La ganadería norteamericana se transforma debido a la irrupción de los biocombustibles y al mayor cuidado del equilibrio ecológico
En una reciente gira con productores provenientes de regiones tan disímiles entre sí -como Las Lajitas (Salta), Mar del Plata, Azul, Tres Lomas, Benito Juárez, Goya, América y Villa María de Río Seco-, y luego de recorrer casi 2000 km por el Medio Oeste de Estados Unidos, entre los estados de Minnesota, South Dakota y Iowa, pudimos apreciar distintos sistemas de producción de carne, de manejo del impacto ambiental y de gestión de la empresa familiar.
Ha sido interesante apreciar modelos productivos donde se impone el afán por la especialización del negocio y otros que buscan la diversificación como reaseguro de la continuidad en la actividad para las generaciones que les siguen.
En el estado de South Dakota, donde el valor de la tierra agrícola es de 4950 dólares la hectárea y con un régimen de casi 650 mm/año, algunos intentaron diferenciarse sólo de la mano de la genética, mientras que otros agregaron un negocio de venta de carne.
Es el caso de los Bruner, que procesan su carne en cortes especiales y después la venden como especialidad buscando el mercado de mayor poder adquisitivo de su región.
Pudimos ver también que cuando crece una familia, no alcanza sólo con producir bien y en escala, sino que además es necesario explorar nuevos negocios dentro de lo que uno hace.
La familia Jorgensen, quienes dentro del negocio de la venta de genética idearon otro de alquiler de toros, ampliaron sus horizontes como productores agrícolas, al entrar en la producción de semilla de trigo certificada. No contentos con ello y gracias a la riqueza de la fauna autóctona, decidieron iniciar un negocio de agroturismo vinculado a la caza del faisán, con una gran inversión que incluye un hotel con capacidad de alojar a 42 personas.
El estado de Iowa (en donde la tierra agrícola cuesta 25.000 dólares la hectárea) nos recibió en cambio, con una mayor producción agrícola que le sirve de sustento a sus sistemas productivos, pero no con menos escollos para producir carne. Sus altos rindes de maíz garantizan la materia prima de las plantas de etanol instaladas en esta región. Esto genera un subproducto de la industria como residuo de la destilería, capaz de alimentar a 1,3 millones de cabezas encerradas a corral a muy bajo costo (80% del valor del maíz pero con alto contenido de proteína) y exportar parte del mismo, a otras zonas lejanas, como Texas a casi 1800 km. Sin embargo, esta ventaja competitiva se enmarca dentro de una producción de carne muy regulada desde el punto de vista del impacto ambiental. Los ganaderos están obligados, entre otras cosas, a construir sistemas de engorde a corral bajo techo, lagunas de decantación para el manejo de efluentes líquidos, y el registro preciso de todo el residuo sólido generado por deposiciones y cama que debe ser distribuido por el campo o vendido a terceros.
Encontramos en esto último un negocio que resulta más rentable que el generado por la propia producción de carne, como es el caso del corral de Bill Couser.
El aspecto vinculado a las personas que trabajan en el campo es una de sus mayores preocupaciones. Un empleado rural debe tener buenos ingresos, pues de lo contrario elige quedarse en la ciudad por el mismo salario. Esto obliga a los productores de baja escala a hacerse cargo ellos mismos de todo el proceso productivo.
Puede decirse también, que el sector rural representa a sólo el 1,5% de la población que produce en EE.UU. y que el agricultor promedio de Iowa tiene 57 años. Esto explica en parte la disminución del stock de vacas que viene registrándose desde hace algunos años, ya que es preferible hacer agricultura ya que además de ser más rentable requiere menos mano de obra.
La actividad ganadera se sostiene y protege gracias a la eficaz acción de las asociaciones de productores, que financian la promoción del consumo de carne vacuna y la representación ante el gobierno para acercar las dificultades del sector. Además estas asociaciones tienen como función hacer comprender a los productores las nuevas regulaciones que imponen los gobiernos.
Pero además de imponer restricciones y controles, tanto el gobierno federal como los estatuales promueven el financiamiento con créditos blandos a las inversiones en infraestructura, maquinarias o animales, que garanticen el crecimiento de la producción.
En todos ellos, la búsqueda del mejor uso de los recursos es una preocupación constante para asegurar la producción de alimentos de las generaciones futuras.
Alejandro Cerruti
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