Juguemos y supongamos que existe un supermercado donde podemos comprar los diferentes atributos que nos permitan construir el modelo ideal de país innovador. Al llegar a ese gran supermercado nos entregan una revista similar a la de las ofertas de la semana, pero que en realidad es el Índice Global de Innovación (GII para sus sigla en inglés). Agarramos un carrito y comenzamos el recorrido.
La recomendación según el GII es tomar de la góndola institucional el ambiente político y regulatorio de Singapur y Nueva Zelanda y el ambiente de negocios de Finlandia.
Más adelante encontramos los estantes de capital humano e investigación y desarrollo donde el GII nos recomienda no desperdiciar la promoción de Finlandia, Republica de Corea y Dinamarca.
Dentro de las sugerencias está no olvidarnos de levantar el pack de infraestructura de Noruega y Suecia y no desaprovechar el mix de capacidad empresaria para desarrollar temas vinculados a la innovación y al conocimiento de Holanda, Singapur, Suecia, Suiza e Israel.
Y, por último, del sector de delicatesen los productos de conocimiento y tecnología de Suiza y los aportes creativos de Luxemburgo e Islandia.
El GII es un completísimo informe anual realizado por la Universidad de Cornell, el INSEAD y la Organización Mundial de Propiedad Intelectual (organismo especializado de las Naciones Unidas) donde se puede ver un análisis comparativo de las principales variables de la innovación de 127 economías que representan el 93% de la población mundial y el 98% del PBI global.
En esta última edición encontramos a nuestro país ocupando el puesto 76, pero independientemente de la posición este informe nos permite compararnos y ver cuáles son nuestros espacios de mejora en cada una de las variables. También es una buena forma de poner el foco en aquellos casos de éxito, estudiarlos y analizar que podemos tomar de ellos, adaptar e implementar lo necesarios para construir ese gran país innovador.
Las innovaciones no tienen que ver con la originalidad y la novedad de ser los primeros, sino con la creación de nuevo valor y con la disponibilidad de ese nuevo valor. Por lo tanto, es importante que las instituciones, empresas y organizaciones utilicen este informe como base para ver qué están haciendo aquellos que van más adelante en temas vinculados a la innovación. Esto no necesariamente significa copiar o imitar, sino que nos ayuda a no tener que empezar desde una hoja en blanco.
Junto con la comparación y ranking de las variables por países, todos los años el informe presenta un tema específico desarrollado con muchísima profundidad y con aportes desde diferentes visiones. En la edición 2017 el tema fue: "La innovación alimenta el mundo" y está centrado en las innovaciones en la agricultura y los sistemas alimentarios.
"La innovación alimenta el mundo" apunta al corazón de la seguridad alimentaria. Hace referencia a ambas "seguridades": la que tiene que ver con la disponibilidad de alimento en cantidad y la que tiene que ver con el impacto de las formas de producción. Plantea una serie de desafíos institucionales, organizacionales y tecnológicos y al tratarse de alimentos pone en el centro de la escena al sector de los agronegocios.
Esta situación puede generar una primera sensación de agobio, de "uff, otro desafío más para nosotros, y van …", pero ese agobio se transforma en un desafío con solo ponerlo en perspectiva y comprender que estamos hablando de alimento, de seguridad alimentaria, simplemente de aquello que Maslow pone junto con la respiración en la base de la pirámide de las necesidades humanas. Ni mas ni menos que eso.
Como sector podemos hacer numerosos aportes tecnológicos dentro y fuera de las fronteras de nuestro país que permitan gestionar ambas seguridades alimentarias.
Pensemos que las tecnologías, según la definición de Louis Tornavsky, PhD en psicología organizacional de Stanford, son: métodos, herramientas, equipos o técnicas mediante el cual la capacidad humana se extiende. En esta definición podemos distinguir tecnologías duras y blandas.
Las tecnologías duras van a contribuir a lograr mayor eficiencia. Esta eficiencia va a permitir mejorar los resultados económicos, sociales y ambientales por unidad de producción (hectárea, cabeza, tonelada, etcétera) mejorando los indicadores nacionales y contribuyendo a la seguridad alimentaria local y global.
El auge de las AgTech (sensores, drones, inteligencia artificial, realidad virtual y aumentada) nos va a permitir generar cada vez más capas de información para ir por esa eficientización y así migrar de tecnologías de procesos y productos a tecnologías ecosistémicas.
Pero, además, tenemos que intensificar aquellas tecnologías blandas que nos ayuden a desparramar todo nuestro "saber hacer", nuestra evolución y conocimiento en la producción de alimentos y así ayudar al desarrollo de aquellas economías que necesitan mejorar su seguridad alimentaria.
Pensando en estas otras tecnologías, contamos en el país con muchísimos años de experiencias exitosas trabajando en grupo. Los casos de CREA, Aapresid, Cambio Rural tienen como secreto del éxito generar espacios donde pares puedan contar sus atajos, logros y fracasos.
Este intercambio de vivencias aumenta la eficacia de la interacción humana permitiendo la extensión de tecnologías y la consiguiente evolución sociocultural. Son el complemento ideal para distribuir innovaciones duras y ponerlas al alcance de aquellos que las necesitan
Tenemos el desafío de pensar nuevas formas de interactuar. Hoy gracias a la tecnología nos hemos transformado nuevamente en nómades, si bien es en forma virtual y digital, somos nómades al fin. Esto nos permite desarrollar inteligencias relacionales, basadas en inteligencias conectivas y/o colectivas que tenemos que aprender a utilizar para distribuir innovaciones que aporten a la seguridad alimentaria.
La innovación es uno de los factores principales que ensancha la brecha entre los sistemas humanos más y lmenos desarrollados, pero también es la innovación la que va a ayudar a reducir esa brecha y a democratizar el bienestar. Nosotros podemos hacer un gran aporte.
El autor es consultor en Innovación Organizacional, doctorando en Dirección de Innovación Sistémica (ITBA)
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