Por Gustavo Grobocopatel Para LA NACION
Rara paradoja la nuestra, la crisis puede ser el inicio de un camino de crecimiento y desarrollo. Sólo son necesarias pocas cosas: entender los cambios o "darse cuenta" como dice Víctor Trucco, adaptarse rápidamente a ellos, ser emprendedor, poseer liderazgo. Digo liderazgo y no líderes. Es decir, la cultura, pero no la versión añeja de una persona salvadora y única.
Hay otra condición para que estas calidades asomen y fructifiquen: un sólido entorno organizacional e institucional.
El resultado de todo esto es la confianza, el acercamiento entre la sociedad civil y la política, la visión compartida y la construcción de capital social. Este podría definirse como: "El potencial que tiene una sociedad para llevar adelante su visión compartida, misiones colectivas y metas comunes" (Héctor Ordóñez).
El campo argentino y el sector agroindustrial tienen mucho por mostrar en este sentido. No por casualidad son considerados internacionalmente como lo más competitivo de la Argentina. Repito, hay muchos distraídos que piensan que la razón de la competitividad son las ventajas comparativas, la naturaleza, el clima, los suelos. Negativo, error. El campo es competitivo porque adiciona a tales ventajas, tecnologías innovadoras y un enorme desarrollo organizacional e institucional. Este fue el que le permitió sortear la crisis de la pesificación sin cicatrices y construyendo cosechas récords.
Quizás uno de los ejemplos más acabados de capital social sea la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid). Una organización que nace para fomentar y desarrollar la implementación de una tecnología excepcional, la siembra directa, que prácticamente elimina la degradación de los suelos y la erosión, construye confianza alrededor de ese objetivo y comienza, de cara al siglo XXI, a incubar empresas, desarrollar la marca país, y ayudar a construir una visión compartida de nación. Uno de sus frutos es Bioceres, empresa que gerencia inversiones en biotecnología. Su acción permite pensar en el desarrollo de la investigación nacional, sobre problemas locales, pero con antenas hacia el mundo, abierta, aceptando el desafío de la globalización y cabalgando sobre él, con una mirada argentina. Bioceres fue posible porque había capital social en los miembros de Aapresid.
Otro ejemplo es la Asociación Argentina de Girasol (Asagir) , una organización que agrupa a toda la cadena del cultivo. Allí están los productores, proveedores de insumos, científicos, industriales y comerciantes diseñando el futuro, corrigiendo errores, construyendo capital social. Durante los dos primeros años de vida los resultados fueron increíbles para todos. En investigación, difusión y experimentación en tecnología: coordina las actividades en el país, mejora en la calidad por medio de procesos de selección y auditorías, permite la interacción entre los investigadores y todos los miembros de la cadena, vincula activamente al sector público (universidades, INTA) y privado, etcétera. También en el comercio exterior y en el comercio interior, donde se constituye en un ambiente adecuado para resolución de conflictos, y en la relación del consumidor con toda la cadena. En resumen, una tarea que parece magna, pero realizable en el corto plazo con resultados rápidos y de gran impacto.
Compañías
Finalmente, existen ejemplos en las empresas privadas donde desde hace varios años se construyen alianzas, más adelante redes, redes de redes, etcétera. Son estas empresas las que traccionan para incorporar tecnologías en el campo, lo hacen sobre organizaciones donde el capital social y la confianza catalizan los procesos y les dan la rapidez y efectividad necesarias. El resultado es una enorme economía capitalista con mercados de campos que se venden o alquilan, mercados de servicios (laboreos, cosechas, camiones, etcétera ), mercados de insumos y maquinarias y muchas alternativas para la comercialización. Sobre esta base está construida la competitividad del campo. También es cierto que tiene sus costos pero, contrariamente a los que piensan muchos, no se expulsa gente a los grandes centros urbanos. No hay ex campesinos en las villas miserias o en la marginación urbana. Los que no se adaptan pasan a buscar diferentes formas de reinserción en la sociedad. Lo más común es que pasen a ser proveedores de servicios, que cada vez se necesitan más. Estos proveedores son parte de las redes y poseen Pyme a lo largo y a lo ancho del país y distribuyen riqueza federalmente.
La alternativa de las redes
También hay muchos que no se adaptan y no se reinsertan, no existen en el interior industrias mano de obra intensivas, un poco por la crisis, pero más por falta de ideas y de emprendedores. Ante esta problemática, las redes pueden ser una alternativa que ayude a la reinserción. Hay varios proyectos de explotaciones conjuntas donde cada persona aporta lo que más sabe o más tiene y el resultado del conjunto es mejor que la suma de las partes. Tenemos que reeducarnos para entender los cambios, no hay que resistirse a ellos, hay que darles sentido y éste es el desafío de la nueva educación.
En 1999, el ingeniero Héctor Ordóñez decía en sus clases de agronegocios en la UBA: "Se puede afirmar que el capital social es clave para desarrollar la capacidad de crear nuevo conocimiento colectivamente, es clave para la innovación, es clave para la construcción de ventajas competitivas sostenibles y, finalmente, es clave para la adaptación activa a los cambios de los clientes y el ambiente". La oportunidad está por delante nuestro. Ya no es parte de una rara paradoja.
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