La emisión, la ilusión del control y el valor real de los bienes
Cuenta la historia que, un día, un padre antes de morir le dijo a su hijo: "Este es un reloj que tu abuelo me dio y tiene más de 200 años. Antes de entregártelo, te pido que vayas a la tienda de la esquina y que le digas al dueño que quieres venderlo para que te cuente lo mucho que vale". Se fue y luego regresó con su padre y le dijo: "El señor de la tienda me paga solo US$5 porque el reloj es viejo". El padre dijo: "Ve ahora a la cafetería a ver cuánto pagan". El hijo partió, volvió y dijo: "Me paga US$5 también padre, porque dice que hay muchos más modernos ahora". "Ve al museo ahora y muestra ese reloj", insistió. Al regresar, le dijo sorprendido a su padre: "Me ofrecieron un millón de dólares por esta pieza". El padre a modo moraleja, miró a su hijo a los ojos y en voz baja susurró: "Quería que aprendieras, hijo, que siempre hay un lugar correcto donde sabrán el valor de las cosas, incluso de lo que tú vales".
Empiezo con este hermoso cuento para expresar que todo tiene su contexto, su tiempo y su lugar. Soluciones del pasado no necesariamente servirán en el futuro. Grandes protagonistas de la historia escribieron lo que escribieron en un contexto determinado, para una sociedad, una educación y una conflictividad determinada. Obviamente, hoy el contexto es otro, la sociedad ha cambiado, los conflictos y la manera de educarnos también.
Quiero referirme entonces a dos reflexiones oídas de boca de algunos dirigentes que quizás sean de utilidad en otros contextos o para otras culturas, pero, a mi criterio, son conflictivas para nuestra sociedad.
La primera es la emisión monetaria. Ya todos aprendimos que los países se desarrollan cuando se genera más riqueza colectiva con la utilización de menos recursos naturales, los que quedan de reserva para épocas malas o de climas hostiles. El cambio tecnológico, la educación, el conocimiento, la innovación y las instituciones permiten mejorar la productividad y la capacidad de crear riqueza. Sin embargo, algunos argumentan que la riqueza de un país puede crearse fabricando dinero. Que lo único importante es distribuir sacándole a otro, vía impuestos, los recursos que queremos distribuir. La riqueza no se genera emitiendo dinero o deuda. A más cantidad de pesos sin aumentar la cantidad de productos, menor valor para los pesos, o mayor valor para los productos.
Un buen ejemplo que encontré para demostrarlo es un experimento universitario de Milton Friedman. Una vez un helicóptero soltó sobre un pueblo muchos fajos de billetes que totalizaban cuatro millones de dólares. Como siempre, solo una parte de sus habitantes, bien posicionados, logró quedarse con semejante regalo. Nadie fue consciente de los efectos de tal inyección de liquidez. La reactivación de las expectativas de la ciudadanía beneficiada se disparó y, en solo 24 horas, un buen número de ciudadanos decidió cambiar el auto, arreglar la casa y se desató así una oleada de consumo centrado en bienes y servicios considerados de lujo utilizando el dinero caído del cielo.
Empezó el efecto colateral, la inflación se desbocó por la presión de la demanda y la escasez de la oferta y esto convirtió en más pobres todavía a quienes no habían alcanzado los beneficios primarios de obtener esos billetes. Difícil era ahora mantener el auto y otros artículos de lujo, y la población se dedicó solo a esperar que vuelva a sobrevolar el pueblo un helicóptero regalando dinero.
El consumo con dinero no genuino no genera redistribución equitativa, sino que crea más desigualdad.
Para ejemplificarlo, voy a usar un dato estadístico: según registros históricos, en Estados Unidos, un dólar en 1913 (a partir de la creación de la Fed) representa el mismo poder de compra que 0,05 centavos de dólar hoy. (No me hagan exponer el mismo ejemplo con pesos argentinos porque no me va a alcanzar todo el diario para tantos ceros).
Mi madre me llevó a Disney en 1979 y, como buena idishe mame, guardó las entradas toda la vida para hacerme saber que me llevó a Disney: ya no tengo más a mi madre, pero sí las entradas de 1979, que valían US$5. Yo lleve a mis hijos a Disney en 2005 y, obviamente, guardé las entradas para hacerles saber que los llevé: las entradas costaban US$25. Hoy valen US$100. Eso se llama pérdida del poder adquisitivo del dinero.
La moneda es una cuestión de fe. Mi rabino me decía: "¿Sabés por qué tiene tanto éxito el dólar americano? Porque lleva escrita la leyenda: 'En Dios confiamos'. No solo creemos. Pero, según Nietzsche, 'fe significa no querer saber la verdad'".
