Capitalismo versus capitalismo de amigos
En 1991, apenas terminada la Guerra Fría y poco antes de que Francis Fukuyama presentara su influyente libro El Fin de la Historia, proclamando el triunfo del liberalismo, incluyendo la democracia y el capitalismo, el pensador francés Michel Albert publicó su libro Capitalismo contra Capitalismo. En él ensayaba la idea de que el capitalismo, triunfante, no era monolítico, y que existían dos modelos a seguir, enfrentados entre sí. Uno era el capitalismo americano y el otro el "renano", con una visión más social.
Sería muy lindo tener un debate así en la Argentina, pero no va a ocurrir. Tampoco, pese a lo que muchos piensan luego del affaire Vicentin, viene un debate entre empresa privada contra empresa estatal. Lo que vuelve, en la práctica, es el debate capitalismo contra capitalismo de amigos. Una pugna entre los expertos en creación de productos y servicios, en eficiencia y productividad, entre otros managementskills, y los "expertos en mercados regulados", como dijo en su momento el presidente de la Repsol de los Eskenazi, para justificar su ingreso al control de YPF. Será la repetición, agigantada por la crisis que atravesamos, de lo que ya vivimos durante los gobiernos de Néstor y de Cristina Kirchner.
La estatización de empresas durante los gobiernos de los Kirchner implicó una reversión de políticas importante, pero fue relativamente limitada en su alcance. Un estudio del think-tank Cippec muestra que durante los años 90 fueron privatizadas 67 empresas públicas. De ellas, solo siete fueron reestatizadas durante el período de 2003 a 2015. En ese grupo están YPF y Aerolíneas Argentinas, entre otras. También se crearon seis empresas públicas nuevas, como Enarsa y Arsat, y se estatizaron las AFJP.
Sin embargo, más allá de estas excepciones, el Estado no se aventuró en esos años a estatizar empresas que eran originalmente privadas, tal como ocurrió en forma masiva en Venezuela.
Es decir, se estatizaron empresas que ya habían pertenecido al Estado previamente y que, nos guste o no, gran parte de los argentinos querían que volvieran a la órbita pública. Con un déficit fiscal galopante es hoy difícil, aunque no imposible (dado que la ideología poco sabe de restricciones presupuestarias), que veamos un proceso de estatizaciones masivas.
En cambio, el capitalismo de amigos, si bien ya tenía antecedentes varios en gobiernos anteriores, tomó durante el kirchnerismo un alcance inusitado. Todo comenzó 18 días antes de que Néstor Kirchner llegara a la Casa Rosada, cuando Lázaro Báez, un hombre sin ningún antecedente en el sector de la construcción, creó Austral Construcciones. Esta empresa ganó la mayoría de las licitaciones de obra pública de la provincia de Santa Cruz durante la presidencia de Néstor Kirchner, y un porcentaje no menor de los contratos de obra pública nacional.
Pero Báez no fue el único. El de los Eskenazi es un caso notable. Sin experiencia en el negocio petrolero, dedicados principalmente al rubro de intermediación financiera en el Banco de Santa Cruz, llegaron a tener hasta un 25% de participación en YPF y el manejo de la compañía, solo pagando una póliza de seguros de caución. El resto lo fueron pagando (hasta que el acuerdo se vio truncado con la estatización de la empresa, en 2012), mediante los dividendos que remitía la empresa al exterior.
El argumento oficial para justificar la estatización de la empresa fue que la "desnacionalización" de YPF había llevado al país a convertirse en importador de gas y petróleo. Si bien en realidad esta situación se originó en parte por el atraso en los precios locales de gas y combustibles, que llevan naturalmente a una sobre-demanda y a una suboferta en ese mercado, es cierto que el pago de dividendos tan elevados limitó la capacidad de inversión de la compañía. Dividendos que usaban los Eskenazi para pagar la deuda con la que adquirieron su parte de la empresa.
Los dólares ya escaseaban en 2011 en la Argentina y jaqueaban al gobierno de Cristina Kirchner, pero los Eskenazi no quisieron o no pudieron cambiar este esquema. Se olvidaron para quién manejaban la empresa. Un pecado inconcebible en el capitalismo de amigos (para que no se preocupen por ellos, les recuerdo igual que los Eskenazi podrían llegar a beneficiarse si prospera el reclamo contra la estatización de YPF que se cursa en Nueva York, por al menos US$3000 millones).
