comercio internacional. Hay que ver lo que hicieron otros países . Chile tiene un acuerdo de libre comercio con China que le permite ingresar su producción sin aranceles.
El Mercosur sigue estancado en la firma de tratados de libre comercio. Y la comparación con el país trasandino podría extenderse: en maíz apenas llega a las 85.000 hectáreas sembradas con una producción de 1,1 millones de toneladas y, sin embargo compite en las grandes ligas exportadoras de carne de cerdo con EE.UU., Canadá y Brasil. Desarrolló una marca propia como ChilePork y sus principales mercados están en Asia.
Las otras dos buenas noticias que hubo con China fueron la ampliación del número de frigoríficos autorizados a exportar, con 22 nuevas plantas entre vacunas y avícolas, y la decisión de que sea el Senasa quien, de ahora en más, certifique los establecimientos adicionales autorizados a exportar carnes al gigante asiático. Eso significa que Pekín confía en el servicio sanitario argentino. Habrá que no descuidarse para que esa confianza se extienda en el tiempo porque el estándar chino es elevado.
Los acuerdos con China y otros países asiáticos abren el foco del comercio internacional de una forma notable. Aunque todavía la guerra comercial con Estados Unidos afecte a los granos y el crecimiento económico del gigante asiático sea menor al de una década atrás, el aumento de la demanda de alimentos es una tendencia que tiene vigencia y continuará siendo sólida en los próximos años.
Frente a ese escenario tan amplio no deja de ser curioso que aquí los ánimos se encrespen con un simple rumor de un eventual aumento de los derechos de exportación. La especie decía que se iba a abandonar el esquema de $3 y $4 por cada dólar exportado para pasar a un porcentaje fijo que para la soja se transformaría en un 30%. En el Gobierno negaron que tuvieran intención de modificar los derechos de exportación.
El rumor le cae como anillo al dedo a quienes necesitan que los productores vendan rápidamente la cosecha, aprovechando la baja de precios estacional. Pero si no existiera la incertidumbre sobre la evolución de la crisis cambiaria el rumor no hubiera dejado de ser solo eso. Antes de septiembre de 2018, cuando se reimplantaron las retenciones para los cereales y se aumentaron para la soja, también se vivió un ida y vuelta similar. Ideas disparatadas sobran, falta racionalidad.