Gabriel Meghruni es un ingeniero agrónomo radicado en ese país que se desempeña como consultor
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CÓRDOBA.- Armenia apuesta al campo como un sector -junto con el tecnológico- que empuje su economía. El país volvió a sufrir una crisis humanitaria cuando, hace más de un año, Azerbaiyán tomó el control de la región de Nagorno Karabaj. El Gobierno tiene en marcha políticas que “favorecen el aumento y la diversificación de la producción”, explica Gabriel Meghruni, cordobés e ingeniero agrónomo que llegó hace 15 años a trabajar en relación de dependencia y desde hace unos cinco es consultor. “Hay oportunidades para profesionales, no hay mano de obra capacitada para el agro”, enfatiza.
Precisa que los productores están “avanzando hacia los productos elaborados como pasas, pelones y más vinos”. En los últimos años se profundizó el cultivo intensivos de frutas, de las que el 90% termina exportada como fresca. “De a poco se empezó a agregar valor -comenta-. En los últimos cinco años el sector cambió. Hay incorporación de tecnología y también inversores interesados que ya están poniendo recursos”.
El 90% de los productores tienen entre 0,5 y tres hectáreas: “Recién últimamente, con el aporte de inversores locales y extranjeros, especialmente rusos, fondos árabes y armenios de la diáspora, se fueron consolidando superficies más grandes”. Advierte que “grande” para Armenia son unas 50 hectáreas.
A mediados de año, Rusia dejó de aceptar verduras, frutas y otros productos agrícolas procedentes de Armenia porque -según planteó-. el Servicio Federal de Vigilancia Veterinaria y Fitosanitaria encontró un exceso de residuos de pesticidas en los tomates y las manzanas. Hubo protestas de los productores y los exportadores reclamaron que las frutas se estaban echando a perder. El problema se solucionó. Para el país la búsqueda de destinos alternativos es compleja porque la Unión Europea no acepta los productos por entender que no cumplen con los estándares.
Meghruni señala que hay poca humedad, sol y agua. “La calidad de los suelos se desarrolla más y se mejora con incorporación de tecnología, que está disponible, se la importa sin problemas”, apunta.
Grafica que los rindes fueron mejorando al punto de lograr en manzanas un promedio de entre 50 y 60 toneladas por hectárea; en damasco entre 20 y 25 toneladas y, en peras, entre 12 y 13 toneladas.
“Lo que hace falta son profesionales, mano de obra especializada -sostiene-. Buscan consultores, consultores externos. No hay cuadrillas especializadas para cosechar, para podar. Está en marcha una suerte de ‘revolución’ en la educación agraria, la universidad está en pleno cambio, en adaptación. No es fácil por la idiosincrasia, pero hay oportunidades”.
El profesional detalla que no se entorpece la actividad con impuestos: “Las retenciones argentinas no existen en casi ningún lugar del mundo; apenas tenés la idea y se sabe que el Estado se quedará con el 30%, más ganancias, más tasas, más inmobiliario. En Armenia, por ejemplo, las importaciones para proyectos de la propia empresa no pagan impuestos, impulsan la incorporación de tecnología”.
En el país no se produce maquinaria agrícola. Meghruni repasa que hace diez años “no había ni siquiera tuberías para sistema de riego; hoy se consiguen, igual que membranas para reservorios. Hay tierra para expandir la producción, pero también hay que tener presente que el mercado interno es chico”.
El cordobés llegó a Armenia de la mano del grupo Eurnekian a trabajar con sus viñedos. Karas es la bodega de la familia, que produce unas dos millones de botellas al año. Tienen unas 400 hectáreas y la uva Areni es la emblemática. Exporta la mayor parte de la producción.
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