El de Cristóbal López, ampliamente documentado por Hugo Alconada Mon en la nacion, es otro caso paradigmático. Acumuló deudas impositivas, de peajes y multas por más de $9000 millones (más de US$1000 millones de la época), y con ellas logró expandirse a otras actividades, como la de medios de comunicación, entre otras.
Estas historias, que son las más notables pero ciertamente no las únicas, muestran ciertas características que se requieren para ser parte ganadora en este capitalismo de amigos. La clave es, justamente, tener buenos contactos. Esos contactos son los que permiten negociar bien las licitaciones, las deudas con la AFIP, obtener préstamos de la banca pública y, como quizás sea importante para lo que viene, poder manejar bien los pasivos laborales contingentes de las empresas.
La crisis económica que arrastramos desde hace años ya está desnudando el resurgimiento de los mismos patrones. Se ven en la venta de Garbarino y en la licitación de OCA, cuyo acreedor principal es la AFIP. Daniel Bilotta relató las peripecias de ambas empresas en la nacion y en el programa Odisea Argentina que se emite por La Nación +. Quien se quedó con Garbarino es Carlos Rosales, protesorero de San Lorenzo. La firma Inverlat, especialista en comprar y potenciar empresas, dueña de marcas como Havanna, desistió de la operación en marzo. Quizás no entiendan tanto de mercados regulados. Por OCA estarían pugnando Gonzalo Campici, cercano a Hugo Moyano y, aunque difícil de comprobar, Cristóbal López.
Empresas que caerán
Este es solo el comienzo. La crisis creada por el coronavirus va a dejar un tendal de empresas en problemas. Según un cálculo de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en los 27 países de la región podrían cerrar hasta 2,7 millones de empresas, un 19% del total. El impacto sería mucho mayor en las microempresas (típicamente, comercios), con más del 20% afectadas, pero también cerrarían 7,1% de las pequeñas empresas, 2,8% de las medianas y 0,6% de las grandes empresas. Estas clasificaciones toman en consideración la cantidad de empleados.
Para poner estos números en el contexto local, hay que tener en cuenta que en la Argentina existen más o menos 605.000 empresas formales (no queda claro que este dato, del Ministerio de Desarrollo Productivo, sea compatible con el de la Cepal, pero lo usaremos de todas maneras a modo de ejemplo). Si aplicásemos porcentajes similares a la región, en nuestro país podrían ir a convocatoria de acreedores 18 grandes empresas, 254 medianas y 4124 pymes, además de 110.000 microempresas.
Esto debería tomarse como un mínimo, ya que la economía de la Argentina es muy probable que caiga más fuertemente que la de la región, dados los errores en el manejo de la cuarentena y en la política económica. Además, luego de la radicalización reciente del Gobierno, es muy probable que varias multinacionales busquen dejar el país.
Para limitar el impacto de esta crisis, lo razonable en una economía capitalista (sin el agregado "de amigos") sería agilizar el proceso de convocatoria de acreedores, que es el mecanismo legal que existe para resolver estos problemas. En convocatoria, la empresa renegocia sus deudas, vende activos o líneas de negocios, los acreedores pasan normalmente a tomar algo de participación en la propiedad de la empresa (como sustituto de las acreencias que tenían) y, muchas veces, entran inversores nuevos para inyectar capital y know-how. Cuanto más rápido sea el proceso, más posibilidades de supervivencia tiene la empresa, porque mientras dura la convocatoria normalmente se resienten las relaciones con proveedores, clientes y bancos. Si la empresa es viable, sigue funcionando, transformada. La mayoría de las empresas que enfrentan hoy problemas son viables, solo que se vieron afectadas por un verdadero tsunami en estos meses.
Fondos para comprar empresas en problemas no faltan en un mundo de tasas al cero por ciento.
Experiencia o capacidad para transformar empresas en la Argentina, tampoco.
Lo que sí falta es interés, según me reconocieron algunos especialistas en este tipo de transacciones a los que consulté. Todos saben que la clave para poder llevar adelante estos procesos exitosamente en los próximos meses no es ni el capital ni el expertise, sino los amigos.