Cristina al Gobierno, Kicillof al poder; ¿o al revés?
La presidenta Cristina Kirchner , según las elucubraciones de algunos propios y muchos extraños, pareció encontrar en la radicalización de su gobierno la fórmula para una continuidad con fuerza propia que hasta la pelea con los buitres se le escapaba. Su proyecto original era Boudou al gobierno, Cristina al poder.
Como lo analizaba en 2011 Rosendo Fraga, el vicepresidente de la fórmula que obtuvo el 54 por ciento de los votos no podría traicionarla en 2019 y aspirar a una reelección. La prohibición constitucional -ahora innecesaria- es también para él. Y cumplía otras dos condiciones básicas: no ser nadie sin "la doctora" y sostener, en el poder, la imagen de que, en realidad, gobernaba ella.
Ningún otro presidenciable entonces era tan efectivo. Daniel Scioli , Juan Manuel Urtubey o Jorge Capitanich podían apoyarse en base propia y aspirar legítimamente a ser eventualmente reelegidos en 2019 y traicionar a su mentora. Nada nuevo, nada que el kirchnerismo no haya hecho.
El escándalo Ciccone arrasó al sucesor ideal. ¿Confiar en Massa ? Jamás. ¿En Scioli? Si nunca lo hizo... Mejor Mauricio Macri, y que le vaya lo peor posible, para volver ella en 2019 tras un mandato frustrante y mediocre de "la derecha". Lo que ella parecía imaginar como "la gran Bachelet", quien contó con la inestimable ayuda de un terremoto y un tsunami padecidos en la gestión de Piñera.
Pero apareció Axel Kicillof . Casi un Boudou perfeccionado. Sin sospecha de contaminación por peronismo o de la Ucede residual.
Ha dicho la periodista Laura Di Marco -biógrafa no autorizada de la Presidenta- que Cristina tenía una suerte de "dependencia emocional" de Néstor Kirchner. Que estaba siempre muy pendiente de su mirada, de su aprobación, para poder sentirse segura. Muy dependiente de su esposo y sostén, pero implacable con los demás.
Hay quienes creen que ahora, en alguna medida, ese rol lo ocupa Kicillof. Que la Presidenta, en sus interminables discursos, busca la mirada de aprobación del ministro, que la fascina con su oratoria y sus ideas. Tanto que es el único al que permite interrumpirla en reuniones de trabajo.
Justo ella, que en sus tiempos de legisladora no aceptaba las interrupciones de práctica en los discursos de las sesiones. Basta ver la transcripción del debate en el Senado el 6 de enero de 2002 por la ley que derogó la convertibilidad, y que la actual presidenta se abstuvo de votar. No concedió interrupciones y hasta quien presidía el encuentro tuvo problemas para lograr que volviera al silencio cuando se le había agotado el tiempo.
Kicillof parece así lograr lo que nadie pudo.
La ex presidenta del Banco Central Mercedes Marcó del Pont, que sigue respaldando al Gobierno, señaló la semana pasada por qué se fue del cargo: "La decisión de la Presidenta fue centralizar en el Ministerio de Economía todas las decisiones de política económica. Yo venía con discusiones importantes con miembros del equipo económico", dijo a Ámbito Financiero.
Kicillof espanta a los moderados que apoyan al Gobierno. La Presidenta parece dispuesta a entregarle todo, incluidas las empresas privadas. La economía argentina pasa por un gran desajuste. No puede financiar su déficit por un gasto colosal que genera falta de dólares. El sector público no piensa ni remotamente en buscar el equilibrio de las cuentas.
Si no lo hará el sector público, ¿quién lo hará? Es fácil: el sector privado, sometido a lo que Kicillof llama "rentabilidades negativas". Es decir, pérdida del poder adquisitivo para los asalariados, fulminados por la inflación; empresas condenadas a perder, porque un día ganaron "mucho" y alguna vez volverán a hacerlo. A los que se nieguen, ley antiterrorista y antipiquetes. Empresas locales a las que se las amenaza si suben los precios, multinacionales a las que no se les permite pagar lo que importan de sus casas matrices, a donde no pueden remitir utilidades, mientras se les exigen inversiones. Muchos directivos están aterrorizados, literalmente. Cuando se sancionó la ley antiterrorista se fueron del país los bancos de inversión. Hubo poca alarma. Tenían pocos empleados y oficinas alquiladas. Pero podrían haber sido los que canalizaran el financiamiento externo con el que Cristina hasta hace poco soñó llegar confortablemente a 2015.
Ahora las que levantan campamento son industrias y dejan muchos desempleados.