¿El tamaño importa? La relación entre el aumento de la población y el crecimiento económico
Nuevos estudios sugieren que, a la larga, las sociedades más numerosas pueden ser una gran ventaja
Durante siglos antes de la Revolución Industrial, las sociedades masivamente populosas de Asia hicieron de ese continente el centro de gravedad económica del mundo. La industrialización en Europa y Norteamérica en el siglo XIX por breve tiempo lo destronó. Pero ahora se pronostica que el poderío económico colectivo de los países asiáticos, medido en producto real sobre la base de la paridad de poder de compra, representará más de la mitad de la producción global para 2020. ¿El período de dominación de Occidente fue una anomalía que estaba condenada a ser breve? ¿La población es destino?
Es razonable pensar que países con poblaciones más grandes pueden disfrutar de ventajas económicas de largo plazo. La gente es la materia prima del crecimiento económico al fin de cuentas. Cuantas más personas haya, tanto mayor es la probabilidad de que una de ellas se convierta en un Gutenberg o un Watt. En un mundo sin demasiado comercio internacional, los países populosos ofrecen los mercados más grandes y, comparativamente, más oportunidades para aumentar el producto económico a través de la especialización y el comercio. Proyectar tasas de crecimiento económico es fantásticamente dificultoso incluso para períodos breves; proyectar para siglos es prácticamente imposible. Pero hay peores estrategias que apostar a los lugares con la mayor cantidad de gente.
Klaus Desmet, de la Southern Methodist University; Dávid Krisztián Nagy, de CREI, un instituto de investigaciones, y Esteban Rossi-Hansberg, de la Princeton University, hacen eso exactamente. En un trabajo que les ganó el mes pasado el Premio Robert Lucas, que reconoce la excelencia de la investigación en la economía política, crearon un modelo que ata el desempeño económico al tamaño de la población, en el que pueden recorrer cientos de años para ver cómo cambia el balance del poder económico. Sugieren que el crecimiento de largo plazo es impulsado por la mejora de la tecnología. Y los países más populosos deben acumular más innovación que los más pequeños porque la ganancia sobre el desarrollo de una tecnología nueva es más elevada: hay más gente para comprar la bombita de luz de Edison y hacer rico a Edison y, por tanto, más incentivo para inventar la bombita de luz.
Pero a esta fuerza se contrapone la migración. En este momento los lugares más ricos no son los más populosos. Si se volviera relativamente fácil emigrar, la gente se movería de los países que son populosos pero pobres a otros que son ricos. Al aumentar la población de los lugares ricos con la migración, su dominancia de largo plazo se ve asegurada por el vínculo entre el tamaño de su población y la innovación.
Pero si hay muy poca migración, los países populosos pero pobres superarán en innovación a los pequeños pero ricos y escalarán en la tabla de los ingresos. El proceso no es rápido; los autores calculan que la convergencia tarda alrededor de 400 años. En la práctica los lugares ricos tienden a no permitir demasiada migración de los pobres. Eso podría cambiar, pero suponiendo que no sea así, el modelo ofrece un pronóstico llamativo: dentro de medio milenio, Asia y el África subsahariana se habrán convertido en grandes motores de productividad.
Cosas más extrañas han sucedido. Hace un milenio el PBI per cápita era significativamente más elevado en China que en el Reino Unido. Predecir que un lugar atrasado de Europa encabezaría el mundo en la época económica más transformadora de la historia hubiese parecido una locura. A plazos muy largos, los lugares más pobres del mundo pueden efectivamente convertirse en los más ricos, aunque no suceda a menudo.
Aun así, aunque el Reino Unido no superara a China hace mil años, lo hizo poco después, al menos en términos de PBI per cápita. Para 1400 los ingresos en el Reino Unido eran significativamente mayores que en China (y aún mayores en Holanda e Italia), según un trabajo de Stephen Broadberry, de Oxford University; Hanhui Guan, de la Universidad de Pekín, y David Daokui Li, de la Universidad de Tsinghua. Para 1700 las trayectorias divergentes de China y Europa noroccidental resultaban claras (aunque no era nada obvio hasta dónde podrían divergir). Dicho de otro modo, la población en el último milenio no ha sido igual a destino. Si las masas de la India y China no los llevaron a la prosperidad en los últimos 600 años, ¿qué razón hay para creer que el futuro será diferente?
Tanto más lamentable
Es posible que si todo lo demás se mantiene igual, la población determine el destino, pero las demás cosas nunca se mantienen iguales. Una plaga aquí o una terrible decisión de un emperador chino por allá pueden llevar a una región por un camino que liquide las ventajas de la población. Quizás esas ventajas deban ser canalizadas por el tipo adecuado de instituciones o una cultura que se acomode a las necesidades, pero esas cosas tardan mucho más en desarrollarse o en ser adoptadas de lo que tardan en emerger las tecnologías. No hay consenso académico respecto de lo que determina la fortuna económica a largo plazo, por importante que sea la cuestión. Alternativamente, uno podría argumentar que las condiciones han cambiado de maneras que amplifican el poder de la población. Mil millones de cerebros parecen una fuerza económicamente potente en una era de educación masiva, en contraste con la masiva falta de educación en el pasado.
Pero un dato crucial es que el reciente auge de Asia no ha sido el resultado de una ola de innovación local que recibió su impulso por el tamaño de la población. Más bien se ha dado como parte de una ola de globalización, que ayudó a la transferencia de conocimiento tecnológico, la apertura al intercambio de productos y de ideas, incluso a la migración, que no es un parámetro inmutable, sino que está sujeto al cambio basado en las preferencias humanas. Desmet y sus coautores consideran que eliminar todas las barreras a la migración haría que se triplicara el bienestar global, una cifra extraordinaria que refleja las inmensas diferencias en el producto por persona entre países y el potencial humano no realizado que representa.
Por intrigante que sea considerar las direcciones en las que las variables macro, tales como la población o el PBI, pueden llevar al mundo en los siglos venideros, son las decisiones humanas las que determinarán qué lugares y qué gente tienen la oportunidad de hacerse ricos. Las poblaciones nacionales importan en la medida en que importan las fronteras. Es una noción deprimente, pero plausible, que dentro de medio milenio puede seguir importando.
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