La Argentina se prepara para asumir la próxima presidencia del Mercosur
La integración económica entre naciones soberanas y que no aspiran a dejar de serlo, implica el desarrollo de una construcción permanente de condiciones y reglas, que permitan e incentiven el trabajo conjunto. Son los casos de la UE y del Mercosur, a pesar de las diferencias metodológicas que tienen.
En este tipo de proceso el semestre en el que un país ejerce la presidencia de sus órganos de representación gubernamental, le brinda una oportunidad para ejercer un liderazgo a través de iniciativas relevantes para una agenda de trabajo conjunto.
En el primer semestre del año 2021, en el caso del Mercosur tal oportunidad le corresponderá a la presidencia que ejercerá la Argentina. Y luego le corresponderá al Brasil. Es un momento propicio entonces para reafirmar la idea de que los dos países puedan tener un papel relevante en la construcción del Mercosur, en la medida que efectivamente compartan diagnósticos y estrategias sobre cómo hacerlo.
Entre otros factores, al menos tres incentivan a procurar un liderazgo estratégico del Mercosur impulsado por Argentina y Brasil (como lo fuera en el momento fundacional el entendimiento entre los Presidentes Alfonsín y Sarney), y con una participación incluso entusiasta de Paraguay y Uruguay. Ellos son: la renovación presidencial en los EE.UU.; la creación del RCEP en el Asia-Pacífico y la necesidad que en la UE parecería percibirse de tener un papel protagónico en el restablecimiento de un orden internacional debilitado.
El hecho de que Joe Biden será el próximo ocupante de la Casa Blanca no es un dato menor. Quizás sea el factor principal. Puede implicar un cambio profundo en la visión y en el estilo de la estrategia internacional de Washington. Es posible entonces anticipar un momento más positivo para la construcción de un orden mundial que requerirá mucha acción conjunta, especialmente entre grandes y medianas potencias.
La presidencia de Biden podría facilitar una concertación estratégica sostenible con países latinoamericanos, incluyendo los del Mercosur, en la medida en que se afirme la idea de procurar construir un orden internacional basado en la solidaridad y en la cooperación entre todos.
A su vez la reciente firma del RCEP, que implica desarrollar un proceso de comercio e inversiones preferenciales compatible con las reglas de la OMC, entre 15 países del Asia Pacífico (los diez del Asean y China, Japón, Corea, Australia y Nueva Zelanda, abierto a la incorporación de la India), genera un precedente interesante de trabajo conjunto entre una diversidad de países con una pertenencia regional común y, también, con un enorme potencial para desarrollar cadenas de valor que incidan en el comercio y las inversiones recíprocas.
Y el tercer factor es el lógico interés que se observa por parte de una UE que ya percibe el potencial de acción conjunta que están abriendo los dos antes mencionados factores. En tal perspectiva deberían evaluarse los costos de un eventual fracaso del acuerdo de asociación con el Mercosur.
Un planteamiento estratégico común del Mercosur, a fin de encarar en función de sus intereses la nueva etapa de relaciones comerciales internacionales que los factores antes mencionados, entre otros, estarían anticipando, requeriría por cierto interrogarse acerca del potencial de acción conjunta que pueden resultar de ámbitos institucionales internacionales a los que pertenecen y que son, entre otros, la Aladi y la OMC
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