SILICON VALLEY.- Silicon Valley ocupa 4790 kilómetros cuadrados, que es un poco menos que el tamaño del partido de Trenque Lauquen. Cuenta con una población de 3.000.000 de habitantes y un ecosistema que crea a diario oportunidades y empleo a un ritmo vertiginoso. Recibe 14.000 inmigrantes extranjeros al año que se suman a una fuerza laboral de 1,5 millones de personas.
Startups, capital semilla, "Ángeles" (inversores iniciales), aceleradoras y luego el ansiado “Venture capital” parece ser no solo el lenguaje obligatorio, sino también el camino soñado a recorrer por los “wantempreneurs” (aspirantes a emprendedores) del mundo que se acercan a la meca de la tecnología de Silicon Valley.
Esta conjunción de factores no casuales crea el ambiente de una segunda fiebre del oro en California, donde la historia no se repite, pero si claramente rima con estrofas anteriores.
Una ola tecnológica que se escala de manera exponencial y que en los centros de estudios como “Singularity University” les gusta explicar y también advertir sobre lo inexorable del proceso. Proceso al cual todavía no conocemos en profundidad los impactos que tendrá en la sociedad, ya sea a nivel laboral y cultural.
No se crean productos, sino que se están creando industrias totalmente nuevas que cambian por completo lo establecido, como lo son las redes sociales, la inteligencia artificial, autos eléctricos, las criptomonedas como el Bitcoin y la tecnología de edición génica “Crispr” que vino a ayudarnos a mejorar la genética animal, vegetal y medicina. O bien la nueva manera de proteger la propiedad de los datos como lo es el sistema de “Block Chain”, que puede dar por tierra culturas y sistemas atados a centurias de burocracia.
Frente a esta ola innovadora, que cuenta con un inmenso apalancamiento financiero y tecnológico que la potencia y la azuza, parece que tenemos al menos tres alternativas:
- Negarnos, oponernos y enfrentar la inmensa corriente, con todas las estructuras tradicionales sindicales, burocráticas y proteccionistas como para trabar el avance, intentando mantener el statu quo. De tomar esta postura lo más probable es que la ola nos tape con la fuerza poderosa de la obsolescencia. Para que luego más temprano que tarde terminemos diciendo como el CEO de Nokia en 2013 al vender la compañía una frase que bien podría ser de cuño argentino: “No hicimos nada mal…pero por algún motivo perdimos”.
- Intentar surfear esa ola. Disfrutándola y servirnos de los adelantos que hacen “los otros”, siendo usuarios de esas tecnologías que todos los días tienen algo nuevo para sorprendernos una vez que abonemos la suma necesaria para adquirirlas. En definitiva, ser unos felices consumidores.
- Ser nosotros parte de la ola y jugar en las grandes ligas desarrollando tecnologías. Particularmente en lo referente a “Agtech” (tecnologías del agro), con un mercado que pasó de 100 millones de dólares el año en 2012 a los US$ 3200 millones de 2016. Estas cifras dan una idea de que se está hablando cuando se usa la palabra “exponencial”.
La decisión que tomemos sobre en qué parte de la inexorable ola queremos estar nos va a definir los próximos años. Negar la ola, en la práctica significa desde rechazar el ya cotidiano UBER en países desarrollados, o mirar con reticencia al auto eléctrico que elimina el 90 % de las complicadas partes móviles del ya en vías de obsolescencia motor a explosión. Como cuestionar vehículos, tractores y cosechadoras no tripulados que próximamente estarán en el mercado.
La otra gran fuerza que impulsa los cambios es la de los consumidores, verdaderos soberanos del sistema. Se la conoce como “Consumerismo”, nuevo término que hace referencia a la protección de las preferencias e intereses de los consumidores. Para el agro, esto se ve reflejado en cada vez más exigencias ambientales, sociales, bienestar animal y transparencia en el origen de los alimentos.
Cuestión cada vez más marcada en el mundo occidental. El objetivo sería satisfacer al consumidor vía información clara que le explique lo que él quiere saber, sin insistir en intentar comunicar lo que a uno le parece que “deberían” saber. Los algoritmos, la inteligencia artificial, las nuevas tecnologías, hoy nos ayudan a despejar ese misterio de ese a veces esquivo consumidor que cada vez exige más y es más explícito sobre la información que requiere.
El camino hacia una agricultura más sostenible y más aceptada por la sociedad tiene enormes aliados en las nuevas industrias exponenciales que se están creando. Quedarnos fuera sería nuevamente perder otro tren. Esta vez, un tren exponencial.
El autor es productor agropecuario
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