En tiempos de la colonia, cuando se presentaban situaciones de seca, era habitual encontrar intervenciones del Cabildo, como la del 18 de abril de 1757, que decía: "Se trató y se confirió sobre que se experimenta gran seca y ser preciso el rogar a Dios Nuestro Señor por medio de Nuestro Patrón, el Señor San Martín, para que interceda con su Divina Majestad, nos de agua y para ello se haga Novenario?".
El asunto no mejoraba y para el Acuerdo del 16 de noviembre de 1758 se registraba: "... la gran Calamidad, que experimenta esta Ciudad, y toda su Jurisdicción, en los mantenimientos, y enfermedades que se van acrecentando, todo ello Provenido de la falta de agua, la que hace mucho tiempo que no la merecemos, quizás a causa de nuestras culpas, y que para aplacar a Dios Nuestro Señor y que se apiade de nosotros, será bien el que se haga una Procesión Solemne, en la que el glorioso Patrón el Señor San Martin acompañado de Nuestra. Patrona Nuestra. Señora de las Nieves?" además se solicitaba al gobernador que por Bando se cerraran todas las Pulperías y Oficinas Públicas para que todos puedan concurrir a suplicar se les conceda la bendita lluvia..."
Isaac Morris, en 1741, desde un lugar próximo a la actual Mar del Plata, partió a pie hacia el puerto de Buenos Aires, llevaba carne seca y en unas vejigas de foca agua potable, recorrió casi 100 km sin encontrar agua, tuvo que volver a su refugio por miedo a quedarse sin agua. Manifestó que el país "estaba calcinado con la sequía".
En el diario del padre jesuita José Cardiel, sobre su viaje de Buenos a las Sierras del Volcán, en marzo de 1748, quedó registrado que saliendo del Pueblo de la Concepción de Nuestra Señora de los Indios Pampas (Reducción formada por los jesuitas, pocos años antes, y próximo a la desembocadura del río Salado), por la gran seca no hallaron agua en 25 leguas recorridas.
Tomás Falkner, ahí por 1774, comentaba: "En años secos, faltando la yerba en las orillas del Río de la Plata, todo el ganado, perteneciente a los españoles de Buenos Aires, pasa a las orillas del Saladillo, donde encuentra alguna yerba".
La sequía y la falta de alambrados generaban que los animales se dispersaran en busca de mejores aguadas. Los arroyos y lagunas a medida que se secaban ocasionaban una trampa mortal en sus orillas; la hacienda quedaba empantanada y allí moría; por ello no es de extrañar el nombre del arroyo Vivoratá (lleno de osamentas) y Laguna de los huesos, entre otros.
Don Clemente López, en octubre de 1780, manifiesta que en su estancia del Salado se hace presente con traje de indio el santiagueño Francisco Galván, que en una corrida de yeguas logró escapar de su cautiverio. En la fuga estuvo cuatro días sin hallar agua para su caballo, salvo algunos charquitos y que por el camino se pudo alimentar de huevos de avestruz y de la cuajada que sacaba del vientre de los venaditos, recién nacidos, que mataba.
Alejandro Gillespie, en su paso por San Antonio de Areco, en octubre de 1806, escribió: "Una seca, la calamidad más grande que acontezca en aquellas regiones, había ocurrido este año y esos arroyitos, a que el ganado acostumbraba acudir, los había totalmente absorbido. Sus osamentas estaban desparramadas tan espesamente en nuestro camino no frecuentado, que el aire se impregnaba en una gran distancia y en tal grado que ni los perros cimarrones, ni los pájaros posados sobre ellas en bandadas pudieron dulcificar".