La reunión del Grupo de los Veinte (G20) que se realizará la semana próxima en Buenos Aires puede significar algo más que problemas de tránsito y seguridad. Al menos para el agro.
El contexto en el que se desarrollará la cumbre de países desarrollados y en desarrollo no puede ser más complejo. Los efectos del enfrentamiento comercial entre Estados Unidos y China, las economías principales del globo, disparó consecuencias que todavía no han terminado. En principio alteró el comercio de soja ya que China respondió a las medidas norteamericanas con la suba de aranceles a la importación del poroto proveniente de EE.UU. y afectó exportaciones por 14.000 millones de dólares.
Desde hace varias semanas en el mercado de Chicago cada rumor o noticia de una posible negociación entre Washington y Pekín sirvió como argumento alcista de las cotizaciones. Hasta el momento fueron más las especulaciones que los datos. Ahora el foco estará puesto en el encuentro entre el presidente de EE.UU., Donald Trump, y su par chino Xi Jinping en Buenos Aires. Ambos se necesitan, pero, al mismo tiempo, no parecen dispuestos a ceder.
Esta disputa entre colosos no estaba en los planes de quienes creían que la demanda de soja china sería infinita. Una de las derivaciones de la guerra comercial fue que China anunciara su intención de comenzar a sustituir a la soja por otros granos que le permitan transformar la proteína vegetal en animal. Por el momento será en una pequeña escala, pero es la primera vez que se vislumbra un cambio en una tendencia que parecía ser irreversible.
Otra consecuencia es que China buscará más soja en Sudamérica. En primer lugar se vio favorecido Brasil que no padeció la sequía que afectó a la Argentina. Para el actual ciclo, Brasil prevé, como mínimo una cosecha de 120 millones de toneladas, aunque algunos ya estiman que llegará a 137 millones de toneladas. Las exportaciones de poroto llegarían a 80 millones de toneladas de los cuales un 80% tendría como destino China. Pero la política ya comenzó a provocar ruidos. El presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro, criticó las inversiones chinas en su país. Nuevamente sonaron las alarmas del proteccionismo a punto tal que el actual ministro de Agricultura de Brasil, Blairo Maggi, tuvo que aclarar que el futuro mandatario no tiene previsto afectar el comercio.
La pirotecnia de las declaraciones de Bolsonaro tendrá un límite en el realismo de los intereses estratégicos de su país. Y el agro es uno de ellos. Lo confirmó con el nombramiento de la coordinadora de la bancada rural, Tereza Cristina, como próxima ministra de Agricultura. Para la Argentina se abre el interrogante sobre el destino del Mercosur. Los futuros ocupantes del Palacio del Planalto ya dijeron que el bloque regional no es un prioridad. En rigor, significa que volverán a negociar los términos de la unión aduanera y buscar acuerdos país-país. Por esa cuota de realismo es poco probable que Brasil suspenda la preferencia arancelaria del Mercosur sobre el trigo argentino. Bolsonaro no vendrá al G20, pero su llegada a Brasilia también tendrá consecuencias sobre el comercio internacional.
El otro escenario que podría deparar alguna novedad en el G20 serán las reuniones bilaterales. En el caso de la Argentina, el respaldo que le dio Trump a la administración Macri en el acuerdo con el FMI podría extenderse al rubro comercial. Las mayores expectativas están puestas sobre la ansiada apertura del mercado para las carnes vacunas -ya no hay excusas para mantenerlo cerrado- y alguna definición adicional sobre biodiésel tras el anuncio del Departamento de Comercio sobre la revisión de las medidas contra el biocombustible de origen argentino.
En lo formal, el G20 confirmará el documento que los ministros de Agricultura firmaron en julio pasado en Buenos Aires en el que hay un reconocimiento claro a las evidencias científicas y la tecnología en la producción agropecuaria. La Argentina influyó para que se adopte ese criterio en la declaración. Es un antecedente a tener en cuenta, en especial frente a algunos gobiernos de países de la Unión Europa en los que persiste una visión antigua sobre la producción agropecuaria y el comercio de alimentos.
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