Cultivos que resistan al estrés o bovinos con mayor calidad de carne gracias a mejoras tecnológicas en las que la Argentina se está posicionando a la vanguardia a nivel mundial están cada vez más cerca. La edición génica, una herramientas de la biotecnología que sacude los laboratorios de los científicos y el entramado de empresas que comienza a ver su potencial, puede permitir una clara mejora tecnológica que se trasladará a la producción agropecuaria en los próximos años.
"La edición génica mediada por el sistema CRISPR/Cas9 es una tecnología de ingeniería genética que permite modificar el genoma de organismos vivos suprimiendo, alterando o agregando genes con el fin de introducir mutaciones específicas o corregirlas", define el Conicet. "A diferencia de otras herramientas usadas para alterar la secuencia de ADN, esta tecnología, bautizada metafóricamente como 'tijera molecular', permite eliminar o modificar información genética de manera precisa y controlada de forma relativamente sencilla y cada vez más segura", añade.
Hay un dato que sorprendió en la primera reunión de la Mesa de Competitividad de Edición Génica que organizó recientemente la Secretaría de Agroindustria, con representantes de organismos científicos estatales, empresas privadas, nacionales y extranjeras, pymes y entidades del agro.
Por primera vez, en 2018 las determinaciones de productos vegetales y animales derivados de la edición génica superaron a las aprobaciones de Organismos Genéticamente Modificados (OGM), la tecnología pionera de la biotecnología agrícola que permitió un enorme salto de productividad en el agro. Y según datos de la Comisión Nacional de Biotecnología (Conabia) en 2019 se repetirá el fenómeno.
Basado en la experiencia regulatoria de los OGM, por la cual la Argentina es considerada de referencia mundial por la FAO en materia de bioseguridad, el Gobierno estableció una regulación simple sobre la aprobación de materiales derivados de la edición génica. En el caso de semillas, por ejemplo, si se determina que no fueron realizadas mediante transgénesis, el ingreso de un gen externo, se deriva al Inase para que se evalúe si corresponde inscribirlo como nuevo cultivar. Si es OGM, en cambio, tiene que pasar por la tercera etapa de aprobación que es el probable impacto comercial sobre los mercados.
Ese acortamiento de plazos regulatorios tiene un efecto económico. Se calcula que la inversión y el tiempo para desarrollar y lanzar en el mercado un OGM oscila ronda los US$ 130 millones en 13 años, mientras que para la edición génica se estima un promedio de US$10 millones en cinco años. Los OGM pagan así el precio de haber sido la tecnología pionera, objeto de una virulenta campaña de temor y desinformación. Sus promotores, tras 30 años de uso de transgénicos, siguen sin dar evidencias sobre el supuesto daño que iban a provocar.
"La edición génica es una herramienta que le va a permitir al país generar riqueza y empleo", dice Santiago del Solar, jefe de Gabinete de la Secretaría de Agroindustria. "No se trata de una tecnología mejor que la de los OGM, es una ventana nueva y segura", añade.
El menor costo entre una herramienta y otra es que puede permitir desarrollos científicos de pymes locales, a diferencia de los OGM que, en su mayoría, fueron desarrollados por grandes compañías multinacionales. También tienen una fuerte participación los investigadores estatales del INTA, el Conicet y las Universidades. En tiempos de recortes presupuestarios no es la mejor noticia que se pase la poda por quienes están a la vanguardia del conocimiento.
Lo que se advierte es que se está conformado un ecosistema innovador, entre pymes, científicos y start ups, que dará mucho que hablar y conviene seguir de cerca. La aprobación esta semana de la ley del Conocimiento, que otorgará beneficios fiscales a empresas de biotecnología, entre otros sectores, es un dato favorable para este nuevo mundo.
Hay un escenario internacional complejo. Varios países ya están en la carrera de la edición génica, explica Martín Lema, director de la Conabia. El funcionario estuvo esta semana en Rusia donde el presidente Putin anunció que su país invertirá 1000 millones de dólares en edición génica. De allí se fue a China para hablar con funcionarios y científicos de Pekín sobre las regulaciones de biotecnología.
Otras naciones, como Sudáfrica, Paraguay y Chile se inspiraron en la regulación argentina para aprobar los nuevos productos. EE.UU., Japón y Brasil también son favorables a esta tecnología. En Europa, donde la tecnofobia encuentra campo fértil, el Tribunal Supremo de Justicia determinó que la edición génica debe considerarse como OGM. Los científicos europeos dicen otra cosa.