El debate del mes: la soja, ¿tabla de salvación o salvavidas de plomo?. Una bendición dada por la naturaleza, la inversión y el trabajo
Opina Manuel Alvarado Ledesma
Ni salvavidas de plomo ni tabla de salvación. La producción de soja, una actividad agrícola extensiva, es la de mayor rentabilidad. Y lo es por una coyuntura internacional favorable. En tal caso, lo lógico es que el productor tienda a ella mientras dure tal situación en el mundo.
Aprovechar una oportunidad es un acto inteligente, en tanto y en cuanto se sepan los costos por afrontar en el mediano y largo plazo y se tomen la medidas pertinentes.
La figura del naufragio es útil para comprenderlo. Hundido el buque, el náufrago se aferra a su salvavidas. En ese momento éste le resulta vital. Pero él sabe que no puede quedar por siempre sostenido por el salvavidas; entonces apunta a una isla para, una vez allí, construir una embarcación con el fin de llegar al destino seguro.
En tal caso, el nadador tiene una actitud cortoplacista combinada con una visión estratégica.
El productor actualmente está aprovechando una coyuntura que, luego de años de dificultades, le permite mejorar su cuadro económico. Pero el buen productor conoce las limitaciones de un sistema productivo basado únicamente en la soja.
No hay duda: el criterio de sustentabilidad económica lo ha llevado a la soja, pero el criterio de sustentabilidad ecológica depende de sus decisiones. Algunos productores lo saben mejor y otros no tanto.
Por ello, resulta fundamental tomar conciencia de la importancia de la siembra directa permanente, la rotación de cultivos con alto aporte de rastrojos, la adecuada inversión en nutrientes, del manejo integral y racional de las plagas y, si las condiciones de los suelos lo requieren, de la construcción y mantenimiento de obras de sistematización. En suma, cuidar el recurso tierra y el medio ambiente.
Por ello es el Estado quien debe promover la investigación, el conocimiento y la capacitación a fin de incrementar la sustentabilidad de las empresas agrícolas, pues esto, a su vez, brinda sustentabilidad en el nivel macroeconómico. Pero lo que no debe hacer es jugar al empresario "macro", esto es, a "inducir" a determinadas decisiones empresariales mediante intervenciones directas en el mercado. Si así lo hiciera, seguramente lograría algún efecto positivo en el corto plazo, pero en el largo aplacaría el espíritu y la inteligencia empresarial. Y, por lo tanto, las consecuencias, serían negativas para el país.
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Cuando este año la Argentina llegue a los 36 millones de toneladas de soja o quizás más, lo que haga será dar respuesta a lo que los mercados requieren. Hoy, de los casi 24 millones de hectáreas sembradas, casi el 50 por ciento corresponde a este cultivo. Que actualmente sea ésta la proporción no quiere decir que mañana sea la misma. Las coyunturas cambian. Lo que importa es que el productor está preparado cada vez más para el cambio.
Este crecimiento no sólo se registra unitariamente, sino que está dado por la expansión geográfica; por ende, éste lleva desarrollo a regiones postergadas. La principal región productora se ubica en la denominada "zona núcleo", que abarca una región delimitada por un semicírculo de 250 kilómetros de radio, cuyo epicentro es la ciudad de Rosario. Este cinturón comprende parte de las provincias de Santa Fe, Buenos Aires y Córdoba. Se trata de una suerte de racimo productivo que ha logrado una altísima habilidad productiva y comercial mediante un elevado nivel de especialización regional. Y está altamente reconocido en el nivel mundial.
Pero la actividad se ha expandido enormemente. En el noroeste del país, por ejemplo, la soja representa el 75 por ciento del área cultivada. Eso vino de la mano de nuevas tecnologías y conceptos para el diseño de planteos productivos. Estas tecnologías no han surgido de la nada, sino que proceden de industrias desarrolladas en las regiones de producción.
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Hoy, la soja es una palanca impresionante de desarrollo general y regional. A su vez, se trata de un instrumento decisivo en la mejora de las arcas fiscales; merced a éste, el Estado puede sostener mejor la política social, en un momento en que la pobreza es alarmante. Es fuente de crecimiento industrial. Mientras en Estados Unidos se industrializa el 60 por ciento de la producción primaria y en Brasil el 55 por ciento, acá se elabora cerca del 85 por ciento.
Esto es resultado de un proceso de incorporación de tecnologías de avanzada, tanto en la faz agrícola como en la industrial. En ninguna parte del mundo se tiene tal grado de industrialización, tanto en los aceites como en las harinas. La asignatura pendiente es ahora avanzar en diferenciación para capturar, dentro del país, los eslabones ligados al consumo final.
Durante el año pasado, el país recibió divisas en concepto de soja y sus derivados por un nivel de aproximadamente 7000 millones de dólares. Es el 22 por ciento del valor total exportado.
Es curioso ver cómo, cuando alguna actividad logra cierta relevancia, inmediatamente surgen las críticas agoreras. Como si se tratara de una cuestión maniquea, algunos creen enfrentar un dilema prácticamente fatal. Que en la Argentina se produzca mucha soja no es un problema, sino que es un bendición dada por la naturaleza, el trabajo y la inversión.
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Si en lugar de preocuparse por tal falso dilema se pusiera énfasis en utilizar el instrumental disponible para elevar la sustentabilidad económica y ecológica de la empresa agrícola, la cosa tomaría otro color. En tal caso, la imprescindible rotación no debe ser tomada como un instrumento de mero impacto ecológico, sino que debe ser analizada como una herramienta efectiva para mejorar el rendimiento de la misma soja en el mediano y en el largo plazo, reducir sus costos y aumentar la estabilidad del sistema. Bendita sea la soja.
El autor es economista y autor del libro "La Argentina agrícola, un país que niega su destino" (Ed. Temas-Adenauer).
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