Siendo muy joven, escuchó los relatos de los paisanos en la estancia de Gervasio Rosas
Cuenta la tradición que don Ambrosio Mitre, padre del fundador de La Nacion, decidido a convertir a su hijo en un hombre de bien, le pidió a don Gervasio Rosas que lo hiciera hábil en las tareas rurales en su estancia del Rincón de López.
Muchos años después, sostiene Cesar Grass, el médico Juan Angel Fariní se sorprendió en una de las salas en la casa del general al ver una miniatura de Juan Manuel de Rosas. Quizá su expresión fue tal que Mitre le dijo: "¿Le extraña? ¿No sabe usted que yo le debo la vida a don Juan Manuel?". Acto seguido le explicó que cuando hizo su experiencia campera en lo de don Gervasio Rosas, cierta vez éste lo envió a otra estancia ubicada en la margen opuesta del Salado. Como había llovido bastante y el río estaba algo crecido, Mitre, que no era baqueano en los pasos, buscaba el más aparente para vadearlo. Cuando iba a intentarlo por donde mejor le parecía, surgió de improviso un jinete que le gritó que no lo hiciera por ahí porque se podía ahogar.
El muchacho obedeció y anduvieron en silencio costeando el río, hasta que en determinado paraje le dijo: "Ese es el vado más seguro. Agarrate bien de las crines de tu caballo, pero fijate bien para no errarle en el regreso". El jinete le preguntó quién era y qué hacía, y le dio su nombre y le dijo que estaba en lo de don Gervasio Rosas. El paisano le replicó: "Decile a Gervasio que dice su hermano Juan Manuel que no sea bárbaro, que no se envía a una criatura como vos a cruzar el Salado. ¡Y dale recuerdos míos!". Pocos días después, Bartolomé, de apenas 15 años, volvía a su casa con una esquela de Gervasio, que afirmaba: "El mocito no sirve para nada, porque en cuanto ve una sombrita se baja del caballo y se pone a leer". Si poca fue la afición a las tareas rurales, aquellas noches junto al fogón escuchando los relatos de los paisanos quedaron grabadas en el joven, que en los momentos libres del trajín de la guerra, de la acción política o del interés del Estado, tomó la pluma para evocar a los que también construyeron la Patria.
En el libro Armonías de la pampa, quizás muchos de esos recuerdos los volcó Mitre en sus versos “Santos Vega”, “El caballo del gaucho” y “El Pato”. Como lo dice en el prólogo: “Pertenecen a un género esencialmente nacional, que puede llamarse nuevo, así por los asuntos como por el estilo”. Con justicia Melián Lafinur considera a Mitre “con justo título como uno de los fundadores de nuestra poesía vernácula”. Y por si fuera poco, su adversario político José Hernández no dudó en estampar su respeto en la dedicatoria que acompañó el ejemplar de su Martín Fierro.
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