Conocer la cantidad de personas afectadas es el primer paso para establecer políticas adecuadas para aliviar su difícil situación;
Erradicar la pobreza en todas sus formas es el objetivo número uno de la ONU. También es una prioridad para muchos países. Para tener éxito, los organismos multilaterales y los gobiernos nacionales necesitan buenas políticas y una forma consistente de seguir su progreso. Entonces, ¿cómo se debería definir y medir la pobreza?
En 1795, David Davies, un sacerdote británico, publicó un estudio que documentaba la vida de los trabajadores en su parroquia rural. En lo que quizás se pueda considerar el primer intento de medir la pobreza de manera sistemática, calculó una suma de dinero que permitiría a las familias de clase trabajadora vivir en un “comodidad tolerable”. Más de dos siglos después, el mismo concepto sustenta las definiciones de pobreza en todo el mundo. Los países identifican un nivel mínimo de ingresos necesarios para satisfacer las necesidades básicas, como alimentación, vestido y vivienda. Los que menos tienen son considerados pobres.
Como es de esperar, estos umbrales varían según el país. En Estados Unidos, por ejemplo, el gobierno consideró pobre a una persona en 2022 si ganaba menos de alrededor de US$41 por día; ese umbral en Etiopía es de US$2. Estas definiciones ayudan a los gobiernos a identificar quién debería beneficiarse de las políticas para aliviar la pobreza. En Estados Unidos, por ejemplo, qué tan cerca o lejos están las familias de la línea de pobreza determina su elegibilidad para los programas sociales y de salud, como Medicaid, un plan financiado por el gobierno.
Los índices de pobreza también son importantes para monitorear el impacto de la política. El Banco Mundial, por citar un caso, utiliza una línea de pobreza internacional para poder hacer comparaciones entre países. Con base en lo que constituye pobreza en las 28 naciones más pobres, el umbral de $2,15 (expresado en precios de 2017 y ajustado por las diferencias de moneda) es el punto de referencia mundial para la pobreza extrema. Según esta medición, la proporción de la población mundial que vive en la pobreza extrema se redujo de más del 35% en 1990 a menos del 10% en 2019. Según un estudio publicado por investigadores del Centro para el Desarrollo Global en marzo de 2023, esta relación podría caer al 2% para 2050 con las condiciones económicas adecuadas.
Sin embargo, para muchos, tal progreso no significaría estar a punto de eliminar la pobreza. La medición del Banco Mundial a partir de los ingresos en dólares, que define un nivel de vida mínimo, rastrea la pobreza “absoluta”. No tiene en cuenta la desigualdad. Sin embargo, el bienestar de una persona, argumentan algunos analistas, depende de cómo se compara su nivel de vida con el de los demás. La concepción sobre lo que constituyen las necesidades básicas cambia según el lugar y el tiempo.
Es por eso que la Unión Europea (UE) calcula una tasa de pobreza “relativa” basada en la proporción de personas con ingresos por debajo del 60% de retribución media del bloque. La OCDE, un grupo de países en su mayoría ricos, define la pobreza como vivir con la mitad del ingreso familiar medio del país en cuestión. Según esta definición, el mundo está mucho más lejos de eliminar la pobreza. Para el Banco Mundial, que introdujo una medición de la “pobreza relativa” en 2018, en 2019 había tres veces más personas viviendo en tal “pobreza social” que en pobreza extrema.
Los índices de pobreza cada vez toman más ítems en cuenta que solo el ingreso. El índice de pobreza multidimensional de la ONU utiliza diez indicadores que miden la educación, la salud y el saneamiento. Así, pueden producir estimaciones significativamente diferentes. En Chad, el 84% de la población era pobre en 2019, según la medida de la ONU. Pero, según el Banco Mundial, solo el 31% de las personas vive en la pobreza extrema allí. En teoría, se puede utilizar una medición multidimensional para dirigir la política de manera más efectiva. Aquellos hogares que carecen de acceso a la atención médica, por ejemplo, pueden ser el foco de la política de salud pública.
Tales iniciativas funcionan mejor si los gobiernos saben exactamente quién necesita ayuda. Los estándares globales, como los del Banco Mundial, son útiles para identificar tendencias, pero la formulación de políticas nacionales requiere información más granular para identificar lugares y personas que la están pasando mal. Los países pobres a menudo carecen de los recursos y los conocimientos para recopilar dichos datos. Sus gobiernos a menudo prefieren gastar dinero en proyectos que llamen la atención, como hacer nuevas escuelas. Construir una sólida capacidad estadística puede no ser glamoroso. Pero es difícil ayudar a los pobres cuando no se sabe quiénes son.
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