El Ministerio de Educación porteño reeditó el libro Educación común en el Estado de Buenos Aires
Acaba de conmemorarse con variados actos el bicentenario del nacimiento de don Domingo Faustino Sarmiento, aprovechando el Día del Maestro –fecha de su fallecimiento–, sin duda porque concitaba mayor atención que la fecha del 15 de febrero en tiempos de receso escolar y veraniego. Entre estas actividades sobresale la decisión del ministro de Educación del gobierno porteño, Esteban Bullrich, de reeditar en facsímil la segunda edición de un pequeño libro del genial sanjuanino titulado Educación común en el Estado de Buenos Aires, que vio la luz en 1887.
Siempre preocupado por encontrar los más modernos adelantos en todas las materias, apuntó el autor en el prólogo sus viejos proyectos de los centros agrícolas dos décadas antes durante la presidencia de Mitre: "Las cuestiones agrarias han despertado en Inglaterra y entre los sabios de Europa, un acrecido valor".
Recordaba que al tiempo de introducir la inmigración era necesario abrir ferrocarriles, "proveer de tierra propia al colono, si no se quería introducir el funesto sistema del inquilinaje. No dejaba con desazón de evocar aquellos debates en los que no siempre había salido triunfante en la Legislatura, pero esta obra podía ayudar a sus amigos del Paraguay, que pensaban instalar un plan de escuelas normales "combinadas con industrias rurales", y sobre lo que mucho debió conversar en sus últimos tiempos en Asunción donde se apagó su fecunda existencia.
Sarmiento, después de haber recorrido los Estados Unidos, evocaba aquellas praderías que "servían no ha mucho de morada predilecta de recuas de búfalos salvajes", pero en "ninguno de aquellos parajes se presenta el fenómeno que en las campañas de Santa Fe y de Buenos Aires, a saber: la tierra cubierta, tapizada exclusivamente de pastos exquisitos, mezcladas sus variedades cual grageas, sin mezcla de malezas inútiles, pudiendo en algunas partes cegarse a guadaña, con la misma regularidad que mieses cultivadas".
Los campos y los pastos de la pampa central le hicieron agregar a Sarmiento: "Estas manchas de vegetación que abrazan muchas leguas son verdaderas viñas del Señor, de que el hombre recoge el fruto; son capitales invertidos por la naturaleza que dan un rédito cierto y permanente".
Ya entonces Sarmiento afirmaba que estas tierras, agregadas a otras necesidades, "eran una industria para beneficio del hombre". Se preocupa por la cantidad de hectáreas que necesita cada cabeza de ganado; pero mucho más le importaba cuántas cabezas se necesitaban para ocupar totalmente el Estado de Buenos Aires y buscar la forma de lograrlo.
Sus propuestas para agregar montes para sombra, rediles, corrales y establos (galpones) para mejorar tanta riqueza dispersa, llaman la atención, cuando compara nuestra situación al referirse a una yerra a la que asistió en Africa.
No dejó de exaltar en estas páginas el valor de la agricultura, recordando la colonia instalada en Chivilcoy y la producción de Mercedes en la provincia de Buenos Aires, en este caso con números de la producción.
Cada página de este libro nos ofrece enseñanzas aún hoy aplicables, y muy buena resultaría su divulgación en las escuelas rurales. Muchísimo más habría para comentar de esta obra, donde cada página nos llama a la reflexión sobre nuestra riqueza agropecuaria y la necesidad de divulgarla seriamente en las jóvenes generaciones. Quizá sin pretenderlo Sarmiento logró resumir sus ideas en esta obra con las siguientes palabras: "Cultura de la tierra, cultura del ganado, cultura del hombre".
A dos siglos de su nacimiento, vayan estas líneas a quien buscó nuevos y mejores horizontes para su patria.