¿Quién puede dudar sobre la desconfianza existente sobre el valor de nuestra moneda? Es casi de Perogrullo: nadie quiere tener pesos en sus bolsillos y menos, en los bancos. Es triste pero es así. Si debiese poner un punto de partida en esta patética historia, aunque resulte algo arbitrario, diría que 1946 fue el año determinante, cuando el Banco Central fue estatizado. Y desde allí la inflación comenzó a acentuarse.
La inflación proviene de la monetización del déficit fiscal, de los redescuentos, de la compra de divisas para las reservas y del sistema bancario. Con vaivenes, esta enfermedad ha sido prácticamente una constante.
El deseo de perseverar en la posesión de dinero es conocido como demanda de dinero. Este término se refiere a la razón por las que las personas y las empresas tienen saldos monetarios. ¿Por qué desean tener dinero? Pues, porque con éste pueden hacer todo tipo de transacciones, de forma ágil y simple y, también, porque es un depósito de valor muy eficiente, lo que lleva al ahorro. El depósito de valor responde al deseo de tener un activo líquido y exento de mayores riesgos, a lo largo de un período de tiempo considerable.
Pese a todo esto, la gente en la Argentina le escapa a los pesos. Porque nuestro dinero no es útil para transacciones de consideración y, sobre todo, porque no sirve en absoluto como depósito de valor.
La demanda de dinero, entonces, depende exclusivamente de la confianza. Es decir, de la credibilidad que otorga como factor de transacción y reserva de valor. La confianza es todo, pues en rigor no hay un "respaldo" físico. El respaldo, en realidad, es la confianza.
El dinero es demandado cuando quien paga algo sabe a priori que quien lo recibe lo aceptará. Pero en la Argentina, no hay tal confianza. Cuando la demanda de pesos tiende a la baja, la inflación se agrava aun cuando no haya habido un aumento en la cantidad de dinero. Esto se ha observado claramente durante este año, al menos hasta la PASO. Si la gente se asusta y no confía en el peso, tiende a deshacerse de éste con la compra de objetos o de dólares.
En suma: una baja en la demanda de dinero es equivalente a un incremento en la emisión monetaria. Por eso, aumenta la tasa de inflación. La inflación resulta de una mayor creación de dinero o de una caída en su demanda o de la combinación de ambos fenómenos. Al reducirse la demanda de pesos, la velocidad, con la que circulan, es mayor, Así, termina siendo equivalente a un aumento en la cantidad de dinero.
En la Argentina, las personas y las empresas tienen expectativas adaptativas, tanto por las experiencias pasadas, como racionales, por los aprendizajes a golpes.
En estos días algunos referentes económicos del próximo gobierno hablan de la necesidad de "desdolarizar" la economía. En lugar de fortalecer nuestra moneda, este planteo puede debilitarla más todavía, porque muestra una forma de apreciar el problema por el lado equivocado. Lo que la economía exige de inmediato es mayor confianza en los responsables fortalecer la moneda.
Si aumentase la confianza, tal desdolarización se daría per se. El hecho recuerda el "Pedido de los fabricantes de velas", del economista francés Frédéric Bastiat donde se solicita una ley que ordene el cierre de todas las ventanas y tragaluces para que no entre la luz y así se vendan más velas y se beneficien las industrias ligadas, según escribió en 1845.
La escasa credibilidad en las instituciones y sobre todo en las políticas monetarias y fiscales es el factor a revertir. Encarar ese proceso implica solidez institucional, estabilidad macroeconómica y apertura de la economía, entre otras variables.
Urge un plan económico integral, antiinflacionario, de emisión tendiente a cero, que refuerce la credibilidad y restituya la confianza, para que la demanda de dinero inicie una etapa ascendente de largo aliento.
Solo así se pondrán realmente en acción las fuerzas productivas, como es el caso del agro cuyo potencial todavía es enorme, no solo aguas abajo sino también aguas arriba. El próximo gobierno deberá evitar las presuntas soluciones de mayores intervenciones. En caso contrario, enfermará la gallina que pone los huevos.
El autor es economista, profesor de la Maestría de Agronegocios de la Ucema
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