Evolucionar con tantos frentes abiertos en forma simultánea es un tremendo desafío para el productor agrícola argentino. El frente "externo" plantea muchas dudas vinculadas con la época del año que se transita, toda vez que estamos en plena definición de los rindes de trigo en el hemisferio norte (80% de las exportaciones) y entrando en meses críticos para el maíz y la soja en EE.UU. (julio y agosto, respectivamente).
En todos los casos, los pronósticos dan pie a una justificada incertidumbre productiva y también a una cierta volatilidad. De hecho, desde nuestra anterior nota y el cierre de esta columna (anteayer), la soja en Chicago recuperó US$15 por tonelada por la justificada demanda china para recomponer stocks utilizados para "bancar" la guerra comercial (más la ayuda de Brasil escupiendo soja).
Es cierto que el avance de la siembra de maíz y soja en EE.UU. ha sido ideal (primera aduana superada), pero ahora entramos en la aduana más crítica. Por su parte, la falta de oportunas lluvias en momentos definitorios para los trigos en la Unión Europea y en los países de la exURSS también justifican dudas respecto de la producción en países de mucho peso como exportadores.
Todo ello, en un contexto condicionado por el flagelo del Covid-19 y por la constante amenaza de una recreación de la guerra comercial entre EE.UU. y China. La nación asiática ha sido un factor de mercado casi excluyente en los últimos tres años. En 2018 por el inicio de la guerra comercial; en 2019 por la fiebre porcina, y en 2020 por el coronavirus. Notable, ¿no? De allí nuestra constante e insistente prédica respecto del "factor China" en todos nuestros comentarios.
Así las cosas, se confirma nuestra convicción de que muchos países naturalmente excedentarios en granos (exportadores) han comenzado a mezquinar oferta para asegurar su abastecimiento interno, mientras que los habitualmente deficitarios comenzaron a adelantar importaciones por la misma razón. Interesante, ¿no?
Mientras tanto, en la Argentina, el país con mayor estructuralidad exportadora del mundo (más del 80% de la soja y más del 60% del trigo y del maíz) debemos enfrentar a políticos trasnochados y desconocedores del sector más dinámico de su economía proponiendo "defender" la soberanía alimentaria. Increíble, ¿no?
Hablar de la necesidad de una empresa testigo en un negocio que se caracteriza por una tremenda competencia entre los actores involucrados que operan grandes volúmenes con márgenes mínimos es realmente incomprensible, ¿no?
Recrear la Junta Nacional de Granos cuando las equivalentes de Canadá y Australia fueron cerradas hace muchos años por incompetentes e innecesarias es absurdo. No se trata de reinventar experiencias desechadas por países a los que les ha ido mejor que al nuestro. Ni siquiera hay que alejarse demasiado de nuestras fronteras.
Nuestro vecino Brasil cuadruplicó su producción de granos en los últimos 20 años. Ello, con gobiernos fundamentalmente de izquierda (fin de Fernando H. Cardoso y luego con Lula, Dilma Rouseff, y recientemente, Temer y Bolsonaro), cuya virtud común fue dejar que el campo y la agroindustria fueran el tractor de su economía. Pregunta: ¿De qué habló Alberto con Lula cuando lo visitó en la cárcel de Curitiba apenas ganó las PASO? No se trata de inventar nada. Se trata simplemente de "copiar y pegar".
El autor es presidente de Nóvitas SA
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