Paradoja del changuito. Los precios castigan al sector que el Gobierno dice proteger
La frialdad de los números disimula diferencias, que saltan fácilmente a la vista. Hay familias de alto poder adquisitivo, que dedican parte de su ingreso a bienes de lujo, el ocio o el ahorro. Hay otros que apenas consiguen mes a mes lo necesario para subsistir. Y si bien los precios, ese eterno problema irresuelto de la Argentina, suben para todos, sus efectos no castigan a todos por igual.
Para los primeros siete meses del año, el Indec relevó una inflación del 15,8%. Pero más allá de ese número promedio que arroja el IPC, el impacto de la esa inflación acentuó desequilibrios. Porque pese a los congelamientos y los controles, fueron los segmentos más pobres de la población los que más sufrieron ese efecto en el bolsillo.
El 10% de los argentinos con menor nivel de ingresos tuvo una inflación estimada que fue dos puntos más alta que la que experimentó el decil más alto de la población, según estimaciones de la consultora Ecolatina en base a los datos de precios y la Encuesta de Gasto de los Hogares (ENGHO). Para los primeros, la suba de precios fue del 16,9%, mientras que los últimos registraron un 14,9%. En otras palabras, la inflación en lo que va de 2020 confirmó su carácter regresivo.
¿Cómo es posible? Si bien los precios de la economía son los mismos para todos, lo que cambia es el peso que cada categoría de productos tiene en el consumo habitual de las familias. Los segmentos de menores recursos, por caso, gastan casi la totalidad de sus ingresos en alimentos y bebidas y en servicios públicos.
En cambio, las familias de mayor nivel socioeconómico dedican menos parte de sus ingresos en términos relativos a la comida. En su canasta habitual tienen mayor peso otros rubros, como la educación y salud privada, salidas recreativas, artículos para el hogar o productos de electrónica.
Con los datos de consumo estimados a partir de la ENGHO, la consultora realizó las ponderaciones sobre el peso de cada categoría por decil de ingresos, cotejó la suba de los precios y conformó así el IPC de cada uno de los 10 segmentos de la población, con resultados que muestran que la inflación es un fenómeno que profundiza la desigualdad.
Ese carácter regresivo se reflejó en los primeros siete meses de 2020. Según su propia canasta de consumo, los cuatro deciles más pobres del país tuvieron una inflación superior al promedio: mientras el IPC general dio 15,8%, estos segmentos de la población registraron 16,9%, 16,5%, 10% y 16,2%, en orden ascendente.
Inversamente, los más acomodados fueron los que, tuvieron menos impacto de la suba de precios en su bolsillo. A partir de los datos del Indec, Ecolatina estimó que el decil de mayores ingresos del país fue el único segmento con inflación menor al 15% (14,9%).
"Lo que hacemos es ponderar los diferentes niveles de consumo a partir de los datos del Indec. En los segmentos más bajos, su consumo es centralmente alimentos y servicios públicos, y si aumentan mucho estos precios, el impacto es mayor", dice Matías Rajnerman, economista jefe de Ecolatina, quien detalla que la dinámica inflacionaria es homogénea entre diferentes marcas.
Según los datos relevados por el Indec, los alimentos y bebidas acumularon entre enero y julio una suba promedio del 18,7%, casi tres puntos que la inflación promedio (15,8%). Hay, a su vez, diferencias regionales: mientras que en el GBA los alimentos subieron un poco menos (18%), en el Noroeste y el Noreste registraron alzas del 22% y el 20,8%, respectivamente. La categoría ropa y el calzado también subió por encima del promedio (29,6%).
En este escenario, Rajnerman relativizó el impacto de los programas de controles de precios. "Precios Máximos tuvo impacto en lugares acotados y en rubros puntuales más esenciales, pero no fue un programa que haya logrado contener la inflación", precisó.
A su vez, analizó que el movimiento del tipo de cambio, que subió un 24% en lo que va de 2020, tiene una injerencia mayor sobre este rubro. "El dólar es un componente esencial del precio de los alimentos. En la Argentina los alimentos se exportan y se mueven con el precio del dólar y si bien no somos grandes importadores y eso lleva a que quien puede venderlos al exterior busque equiparar precios en el mercado interno. Y hay un componente de inflación inercial, porque en la primera parte del año, con un dólar planchado, los alimentos seguían con inflación alta", concluyó.