Por Eduardo Sancho Para LA NACION
En un hecho sin precedente en la Argentina, una actividad con gran incidencia social y cultural como la vitivinicultura se reunió y puso en marcha su plan estratégico, llevado a adelante por la Corporación Vitivinícola Argentina (Coviar). Esta planificación para el desarrollo es el resultado de una fortalecida alianza entre lo público y lo privado. Además, este proceso es ejemplar e inédito, y es el primer paso para generar una política de Estado con todos los protagonistas de la actividad vitivinícola.
Desde un principio, la vitivinicultura argentina se planteó objetivos muy ambiciosos. Demasiado, para algunos. Necesarios, consensuaron todos. Y no es para menos. Tiene la talla de la potencialidad de un sector que espera dar el gran salto, y que ya está tomando el envión. Y el plan marca el pulso.
Para 2020, la meta es posicionar a los vinos argentinos en el podio de los más vendidos del mundo, sin dejar de lado la calidad.
De ahí, la importancia de los peldaños y los objetivos parciales cumplidos por la Coviar, institución encargada de implementar la primera planificación largoplacista del país. Y de ahí, también, la satisfacción por el éxito de la campaña "Vino Argentino, un buen vino", la recuperación progresiva del mercado local y el interés creciente en el exterior. El desafío es enorme; el trayecto que resta, también.
Los objetivos planteados nunca dejaron de ser ambiciosos. Pero tampoco estuvieron fuera de las estrictas necesidades del sector. Y cuando se dice esto, se hace referencia al conjunto de los actores y protagonistas que le dan vida a la vitivinicultura argentina: a los productores de grandes escalas, a aquellos que encuentran el plus en la diferencia, a los pequeños viñateros que recogen la vid con el mismo ahínco de sus antepasados, a los inversores más noveles que apuestan a la innovación, a las cooperativas de agricultores o bodegueros y a las empresas más concentradas. Todos ellos comparten la necesidad de una mirada estratégica.
Y ahí radica, precisamente, el mayor mérito de la propuesta que engloba el Plan Estratégico, aquel que resalta como nunca antes la importancia del desarrollo integral y coloca a disposición del sector todos los mecanismos necesarios para que este sea posible.
Porque ya nadie lo duda. De nada sirven las mieles del éxito si no tracciona a todos los eslabones de la cadena.
De nada sirve hablar de boom, si éste no es más que pasajero y sólo pueden aprovecharlo unos pocos. La vitivinicultura, como pocas actividades, tiene detrás una sociedad que palpita con sus logros y sufre sus contratiempos. Como pocos, también, es un sector dinámico que, con algunos estímulos y reglas claras, puede generar un círculo virtuoso, tan inclusivo como solidario.
Un buen paso
La inauguración del segundo Centro de Desarrollo Vitícola del país es otro buen paso en este sentido. La experiencia está afincada en la Estación Caucete del INTA, en San Juan, y es la segunda de su tipo. La prueba piloto -satisfactoria, por cierto- se dio en el departamento mendocino de Lavalle y beneficia a buena parte de la región norte de la provincia. Y se prevé en un futuro cercano la puesta en funcionamiento de dos centros más en San Rafael y en el Valle de Uco.
Creadas en el marco de un convenio entre el INTA y Coviar, y pensadas como ámbito donde se identifiquen necesidades, se definan estrategias y se implementen acciones que beneficien el desarrollo del sector vitícola de cada región, estas experiencias tienen a los pequeños productores como principales destinatarios, y no podía ser de otra manera, cuando se está convencido de que el despegue de ese segmento es clave para echar a andar la rueda del desarrollo.
Los números, como suelen serlo, resultan contundentes. En todo el país y durante la última década, por ejemplo, alrededor de 8 mil pequeños productores vitivinícolas abandonaron sus unidades productivas y se dedicaron a otra cosa. El resto, unos 13 mil siguen en pie, dispuestos a dar pelea, pero con problemas que persisten.
El escaso acceso a la tecnología, la descapitalización o las dificultades para acceder a un crédito son algunos de ellos; parecidos, a su vez, a los planteos que reciben las autoridades de la Corporación en sus recorridas por los distintas regiones vitivinícolas o los técnicos del INTA en sus tareas cotidiana de asesoramiento técnico.
Ante ello, nada mejor que el trabajo a conciencia y continuo para revertir la situación de crisis y potenciar el crecimiento donde la rueda ya se haya echado a rodar.
El autor es presidente de la Corporación Vitivinícola Argentina (Coviar)