Les pido para entenderlo, que tomen un billete de 100 dólares y lo miren detenidamente y que luego me cuenten qué les inspira. En mi caso, "ahorro"; no me dan ganas de gastarlo. Ahora tomen un billete de 1000 pesos, mírenlo detenidamente y luego piensen que les inspira. En mi caso, "consumo". ¡No dura nada!
La segunda observación que quiero hacer tiene que ver con "la ilusión del control". Ejemplifico con una situación familiar cotidiana. Llegás a tu casa y ves un lío bárbaro en el cuarto de tus hijos, todo revuelto y tirado. ¡Hasta platos de comida sucios! Automáticamente, levantás la voz y exclamás: "¡Basta! ¡Me cansé! ¡Ordenen todo ya! Y es la última vez que encuentro todo así". Por último, asegurás: "Ordenan o se quedan sin la Play". Y amenazás sacar la consola del cuarto. Automáticamente vos y tus hijos saben que: a) no va a ser la última vez; b) la Play se queda en la habitación; c) a lo sumo en dos días se repite la historia. Eso se llama "la ilusión del control".
Cuando uno empieza un año, un proyecto o un nuevo ciclo es muy normal planificar lo que se espera que suceda, siempre con un sesgo positivo de que todo puede mejorar, sobreponderando, la mayoría de las veces (al menos en mi caso), la capacidad de resolución. Luego, al final del año (ahora), se lo compara con la realidad y uno tiende a castigarse por no haber cumplido los objetivos propuestos. Generalmente, el problema no radica en la realidad sino en la planificación previa. Uno cree que puede hacer cosas que el tiempo nos demuestra luego que no son tan fáciles de llevar a cabo y, obviamente, lo carga en la asignación del próximo año. Pasa en tu casa, pasa en tu empresa, pasa con nuestros dirigentes.
Esto da lugar a esa ilusión de creer que uno puede controlar todas las variables y, en realidad, casi nunca se controlan las más relevantes. Llámese sequía, descontrol global o suba en la aversión del riesgo. Llámese exceso de soberbia, finalmente yo no era tan bueno como pensaba. Tarde o temprano se termina produciendo un fuerte momento de descontrol donde parece que se termina todo, pero, paradójicamente, ya sea por miedo, por consciencia o por cansancio, y porque nadie quiere vivir en un caos, las cosas se ordenan. Pero, como en nuestros hogares, sabemos que será solo por un tiempo.
¿Es la primera vez que pasa? No. Siempre fuimos así. En 1975 se vio el mayor valor del dólar en la historia argentina. Un año después, empezó la época de la plata dulce y en 1978 el dólar fue el más barato de la historia argentina. En 1982 hubo otro pico del dólar y, tres años después, llegó el Plan Austral y un austral valía más que un dólar. En 1989 se dio la segunda devaluación más alta de la historia. En 1991 se observó el segundo dólar más barato con la Convertibilidad. En 2002, el dólar pasó de 1 a 4 pesos y, luego, durante varios años estuvo por debajo de 3 pesos. Ahora se da más de lo mismo, solo que quizás estamos algo más cansados.
Quiero cerrar esta columna con un comentario. La crisis nos enseñó a no olvidar nunca el concepto de valor intrínseco de las cosas. Cuando pagás algo por encima del par, el valor es solo expectativas, ¡que se pueden cumplir o no! Pero si lo comprás debajo del par, tiene que ser todo muy malo para no cobrar y, a la larga, el precio va a confluir con el valor. Muchas veces pagamos un bono argentino por encima de su valor técnico o por un metro cuadrado mucho más que su valor de construcción con terreno y todo. Todos sabemos que si vas a Miami, Madrid o Roma y escuchás a un argentino diciendo "deme dos", se acerca el cambio de tendencia.
Pero también aprendimos que si un bono argentino cotiza a un tercio de su valor técnico, que si el metro de construcción está muy por debajo del valor real o que si hay activos valiosos que se venden por debajo de su valor de reposición, y si además escuchamos en un comercio argentino a un brasilero, chileno o americano decir "deme dos", sabemos que se acerca el cambio de tendencia.
Como la historia del reloj antiguo, tarde o temprano las cosas terminan valiendo lo que tienen que valer. El precio es pasajero.
El autor es licenciado en administración con un posgrado en finanzas. Gerente de Desarrollo de la Bolsa de Comercio de Bs. As., director académico del laboratorio de finanzas de la UADE y director del IAMC.
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