El problema del tipo de cambio y las restricciones
Cuál es el impacto de la devaluación en la economía y qué se debe hacer para crecer
La sociedad comienza a comprender que el comercio internacional enriquece las naciones. La razón es simple: se puede vender a muchísimos más clientes que los que hay en nuestro país y si compramos es porque el producto es mejor o más barato. Claro, se teme por las fuentes de trabajo domésticas, hay recelos por los impuestos y quién los cobra o paga. Hay miedo de que los vendedores de productos que tienen mayor valor agregado expolien a quienes venden productos de poca elaboración.
Estas aprensiones son naturales, aunque son sólo en parte verídicas, y solo si se consideran en una forma estática en el tiempo o se mira un único sector. Todo cambio negativo es fuertemente criticado por los perjudicados, pero los que se benefician no dicen nada y se dedican a trabajar y aumentar sus ventas. Si se mira a lo largo del tiempo, la apertura de la economía es inexorablemente positiva para el conjunto de la sociedad, aunque claramente habrá ganadores y perdedores. Una muestra es la gran preocupación mundial por las políticas proteccionistas que comienza a implementar el presidente de Estados Unidos, Donald Trump. Solo está proponiendo medidas que son minúsculas al lado de la protección que tenemos en la Argentina hace décadas, que nos ha hecho mucho daño.
Si sabemos que habrá ganadores y perdedores individuales o sectoriales, pero con saldo positivo en la suma total, debiéramos comenzar a aliviar los costos y potenciar los beneficios. Para ello no es necesario identificar los potenciales ganadores, ni que el Estado se dedique a favorecer a algún sector en forma particular. Solo hace falta que se pongan reglas de juego claras y estables de manera que puedan adaptarse por sí mismos los sectores. Es indispensable eliminar miles de condicionamientos: gabelas, restricciones y trámites de todo tipo.
Hay un gran problema y es que la eliminación de algunas restricciones no necesariamente mejora al conjunto, y quitarlas todas de golpe es imposible, a menos que se cuente con una gran financiación para la transición hasta que algunos sectores logren crecer. Aun cuando tuviéramos los fondos para dicha transición, la teoría del Segundo Mejor (desarrollada por Richard Lipsey y Kevin Lancaster en 1956) muestra que, si hay varias imperfecciones en el mercado, eliminar solo una de ellas no mejora necesariamente la eficiencia en la asignación de recursos. Qué argumento tan útil para demorar toda decisión.
En palabras de Robert J. Bloomfield (profesor de Economía y Administración en la Universidad de Cornell) aun cuando una regulación se ocupa de un problema evidente, como la contaminación, no es necesariamente positiva, porque podría tener consecuencias no intencionales diferentes al problema a solucionar. De la misma manera, la eliminación de una regulación que obstaculice la libertad de comercio no es necesariamente positiva, ya que puede ser esencial para contrarrestar otra imperfección, conduciendo a un resultado peor con menos libertad.
El poder de sindicatos, cámaras que pueden favorecer la colusión o el lobby, empresas semimonopólicas, municipios avariciosos, y muchos otros, dificultan el comercio exterior. Ojalá pudiera hacerse un trabajo conjunto en muchos sectores, como la Mesa de las Carnes o los acuerdos con Vaca Muerta. Objetivamente son adelantos muy lábiles, pero sustancialmente mejores que lo que teníamos.
El camino probablemente sea entonces por sectores, promoviendo la productividad dentro de las empresas del sector privado, y en el sector público modificando la estructura impositiva y regulatoria para dejar de impedir el crecimiento. Afectando desde el absurdo costo de aduanas hasta el costo de transporte y logística, hay impuestos, tasas, retenciones. Son gabelas incomprensibles, muchas de ellas desde la época de la colonia. En parte pueden ser compensadas con la inversión en infraestructura que se está realizando: cada sector o provincia podrá potenciar sus ventajas comparativas si hay mejor conectividad, caminos y puertos. Pero las mejoras en infraestructura no deben ser una excusa para mantener cargas innecesarias. Atención, que no todas son del Gobierno o sus organismos. Muchas son regulaciones corporativas, como los consejos profesionales o cámaras que imponen ingresos mínimos, restricciones a quienes pueden hacer ciertos trabajos, entre otras cláusulas.
Durante años se dio por sentado que todas esas restricciones estarían para siempre y, por lo tanto, la única variable que parecía importante era el tipo de cambio. Todos los sectores claman por un tipo de cambio alto, que ayude a exportar, pero olvidamos que las deudas del Tesoro son en dólares y que, por lo tanto, un tipo de cambio alto requiere aún mayor presión impositiva. Es un esquema nefasto para la sociedad: alta carga impositiva, poco comercio exterior, pocos son los que pueden exportar, hay pocas divisas. Pero claro, es mucho más rápido y efectivo, y sobre todo menos doloroso, que intentar cambiar y agilizar nuestros sistemas productivos. Asimismo, el sector privado descree de que haya verdadera voluntad de aligerar el cúmulo de restricciones e impuestos y simplemente pide tipo de cambio alto. Pero el tipo de cambio alto reduce las importaciones y da solo ventajas transitorias para los exportadores. El sector privado es el que genera crecimiento; el sector público no debe impedirlo. Más comercio exterior es indispensable para crecer y la forma menos dolorosa es con menos restricciones de todo tipo.
Economista y docente de Ucema
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